Magdalena Gómez
En
1994 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU)
instauró el 9 de agosto como el Día Internacional de los Pueblos
Indígenas. Nuestro país ha participado en los diversos espacios y
proyectos que en el organismo internacional se han aprobado, y hasta
ahora acude regularmente y da cuenta de sus políticas y programas sin
que las recomendaciones, que eventualmente recibe, provoquen un cambio
de fondo en su quehacer.
Personas indígenas con representaciones diversas, no la directa de
los pueblos, han participado en esos escenarios para expresar en
algunos casos las legítimas demandas de los pueblos indígenas.
Especialmente relevante fue el proceso de elaboración del proyecto de
Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU y
posteriormente su defensa, hasta la aprobación con algunos cambios en
2007. No fue el caso del Convenio 169 de la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), cuya elaboración y aprobación se dio en los ámbitos
de los estados parte, los empleadores y trabajadores y ciertamente con
el aporte activo de algunos asesores y funcionarios de la OIT.
Este convenio es significativo en el proceso de juridicidad mexicano
y se constituyó en herramienta para los propios pueblos indígenas. Hoy
cobra adicional relevancia a partir de la reforma de 2011 en materia de
derechos humanos, pues contribuye a complementar y enriquecer el texto
actual del artículo segundo constitucional, el cual, como sabemos,
expresó modificaciones a los Acuerdos de San Andrés que motivaron la
suspensión, ya indefinida, del diálogo del gobierno federal con el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Anoto estos elementos de
manera general para dar cuenta de que, aun cuando más mal que bien, ya
existe una normativa en materia indígena que debería permitir su
ejercicio a los pueblos indígenas. Sin embargo, existe un grave
problema de justiciabilidad y una disputa frente al Estado sobre el
sentido y alcance de los derechos logrados.
Bien se ha dicho que los pueblos demandaron autonomía y el Estado
les ofrece la supuesta interculturalidad, la cual, por cierto, siempre
ha existido, racista, discriminatoria, asimétrica. Hoy nos encontramos
con las evidencias de que las normas en materia indígena aparecen
subordinadas, o anuladas en los hechos, frente a otras normas con más
poder, aquellas que expresan la profundización de la política
neoliberal, las que propician concesiones inconsultas para
megaproyectos de diverso tipo, y que recientemente han tocado fondo con
la avanzada sobre recursos nacionales como el caso del petróleo. Estas
normas cuentan con el Estado como elemento activo para garantizar su
aplicación a costa de todo, por supuesto también a costa de los
territorios indígenas.
Por
ello no es casual que los líderes de la resistencia frente a esta
política sean criminalizados. Contra el Acueducto Independencia, en
Sonora, el yaqui Mario Luna; contra la presa La Parota, en Guerrero,
Marco Antonio Suástegui; por las policías comunitarias en Guerrero y
Michoacán, Nestora Salgado y Cemeí Verdía Zepeda. A todos les han
fabricado acusaciones para convertirlos en ladrones o secuestradores. Y
anotamos sólo unos ejemplos, porque hay por lo menos un centenar de
conflictos en curso de este rango y están promoviendo recursos
jurídicos para su defensa, con la paradoja de que al obtener
eventualmente fallos en su favor, como el caso de la tribu yaqui, éstos
no se cumplen. También las agendas y discursos de la ONU sufren
readecuaciones. El secretario general, Ban Ki-moon, ha reconocido que
con demasiada frecuencia las injusticias históricas han resultado en exclusión y pobreza. Las estructuras de poder han creado y siguen creando obstáculos al derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación. Y agregó: el tema del día este año se centra en la cuestión del acceso a los servicios de la salud. Los pueblos indígenas se enfrentan a numerosos problemas que afectan a su salud y su bienestar, la mayoría de los cuales son claramente evitables, como los servicios de saneamiento deficientes y las viviendas inadecuadas, la falta de atención prenatal, la violencia generalizada contra la mujer, las altas tasas de diabetes, el abuso de drogas y alcohol, el suicidio de jóvenes y la mortalidad infantil. (mensaje 2015).
Problemas agudos, sin duda, que se comparten con amplios sectores de
la población no indígena y que abren espacio para legitimar los
enfoques asistencialistas que prevalecen en nuestro país, ofrecer
apoyos para autoempleo, salud y alimentación que no abaten la pobreza,
o becas condicionadas para unos cuantos, que coexisten con esfuerzos
serios y marginales por recuperar las lenguas indígenas y formar
traductores. Hay muchas formas de eludir la dimensión de la impunidad y
falta de justiciabilidad para unos derechos que como los indígenas se
han logrado con numerosas luchas, sin embargo lo que salva a los
pueblos es su proverbial resistencia.
Como diría Don Quijote: con el neoliberalismo hemos topado
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