Introducción
El
objetivo del presente escrito, es analizar la historia de México y la
producción antropológica, herramienta que sustentó una parte del
proyecto en la construcción de la sociedad mexicana. Sin irme más allá
de la complejidad y el desarrollo alcanzado por esta disciplina en
nuestros días, voy a limitarme a aquello de lo que algunos antropólogos
llaman aplicada. No me involucraré en el debate cerca de antropología y
la antropología aplicada, sino más bien por qué se hizo antropología
aplicada, e influida indudablemente en su contexto político económico y
social del país. La antropología aplicada obedece a su contexto
político, económico, social y cultural, de ahí que es determinante en
su aplicación. Debo decir que entre antropología y antropología
aplicada no hay o no debe haber diferencia, porque la intención de la
antropología muchas veces tuvo objetivos de aplicación. La antropología
se consigue captarla en su mayor dimensión y aproximación desde el
punto de vista histórico en el que se dan los cambios políticos,
económicos y sociales; es en ese sentido que la antropología aplicada o
la antropología obedecen a dichos cambios en el tiempo histórico. El
análisis abarcará un largo periodo histórico, lo que Braudel llamó
larga duración, es decir, un periodo de más de un siglo. La historia es
concebida aquí como un proceso en el tiempo y en el espacio. Lo haré
con el fin de distinguir tres momentos o coyunturas en la historia del
capitalismo mexicano y de esa forma para identificar las formas de
hacer antropología aplicada, que abarcan e inicia en la segunda mitad
del siglo XIX, con la consolidación de los liberales al poder,
particularmente con Benito Juárez, después con el ascenso del
porfiriato, y finalmente con el periodo posrevolucionario. En cada
periodo intentaré identificar el desarrollo de la antropología
(aplicada), hoy también llamada también indigenismo, que se formuló la
elite dominante para consolidarse y sostener su dominio. Con esa idea o
pretensión por llevar a cabo la construcción de una sociedad, con
intentos de que fuera rasgo propio y nacional, la elite se posiciona en
el poder con ayuda de sus intelectuales orgánicos.
Por
antropología aplicada entiendo aquello que la antropóloga Margarita
Nolasco Armas definió como “utilización formal de los conocimientos
aportados por la ciencia antropológica para la solución de problemas
prácticos” (Nolasco; 2010: 66). Conocimientos que eran indispensables
para la construcción y constitución de un régimen social dominante. Si
bien existen otras definiciones, que en el fondo no cambian, como
aquella otra de Marvin Harris al referirse a la participación de
“antropólogos culturales se han implicado de manera ocasional o regular
en investigaciones que tienen aplicaciones prácticas más o menos
inmediatas” (Harris; 2007: 451). O por citar la del antropólogo Andrés
Latapí que dice es “el de prestación de un servicio, en el que se
definen una serie de características que lo hacen útil al contratante,
sea éste el Estado o el mercado” (Latapí; 2005: 105). Cada una de las
propuestas muestra particularidades y distinciones de acuerdo en el
tiempo, como decía, no cambia en el fondo, pero para los propósitos del
presente trabajo, me apoyaré de Margarita Nolasco.
Las fuentes
que sustentan este trabajo, muchas de segunda mano, fueron encontradas
en la biblioteca de la Escuela Nacional de Antropología, otras fueron
reunidas a lo largo de mis estudios de antropología, y otras en una
búsqueda que realicé en Internet, que resultan accesibles para el
estudioso o inquietud de alguna persona que desee conocer sobre la
antropología. En este sentido resultaron útiles los artículos de la
revista de antropología Cuicuilco.
1. LOS LIBERALES DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Y LA NECESIDAD DE LA ANTROPOLOGIA
El
largo surgimiento, después la consolidación y la rápida expansión del
capitalismo, marca como principal motivo el surgimiento de la
antropología, que en términos históricos, económicos, ideológicos y
culturales sustentan esta disciplina como ciencia al servicio del
régimen. La consolidación del capitalismo que se expresa de manera más
abierta, aunque con algunas restricciones, se da con las revoluciones
burguesas. Empezando con la de Inglaterra en términos económicos, y
terminando con la francesa en términos políticos e ideológicos. En
estos años en que todavía las burguesías no se sentían seguras pero que
de alguna forma se montaban a construir una nueva sociedad en la cual
ellas consolidaran su poder, en esta nueva sociedad se planteaban el
dominio de otros pueblos, o también llamadas etnias (para los
antropólogos).
En la segunda mitad de siglo XIX después de
librar largas luchas contra el llamado antiguo régimen y movilizaciones
de grupos obreros, las burguesías tienen el camino libre para la
expansión y su segura consolidación a nivel mundial. La expansión
rápida que inicia en este periodo, va a traer para las burguesías o las
sociedades capitalistas el contacto con sistemas económicos distintos,
y desde ahí se va a plantear la manera de cooptarlos, dominarlos y
controlarlos. La mejor manera será la creación de mecanismos
“científicos” que facilite transformarlos y así los pueblos puedan ser
convertidos a imagen y semejanza del occidente capitalista. Es desde
este momento, e inclusive hasta nuestros días, en que se plantea la
manera de integrarlos. Roger Bastide tiene razón al afirmar que: “Se
puede decir que, desde los primeros contactos entre poblaciones
europeas y poblaciones indígenas, el grupo dominante, atrincherado en
su orgullo cultural, elabora una estrategia tendiente a modificar la
mentalidad, transformar los comportamientos y reorganizar las
estructuras sociales de los grupos dominados en función de intereses
externos a estos últimos” (Bastide; 1972: 15). Occidente va desarrollar
la antropología con este fin, es decir, la manera de que puedan ser
transformados e integrados al régimen capitalista, generando con el
tiempo una escuela que tiene elementos, digamos, más avanzados, que se
da en la segunda mitad del siglo XIX; y que después se desarrollará
también en sus antiguas colonias de América, mucho tiempo después, como
veremos. México no está exento de esta política como también veremos.
La propuesta ideológica, política y económica bajo la cuestión de la
idea de progreso, sustentará las bases para la formulación de una
corriente de pensamiento llamado positivista y que luego influye en la
antropología llamada evolucionista (o evolucionismo), la primera
escuela de antropología científica occidental. No voy a recorrer todas
las corrientes antropológicas que se construyeron en occidente, sino
solamente menciono al evolucionismo para entrar a ver su influencia
poco después en América Latina, y particularmente en México.
La
región que hoy conocemos como América Latina, en el siglo XIX fue un
periodo de inestabilidad política, social y económica, pues recién
había conquistado su independencia de los países colonialistas como
España y Portugal. La creación de nuevos Estados-Nacionales estaba en
proceso de construcción. El caso de nuestro país es ejemplo de ello. En
el México independiente la elite criolla había quedado como grupo el
poder que direccionaría la política económica en el país. En un periodo
de gran inestabilidad que atravesó gran parte del siglo XIX, forma
parte de una historia llena de grandes problemas. Esto de debió, en
primer lugar, por la crisis económica en que dejó el país por la guerra
de independencia. En segundo lugar por las disputas entre liberales y
conservadores por hacerse del poder. Y en tercer lugar por las
intervenciones y la ambición de los países imperial-colonialistas como
Estados Unidos la cual le arrebató la mitad del territorio, y Francia
que con el pretexto de una deuda y con la complicidad de los
conservadores se hace del poder del país, esto se presentó en
diferentes momentos históricos los cuales no voy a profundizar por
cuestiones de espacio.
La larga lucha de los liberales desde
principios de siglo XIX no se ve concretada hasta la segunda mitad. El
triunfo de los liberales sobre los conservadores y otros sectores
sociales, le permite llevar a cabo con mejores condiciones la
construcción de un Estado-nacional que ya se plateaba años atrás. El
periodo nombrado por los historiadores como la Reforma, que va de los
años de 1854 a 1876, no es más que el triunfo de los liberales,
particularmente con la revolución de Ayutla, la guerra de Reforma y la
intervención francesa. La constitución de 1857, es el claro ejemplo de
la consolidación y triunfo de los liberales. En tal constitución se
sostiene la política e ideología de una burguesía en ascenso. En ella
se “introdujo en forma sistemática los ´derechos del hombre´: libertad
de educación y de trabajo; libertad de expresión, de petición, de
asociación, de tránsito, de propiedad; de igualdad ante la ley, y la
garantía de no ser detenido más de tres días sin justificación. La
constitución ratificaba la soberanía del pueblo constituido como en
república representativa, democrática y federal formada por estados
libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, con
un gobierno dividido en tres poderes” (Zoraida; 2004: 172). En otras
palabras, era el orden social que les daba legitimidad a los liberales
o la burguesía en ascenso.
Pero uno de los triunfos más
significativos e importantes en ese momento y para los siguientes años,
será sobre la iglesia. Fue con la intensión de apoderarse de los bienes
de manos muertas que no solo incluían las propiedades eclesiásticas,
sino también de las propiedades que poseían las comunidades indígenas,
particularmente sobre las tierras. Se trataba, en el caso de las
comunidades indígenas, de expropiarles sus propiedades, sin preocuparse
al principio de sus propietarios, o por lo menos en generar la mano de
obra indispensable para el proyecto político-económico que los
liberales se proponían. De hecho el capitalismo que se estaba
formulando en México requirió, para poder establecerse, una mano de
obra y desposeída, que fuera obligada para a obtener su subsistencia
vendiendo su fuerza de trabajo. Sin embargo en aquel momento lo que se
plateaba era la desposesión o despojo de las tierras de los indígenas
como primera forma de acumulación originaria de la burguesía
incipiente.
La pregunta surge aquí es: ¿qué hacer con los
indios? Conviene decir que se formulaba una nueva política sobre los
indios que ya se había presentado desde un tiempo atrás pero que se
actualizaba. Surge una nueva política para darle soluciones prácticas y
rápidas al proyecto nacional, es decir, la manera de convertirlos para
que fueran ciudadanos de la incipiente nación, y se liberara la
condición de indio. Se renueva el discurso antropológico para hacer
frente al problema del indio una vez que le ha despojado de sus
propiedades. Para hacer frente al problema del indio se va formular una
política que hoy se le conoce con el nombre de indigenismo. Cabe decir
que el indigenismo desde sus orígenes es producto del Estado para
llevar a cabo el proyecto nacional y la modernización del mismo. El
indigenismo es una política del Estado que tiene un claro objetivo
integracionista, pues la población indígena no era considerada
mexicana, y el hecho de no serla obstaculizaba su desarrollo de ella y
de la nación y por lo tanto no era considerada ciudadana y en ese
sentido había que convertirla en la misma. Desde antes, en este momento
y después, el tema del indio se convertirá en un tema del Estado que
planteará profesiones para su conversión, pero sobre todo convertir
este caso, en la idea del problema del indio. En este momento los
mecanismos de aplicación de la antropología para la conversión fueron
muy incipientes. Pero fueron para los liberales muy eficaces, en el
periodo de la Reforma, pues aplica lo que Héctor Diaz-Polanco basándose
en la idea de Gonzalo Aguirre Beltrán llama la política indigenista incorporativa
que consistió en que “se vieron en la necesidad de procurar la
incorporación de los grupos étnicos llamados indios, que no
participaban en la vida nacional, porque no tenían noción ni sentido de
nacionalidad. Tal política se desarrollará bajo el signo de las ideas
liberales, y pondrá en práctica un programa de incorporación sobre la
base de la libre competencia y la propiedad privada. Las corporaciones
(la eclesiástica y las que constituyen las comunidades indígenas) serán
puestas en jaque, a fin de que se adapten a estos imperativos. Se
imponen a las comunidades indígenas la parcelación, obligándolas a
titular las parcelas, como propiedad privada” (Diaz-Polanco; 1987: 18).
Las comunidades indígenas serán obligadas a ser propietarias
individuales de sus propias tierras de solo una pequeña parte de lo que
les habían arrebatado.
El despojo y la integración de los
indígenas no se dieron de manera de manera pasiva y sin violencia, sino
por el contrario, se generó un gran descontento con fuertes luchas y
enfrentamientos de los liberales con algunas comunidades indígenas que
muchas de estas consiguieron sobrevivir muchos años después. Dichos
conflictos son muy poco observados por algunos antropólogos cuando
hacen sus análisis, e inclusive algunos historiadores convencionales
apenas hacen referencia. La historiadora Leticia Reyna tiene estudios
donde hace referencia a estos conflictos, y dice que “el proyecto
liberal tendió a excluir de los beneficios de la modernidad a la
mayoría de la población y en particular indígenas y campesinos, este
sector manifestó su descontento de muy diversas formas. Las más
reiterativas y que provocaron fuertes conflictos y enfrentamientos
armados fueron la lucha por la tierra y la lucha por la autonomía [1]
comunal en la primera mitad del siglo. Hacia finales del siglo pasado,
por un lado, la lucha cobró la forma de contienda electoral y se
incorporó a ella y, por el otro, hubo un resurgimiento de las demandas
indianistas. En el proceso, los campesinos entablaron alianzas con
diferentes grupos sociales y participaron intensamente en la luchas por
el poder local, regional y nacional, con ello contribuyeron a la
construcción del estado nacional” (Reina; 1998: II). Es interesante que
la movilización indígena fuera muy diversa, pero también por el despojo
ocasionado por los liberales fue muy importante y significante.
Pero
la política indigenista del Estado de la llamada por los historiadores
época de la restauración, particularmente con juarismo, fue impulsada,
curiosamente, por un indio, el cual había dejado atrás su pasado
indígena. Cómo podemos entender esta aparente contradicción dentro del
grupo indígena que fue contrario a su propia existencia. Los liberales
habían impulsado entre otras cosas, la educación, que fue efectiva y
que “contribuyó a impulsar a numerosos mestizos e indígenas a ocupar
destacados niveles de dirección de la vida social, política y cultural
del país en esa etapa. El importante papel desempeñado por agentes de
la talla de Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y
muchos otros, es expresión” (Gomezcésar; 1995: 86) de como en su mismo
grupo social se habían colocado por el lado de la vida nacional. De
hecho es interesante que un indio como Benito Juárez fuera impulsor de
la política indigenista. Estos indígenas liberales consideraban a la
comunidad indígena un estorbo a la libre circulación de la riqueza y de
la unidad nacional. Entonces la política indigenista o el indigenismo,
una vez que los indígenas se colocaron de lado de los liberales,
formularon no una política de los indios para resolver sus propios
problemas sino de los no indios. A esta política, a juicio de Aguirre
Beltrán, fue la incorporativa. La aplicación de los conocimientos
educativos, aplicados antes a Benito Juárez y otros integrados al grupo
nacional, fueron necesarios al resto de los indígenas o las comunidades
indígenas. En este sentido dice Aguirre Beltrán que “la política
incorporativa tuvo por propósito convertir al indio en ciudadano de la
nación emergente, concebida ésta como una nación occidental; por
consiguiente no aceptó que el indio pasara a formar parte de la
sociedad moderna llevando consigo el fardo de sus valores arcaicos, su
lengua y sus modos de actuar y de pensar, tan alejados del modelo
europeo que tenía en tal alta estima” (Aguirre; 1992: 26).
Llegando
aquí sería conveniente citar concretamente la formulación de los
conocimientos de antropología que se platearon para darle a los
liberales la solución en la que se enfrentaron en su tan anhelado
proyecto nacional, sin embargo, las fuentes consultadas dan poco
información acerca de ello. Esto se debe al incipiente desarrollo de
los conocimientos de antropología en este periodo. Más bien lo veremos
en los próximos años en que la llamada ciencia antropología tiene lugar
en el México posrevolucionario. Por ahora veremos en el siguiente
apartado, que todavía los conocimientos de antropología no son
suficientes para su aplicación más sustancial o por lo menos su
desarrollo estaba en proceso de construcción.
2. EL PORFIRIATO Y LA CONSTRUCCION DE UNA ANTROPOLOGIA
Con
el ascenso de Porfirio Díaz al poder no cambia el contexto político,
económico, social y cultural del país. No considero que con el cambio
de un hombre al poder del Estado represente una nueva forma de relación
con respecto al pasado; esa es una idea de los historiadores e
ideólogos más conservadores dispuestos a legitimar un gobierno y
ciertos personeros proclives a beneficiarse de las condiciones que las
generan. Más bien representa una continuidad de lo que se venía ya
aplicando anteriormente y la profundización de lo mismo. El periodo
histórico llamado porfiriato el capitalismo tiende a profundizarse. Se
desarrolla lo que algunos economistas llaman una economía de enclave;
es decir, una política económica que genera las condiciones para
impulsar el mercado externo, a expensas de un interno. Además que
durante el porfiriato se generaron las condiciones de un periodo de
estabilidad política y social bajo un régimen de control y de
sometimiento sobre grandes sectores sociales, algo necesario para el
capitalismo mundial. Porfirio Díaz gobernó el país durante 30 años,
aunque no continuos, por lo menos al principio, que van de 1877 a 1911.
Comienza en 1877 después de derrotar a los lerdista e iglesistas, en el
que inicia su primer mandato presidencial y concluye en 1911, poco
después de iniciar la revolución.
Una característica
importante que se distingue de los gobernantes anteriores para
conseguir esta mencionada paz en que se mantuvo el país y que no había
alcanzado desde la independencia, es que había conseguido una alianza
entre conservadores y liberales. Esto le daría, en parte, una
estabilidad dentro de los sectores dominantes para que, en términos
económicos, diera un empuje al proceso de modernización. Otra
característica, como he mencionado, es el control férreo sobre el resto
de los sectores sociales. Es decir, la represión sobre la naciente
clase obrera, los campesinos, indígenas y algunos de la llamada,
pomposamente, clase media. Y finalmente la imposición de una dictadura
en lugar de una “democracia” que habían planteado los liberales y al
que Porfirio Díaz se adhería, con el fin de conseguir la tan anhelada
recuperación económica no lograda antes por la inestabilidad. Si bien
también forma parte de una continuidad de los ideólogos de las Leyes de
Reforma, y en ese sentido es una prolongación al proyecto de nación
capitalista.
La política implementada por el porfiriato
consolidó la acumulación de capital en el interior del país con el fin
de fortalecer el capital externo. En el interior del país, el proceso
de modernización y desarrollo representó para el eje de la economía la
implementación de las vías de comunicación: el telégrafo, las líneas de
navegación, pero principalmente el incremento de las vías ferroviarias.
Las elites liberales fascinadas por la modernización en la que había
sumergido el país, se muestra el contraste: la mayoría de la población
soportaba grandes carencias y múltiple de limitaciones, con un cada vez
más creciente empobrecimiento, particularmente por intenso proceso de
despojo de tierras debido a la aplicación de la Leyes de Reforma que el
porfiriato profundizó. Las poblaciones indígenas serán los grupos en la
mira de los liberales en el poder. Las cuales no sólo serán despojados
de sus tierras, sino por otras formas de represión como la
incorporación, la colonización y el sometimiento del Estado en alianza
con las compañías, particularmente con las deslindadoras. El despojo
continuo a los que fueron sometidos las comunidades desde la entrada de
los liberales, benefició a los hacendados en los que se concentró la
propiedad de la que fue arrebatada. Dice Julio Cesar Olivé que “el
elemento indígena fue el que más sufrió dentro del sistema liberal
porfiriano. Se aceleró el despojo de tierras por efecto de las leyes de
desamortización, colonización y de terrenos de baldíos. La propiedad
indígena estaba muy deficientemente registrada o tutilada o francamente
carecía de títulos, de lo que se valieron los hacendados, las rancheros
y, sobre todo, las compañías deslindadoras forasteras para despojar a
los pueblos indígenas y fortalecer la propiedad latifundista,
compartida ahora por los antiguos y por los nuevos hacendados, entre
los cuales estaban extranjeros, principalmente norteamericanos” (Olivé;
2000: 91). La movilización de las comunidades indígenas fue importante
para defender sus propiedades y con ello su cultura. El porfiriato fue
feroz contra las comunidades indígenas, muchas de ellas fueron
deportadas a las haciendas de Yucatán para hacer obligadas al trabajo
esclavo, como el caso de los yaquis y los mayos.
Los ideólogos
del porfiriato, aunque no solo del porfiriato sino de algunas partes de
América Latina (Guerra; 2003: 376), los llamados científicos que
basaban su filosofía en el positivismo, se habían planteado la
incorporación del indio, pero no con tanto entusiasmo. La filosofía
positiva era la base del pensamiento de la época para el
establecimiento de la infraestructura del capitalismo. En aquel
entonces también influía el darwinismo en las elites “pensantes” de los
llamados científicos. Pero el positivismo da las bases para el
desarrollo de la ciencia y la técnica, las prácticas que tanto necesita
la elite dominante, para el desarrollo material que tanto anhela la
burguesía. Sin embargo para el desarrollo de la antropología y su
aplicación todavía no alcanzaba más que una mínima parte. Solo
interesaba en la construcción de museos en las que se reunieran
información de las comunidades indígenas que habían existido en el
pasado, es decir, las comunidades muertas, aunque las vivas se les
rechazaran y les reprimiera. A penas si se pensaba en una parte de la
cultura dominante, que por cierto muy importante: la educación. Olivé
dice que “El problema de la población nativa se aborda con mentalidad
discriminatoria y se carecía de interés y de los instrumentos jurídicos
e institucionales para planear cualquier tipo de política indigenista,
salvo el aspecto educativo, que fue motivo de esfuerzos aislados, de
orden regional, como en Chihuahua, donde se establecieron escuelas
indígenas en la sierra” (Olivé; 2000: 93). La formulación de un tipo de
educación para su posterior aplicación, sería el medio para la
incorporación, sin embargo, en aquel entonces se consideraba que el
desarrollo económico y el progreso sería la solución del problema, pero
también, por otro lado, habría que ver la cuestión de la población: se
modificaría la composición demográfica con las portaciones genéticas y
culturales de inmigrantes extranjeros, que era parte de la política de
la Ley de colonización (Ibíd.).
La elite intelectual
porfiriana también estaba preocupada porque enfrentaba grandes
rebeliones indígenas a causa del despojo y la explotación. Sin ir más
allá de las particularidades en que se expresaron las rebeliones
indígenas, estas pusieron el punto para resolver el problema del indio.
Tomando en cuenta que las rebeliones fueron reprimidas a sangre y fuego
por la dictadura, como otra posible solución a los problemas. Ejemplos
de la represión y destrucción de estas rebeliones fueron en Pachuca,
Actopan en Hidalgo en 1877, en la Sierra Nayarita en 1877-1881, en la
Ciudad del Maíz en San Luis Potosí en 1877-1883 (Reina; 1998: XIV),
entre otras. En ese sentido, mientras se daba la lucha entre indígenas
y la elite liberal porfirista, los intelectuales e ideólogos debatían
el problema indígena en el interior del gobierno o fuera. Dice Leticia
Reina:
“Se preguntaban cuál era el lugar del indio en la
sociedad mexicana. El centro de la discusión era si el indio se le
podía transformar y modernizar para incorporarlo a la agricultura
comercial, o si había que ignorarlo para modernizar el país. Y hay que
tomar en cuenta que el 40% de los nueve millones y medio de mexicanos
estaba calificado como indio.
El más notable dirigente de los
“científicos” fue José Yves Limantour, ministro de Hacienda desde 1893.
Su idea de gobierno era tecnócrata, es decir el gobierno en manos de
los expertos técnicos. Partía de las nociones de la selección natural y
el predominio del más fuerte. Esto lo llevaba a reconocer la existencia
de élites naturales, las únicas capaces de conducir el proceso político
y en su caso modificarlo. Estaba implícito que las élites naturales
eran, en la sociedad mexicana, los especialistas y los hombres de
ciencia. Por lo tanto, para él, los indios eran por naturaleza física y
socialmente inferiores; esta ley natural fijaba a una situación
permanente, haciendo poco probable que pudieran ser transformados en el
llamado hombre moderno: estas certezas lo llevaron al abandono de la
cuestión indígena” (Ibíd.: XVI).
La cuestión de la
transformación de los indios o la corporación a la nación, no fue el
punto que motivó a su efectiva aplicación, debido a la concepción que
se tenía. El ideólogo liberal Justo Sierra había propuesto que por
medio de la educación científica transformaría al indio en un individuo
progresista de la sociedad mexicana, sin embargo la educación que
plateaba nunca llegó a ser aplicada en las comunidades indígenas
durante el porfiriato, o por lo menos no en su forma masiva como lo
conseguiría en la posrevolución. De alguna manera la rebelión indígena
sí ponían en jaque a la dictadura que impidió la libre transformación
del llamado indio. Así entonces, el problema del indio no fue resulto
porque también no estaban desarrollados los conocimientos de
antropología o educación científica como lo llamó Sierra.
3. LA POSREVOLUCION Y LA CREACIÓN DE UNA ANTROPOLOGIA CIENTÍFICA.
La
revolución de 1910 se presenta en un contexto en donde las
contradicciones del capitalismo mundial salen a flote. Las guerras
mundiales que viene después y la revolución Bolchevique, ponen en entre
dicho el poder de las elites dominantes. En México el proyecto liberal
impuesto desde principios de la segunda mitad del siglo XIX, se sumerge
en una crisis en todos los sentidos de la vida social.
En
otras cosas, viene motivada por la urgencia de un cambio social,
político, económico e inclusive cultural que habían construido la elite
política y económica. Los liberales habían puesto a la sociedad
mexicana en una cerrazón en la que no tenían cabida ni su misma clase
social, es decir, algunos individuos de la elite había quedado
excluidos de la política-económica del porfiriato, y mucho menos los
sectores excluidos por el capitalismo en el país, un capitalismo sui generis, es decir, en su expresión mexicana, latinoamericana y dependiente.
El
desplazamiento espacial y de clases sociales en el involucramiento que
tuvo en la revolución, puso en difícil situación a la elite dominante
posicionarse en el frente. La elite que se había enriquecido durante el
porfiriato, como Madero y demás, no era nadie sin el involucramiento de
la población explotada como obreros, campesinos (indígenas y mestizos)
y una parte de la llamada clase media en la guerra de revolución. Sin
ir demasiado al detalle en estos acontecimientos que cambiaron el rumbo
del capitalismo mexicano, por lo menos el que se estaba desarrollando
en el siglo XIX, una nueva elite se posiciona al término de la
revolución. Muchas de las nuevas elites pertenecían a la llamada clase
media que se supo colocar en los espacios del poder. Los campesinos e
indígenas (o indígenas campesinos) que había participado en la
revolución en busca de las tierras arrebatadas durante el porfiriato,
quedaron en la misma situación. Las clases populares seguirían siendo
excluidas y explotadas. Con la consolidación de la llamada “familia
revolucionaria” los grupos excluidos seguían movilizándose y
organizándose, consiguiendo algunos derechos que la nueva elite se vio
obligada a reconocer, sobre todo con el ascenso del cardenismo. El
cardenismo representó una nueva organización política y económica y
reorientó que capitalismo mexicano. La nueva elite inició una
reconstrucción del Estado en todas sus dimensiones o por lo menos gran
parte del mismo. La reconstrucción nacional se presenta como un nuevo
periodo histórico en el que el nuevo grupo en el poder formuló un nuevo
proyecto de nación con características propias de la época o por lo
menos tuviera concordancia en su momento. Frente a las condiciones de
incertidumbre en las que se postraba el país, la elite intentaba
reorganizar y reordenar las relaciones sociales al preguntarse sobre la
existencia de lo que éramos para de ahí montar todo un aparato
ideológico y político de lo que deberíamos ser. Todo esto se necesitó
de un grupo de intelectuales que llevaran a cabo la tarea, algo que
como los llamó Gramsci, intelectuales orgánicos que sirvieran al
Estado. El cardenismo fue el punto en el que el Estado mexicano
acabaría por consolidarse. El interés de Cárdenas por consolidar el
nuevo Estado que años atrás no se concretaba, tuvo su punto al
construirlo en base a lo que se dio en llamar un pacto social, es
decir, todos los sectores sociales del país participarían en la nueva
política económica, hacia lo que se intentaba llegar: el México
moderno, bajo la ideología nacionalista revolucionaria.
La
nueva elite fortalecida y consolidada en el poder, reorganizó y
reformuló la política indigenista, y aparecía de nuevo el problema del
indio, según la nueva elite. Al final de la revolución la antropología
no había tenido grandes avances o por lo menos todavía se encontraba en
proceso de construcción. Teniendo en cuenta esto, no podemos dejar de
tomar en cuenta que hubo algunas investigaciones que ponen sobre la
mesa el interés por investigar a las comunidades indígenas que le
interesaba saber al estado en su intención de integrarlos a la nación.
Héctor Díaz-Polanco distingue en el periodo posrevolucionario un tipo
de política indigenista para resolver el problema de los indios al cual
la llama integración (Díaz-Polanco; 1987: 19). Pero esta
política no se lleva a cabo sin el desarrollo de la misma antropología.
En un primer momento inicia con este incipiente desarrollo de la
antropología e inclusive precaria cuando se funda la Escuela
Internacional de Arqueología y Etnología. Después funda en 1917 Manuel
Gamio la dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y
Fomento, y quien escribió uno de los primeros trabajos antropológicos
sobre el conocimiento de las comunidades indígenas que una de sus
preocupaciones era ver la posibilidad de integrarlos a la nación. Es
una investigación que se considera el arranque de la antropología en
México. Gamio se ha considerado el iniciador de la antropología y el
indigenismo científicos, eso es interesante resaltar. Pero decía antes
que integrarlos porque desde entonces se estaba ya planteado la manera
de cómo enfrentar el problema del indio. Aunque en al presente
investigación el autor plantea la inexistencia de la nación mexicana y
los elementos para la conformación de un proyecto nacional que sirviera
de herramienta política en los próximos años cuando se intenta
reconstruir el Estado bajo la idea nacionalista, una expresión del
capitalismo mundial y del país de la época. Veamos algunas líneas de su
texto, un manual no solo de aplicación intelectual sino política que
uniera en un solo aspecto la sociedad nacional que se pretendía
construir, y que hace referencia sobre el lugar que debe ocupar el
indio:
“1º. Unidad étnica en la mayoría de la población, es
decir, que sus individuos pertenecen a la misma raza o a tipos muy
cercanos entre sí. 2º. Esa mayoría posee y usa un idioma común, sin
perjuicio de poder contar con otros idiomas o dialectos secundarios.
3º. Los diversos elementos, clases o grupos sociales ostentan
manifestaciones del mismo carácter esencial por más que difieran en
aspecto e intensidad de acuerdo con las especiales condiciones
económicas y de desarrollo físico e intelectual de dichos grupos. En
otros términos, con variación en cuanto a forma la mayoría de la
población tiene ideas, sentimientos y expresiones de concepto estético,
del moral, del religioso y del político. La habitación, la
alimentación, el vestido, las costumbres en general son las mismas, con
la diferencia más o menos aparente que imprime el mayor o menor
bienestar económico de las respectivas clases sociales. Por último, el
recuerdo del pasado, con todas sus glorias y todas sus lágrimas, lo
atesoran los corazones como una reliquia: la tradición nacional, ese
pedestal arcaico donde se yergue la patria, vive palpitante y vigorosa
en hombres, mujeres y niños, en sabios e ignaros, en los hijos de la
gleba y en los petimetres refinados, en los altos cultores del arte y
en pobrecillos rapsodas de aldea. Y esa tradición hace el milagro de
transmutarse en mil aspectos conservando siempre su unidad y su
carácter típico” (Gamio; 2006: 8).
En la aplicación de la
antropología que se estaba planeando, Manuel Gamio tenía una
característica muy particular. Según Juan Comas: “Manuel Gamio, tomó
desde 1917 la iniciativa en cuanto a la utilización de la antropología
social en problemas de mejoramiento de las que denominó ´poblaciones
regionales´” (Comas; 1976: 4). En el centro de la preocupación de los
antropólogos como Gamio es el “mejoramiento” para transformar las
comunidades indígenas con el fin de justificar su política en favor de
la construcción de sociedad nacional. En otro párrafo Comas resalta
esta preocupación de Gamio sobre las comunidades indígenas, en el
momento en que ocupaba la Dirección de Antropología, pues dice que “El
programa de la Dirección de Antropología puede decirse que es un
proyecto oficial para el mejoramiento social, basado en estudios
antropológicos y etnográficos, desarrollado de acuerdo con principios
científicos que constituyen un extraordinario y casi único experimento
de gobierno” (Ibíd.: 23). La preocupación según Gamio era el
“mejoramiento” de las comunidades indígenas. Una forma de justificación
y de necesidad de la nueva elite que se estaba proyectando en
construcción del nacionalismo mexicano por parte del Estado en
construcción.
Otra manera de plantear la antropología social
aplicada sobre las comunidades indígenas en el periodo
posrevolucionario, Moisés Sáenz marca otro punto importante. Promotor
del Primer Congreso Indigenista Interamericano, Sáenz estuvo también
preocupado por la incorporación del indígena. Fue creador de La Casa
del Estudiante Indígena, del sistema de escuelas rurales, entre otras
cosas. Dice Comas que “entre junio 1932 y enero de 1933 planteó un
interesante ensayo con el nombre ´Estación Experimental de
Incorporación del Indio´, en la Cañada de Once Pueblos, siendo su
´objeto desarrollar estudios e investigaciones de Antropología social´,
para cerciorarse de las realidades del medio indígena y de los
fenómenos que operan en el proceso de la asimilación aborigen al medio
mexicano” (Ibíd.: 27). La concepción de Sáenz está ligada, como Gamio,
al proyecto integrador, pero con argumentos más desarrollados en su
obra basada sobre todo en la educación, de hecho él fue un impulsor de
la educación nacionalista, algo que se interrumpe por su inesperada
muerte y que Gamio lo continuo de alguna manera. Dice Comas que “la
obra de Sáenz y el ambiente que la misma creó, tuvieron influencia
decisiva en la orientación antropológica de posteriores actos del
gobierno en su política de incorporación e integración indígenas a la
nacionalidad” (Ibíd.: 30).
La obra de otro antropólogo
indigenista que tuvo una labor importante en la construcción de la
antropología científica, y que estaba preocupado por el “mejoramiento”
socio-económico y su integración de las comunidades indígenas fue
Miguel O. de Mendizábal. No voy a profundizar sobre él, pero si decir
que tiene un lugar dentro del proyecto integrador del Estado
posrevolucionario. Dice Comas que “en 1941 encontramos a Mendizábal en
el Departamento de Antropología de la Escuela Nacional de Ciencias
Biológicas como profesor de ´antropología aplicada´ y dirigiendo un
seminario acerca de ´problemas indígenas actuales de las repúblicas de
América´” (Ibíd.: 32).
Un punto importante dentro del
indigenismo del Estado o la llamada antropología aplicada formulada por
el gobierno posrevolucionario, es la participación activa del Instituto
Lingüístico de Verano (ILV) sobre las comunidades indígenas del país.
La complicidad del Estado Mexicano posrevolucionario con el gobierno
imperialista estadounidense se ve cumplida en con el proyecto del ILV.
Según Comas: “sus objetivos inmediatos son el estudio de los idiomas
aborígenes, con la preparación de vocabularios, gramáticas, textos
bilingües, etc.” (Ibíd.: 34) Pero estudios más recientes o por lo menos
desde otra postura desmienten las palabras de Comas. El antropólogo
Gilberto López y Rivas comenta que “el ILV es uno de los instrumentos
que el imperialismo utiliza para accionar de manera sistemática y
permanente en un sector específico de nuestros pueblos: el de los
grupos indígenas y lingüísticamente diferentes de las comunidades
nacionales en donde se encuentran” (López y Rivas; 1988: 126). Apoyado
por el antropólogo protestante Moisés Sáenz, el ILV se establece en
México para “crear un centro de adiestramiento de lingüistas jóvenes
dispuestos al trabajo religioso” (Ibíd.). Dirigidos por William Cameron
Townsend para trabajar en algunos regiones donde habitan comunidades
indígenas del país. La antropología aplicada estaba en el punto
necesario para las elites y contra las comunidades indígenas. Aquí no
se si en favor del nacionalismo impuesto por el Estado mexicano o para
imperialismo estadounidense, pero supongo, por el interés que tiene el
gobierno estadounidense por introducir el protestantismo, puede ser en
su favor porque el imperio no da algo sin nada a cambio. Los
asalariados del ILV tenían un objetivo que cumplir: la trasformación de
los grupos o comunidades indígenas. La introducción de estos al trabajo
de campo es la misma que hacen, por tradición, los antropólogos. Dice
López y Rivas que: “Por medio de informantes asalariados, generalmente
jóvenes, los misioneros comienzan a introducirse en el lenguaje y en la
cultura del grupo. Los informantes son entrenados de tal manera que se
transforman en los primeros conversos que propagan la ideología de los
misioneros. Por lo general, los nuevos conversos inician o auxilian una
campaña religiosa e ideológica con los materiales preparados por el ILV
(Ibíd.: 128). La trasformación de las comunidades indígenas, ya no
tanto para la consolidación del nacionalismo impulsado por el Estado,
tiende a crear tuvo otros objetivos. Pero dentro del ILV, el proyecto
tuvo también varios objetivos. La conversión al protestantismo es uno,
pero en el fondo era introducir la ideología liberal, a través del
reforzamiento del individualismo y la neutralización de la movilización
social de las comunidades indígenas, entre otras cosas.
El
indigenismo formulado por el Estado mexicano se ha ido profundizando.
La “preocupación” de las elites sobre el problema del indio siguió
latente. La creación de instituciones como de la propia Escuela
Nacional de Antropología e Historia (ENAH) o la formación de
antropólogos como de Gonzalo Aguirre Beltrán que impulsarán el proyecto
del Estado mexicano bajo la ideología nacionalista dan cuenta de ello.
Desde el cardenismo hasta los años sesenta se ha considerado la edad de
oro de la antropología en México, porque se generaron las condiciones
materiales, políticas y sociales para construir el pensamiento
antropológico para imponer la ideología que justificara el Estado
nacional. Las comunidades indígenas, a pesar de un largo proceso de
colonización desde la colonia, seguía sobreviviendo al dar la batalla a
las elites que se han impuesto en el poder en diferentes momentos en el
tiempo; y con toda razón las elites posrevolucionarias tenían como un
punto de su preocupación la cooptación de las mismas. Por ejemplo de la
ENAH dice Comas que “surgió de la preocupación, cada día mayor, por
conocer los problemas inherentes a la población indígena mexicana, y
por tanto de la necesidad de preparar personal apto en las distintas
ramas de la investigación” (Comás; 1976: 44). No voy a profundizar en
la creación de la ENAH, pero si decir que fue una de las instituciones
del cardenismo que sirvió para el proyecto nacionalista del Estado
posrevolucionario y frente a la “preocupación” del problema del indio.
El
Primer Congreso Interamericano celebrado en Pátzcuaro, Michoacán, del
14 al 24 de abril de 1940, forma parte de la consolidación del
indigenismo mexicano y latinoamericano, pero también los cambios del
indigenismo que se venían aplicando años antes. De este congreso surgió
el Instituto Indigenista Interamericano, siendo Manuel Gamio su
fundador que consistió en “iniciar, dirigir y coordinar las
investigaciones y encuestas científicas que tengan aplicación inmediata
a la solución de los problemas indígenas” (Ibíd.:50). También, poco
después, la creación de Instituto Nacional Indigenista (INI), siendo
Alfonso Caso su fundador. Esta institución tenía la función de dirigir
la política indigenista en el país, y entre una de las principales
funciones es investigar los supuestos problemas de los grupos de
indígenas del país. El INI fue un organismo que dependía directamente
de la presidencia de la república, todo lo que se hacía dependía de las
decisiones de las elites y gobernantes posrevolucionarios. De esta
institución surge un nuevo grupo de antropólogos dirigidos por Alfonso
Caso, como Gonzalo Aguirre Beltrán A. Villa Rojas y Julio de la Fuente.
Estos antropólogos reformularan los conocimientos antropológicos para
la aplicación sobre las comunidades Indígenas. Por ejemplo, según
Díaz-Polanco, desde el congreso de Pátzcuaro se tomaron los
planteamientos de la política indigenista llamado relativismo cultural
(Díaz-Polanco; 1988: 21), el cual concibe el respeto a las culturas en
las que se está estudiando. Si bien no me voy a centrar mucho en el
debate sobre los límites de esta postura indigenista, pero si decir
forma parte de las reformulaciones de la antropología aplicada o
indigenismo que se presentaron en esta época.
En este periodo
Aguirre Beltrán propone su idea que llama regiones de refugio, que será
otra posición del indigenismo. Beltrán comenta esta idea de la
siguiente manera: “Fue precisamente la organización del primer proyecto
regional de desarrollo integrar establecido en una zona indígena, la
que descubrió la forma y el mecanismo de interacción que, en el curso
de cuatro siglos de contacto, habían construido las comunidades
indígenas y mestizas para integrar una vida común en un mismo
territorio. La aplicación de ese programa de desarrollo hizo ver, en la
práctica, que no era posible inducir el cambio cultural tomando a la
comunidad como una entidad aislada, porque ésta, no obstante su
autosuficiencia y su etnocentrismo, en modo alguno actuaba con cabal
independencia, sino que, por el contrario, sólo era un satélite de una
constelación que tenía, como núcleo central, a una comunidad urbana,
mestiza o nacional” (Aguirre; 1976: 314). Durante estos años el
indigenismo tendrá el campo abierto para la reformulación de sus
propuestas, que muchas veces se verá limitado por los pocos alcances
logrado, sin embargo en un contexto favorecido por el capitalismo
mexicano que dirigía las elites políticas y económicas del país, la
antropología y los antropólogos aplicados tiene todo en mejor
condición. Además dentro en un contexto internacional en el que la
economía favorecía a grande sectores sociales en el capitalismo de
posguerra. La economía en crecimiento daba a muchos sectores sociales
una vida alegra y cómoda. Sin embargo todo tiene su límite y las
contradicciones tarde o temprano salen a flote.
Al llegar los
años sesenta el capitalismo mundial se sumerge, no de momento pero si
paulatinamente, en una crisis política-económica que repercute en otros
ámbitos de la vida social. La crisis tiene su expresión en México no
solo en lo político-económico, sino en lo intelectual el cual sostiene
en parte a aquel. La movilización mundial de 1968 tiene sobre las
llamadas ciencias sociales y la antropología sus efectos inmediatos,
poniéndolas en una profunda y larga crisis. En ese sentido la
antropología o el indigenismo mexicano se postraron en una crisis y
encontraron en una serie de cuestionamientos generados por el contexto
político y social, sobre todo porque durante muchos años estuvo ligado
al Estado o creció por él. El Estado había reprimido salvajemente el
movimiento estudiantil provocando una deslegitimidad en sus políticas
sociales, particularmente sobre el indigenismo. Dentro del quehacer
antropológico, algunos antropólogos cuestionaron el papel que había
tenido la antropología en el pasado, algunos de los que habían
participado en el proyecto indigenista se desligaron y tomaron una
postura crítica ante el mismo. Un ejemplo ilustrativo es el texto
llamado De eso que llaman antropología mexicana, donde se
reúnen textos de análisis críticos del indigenismo y la antropología.
En ese sentido, la antropología entra en un periodo de crisis y
trasformación.
La Revolución Cubana, por otro lado, desde los
primeros años sesenta puso en crisis política y social no solo al poder
dominante de las elites y gobernantes de los países que conforman el
subcontinente latinoamericano y también la dominación imperialista
estadounidense, sino también a los llamados científicos sociales por su
involucramiento en los proyectos de investigación que combatían la
insurgencia en el subcontinente. El “escándalo” que se desata por el
involucramiento de antropólogos y sociólogos en el Plan Camelot (López
y Rivas, 1988: 37), antecede a la crisis de la antropología y del
indigenismo en México. Fueron los años de gran convulsión social y no
se podría esperar que no afectara las llamadas ciencias sociales y la
antropología a nivel nacional, subcontinental y mundial.
La
antropología desde los años sesenta cambia su postura, o por los menos
el indigenismo ya no va a tener la posición privilegiada que lo tuvo a
partir de los años del cardenismo en adelante, o hasta los años sesenta
en que se postra en una crisis. De aquí en adelante, la antropología
(aplicada) va a tener diversas maneras de apoyarse, ya no solo del
Estado, sino de otras instituciones que requerirán del trabajo del
antropólogo. En nuestros días los antropólogos son contratados por
diversas organizaciones que requieren sus servicios, que no dejan de
tener interés colonialista interno, colonialista o neocolonialista, por
retomar conceptos usados por Margarita Nolasco y Pablo González
Casanova. Por ejemplo, algunos antropólogos son contratados por las
ONGs que gran parte de ellas son financiadas por organizaciones
internacionales para enfrentar los efectos del neoliberalismo que se
consolidó en los años noventa y que se mantiene de alguna forma hasta
nuestros días. De acuerdo con James Petras, las ONGs son los brazos del
imperialismo, pues ha servido para mantener su dominio en los países en
que su poder podría ponerse en peligro. Los antropólogos y otros
asalariados sirven en la manera en que “desvían a la gente de la lucha
de clases” (Petras, 2000: 7). En la Escuela Nacional de Antropología
vemos algunos profesores que trabajan para la ONGs, como el antropólogo
Milton Gabriel o también lo hay los que son historiadores como Jorge
Ignacio García. Este es un ejemplo, pero hay muchos en los que
participan los antropólogos con quien los requiere. Vendiéndose al
mejor postor. En este sentido ha cambiado la utilización de la
antropología en nuestros días, que parte de aquel momento histórico de
los años sesenta.
CONCLUSIÓN
En la medida en cómo se
modifiquen las relaciones sociales en el capitalismo, particularmente
en el capitalismo mexicano y en la construcción del Estado-Nación y
sociedad nacional, el uso de la antropología o conocimientos de la
misma en su aplicación se fue modificando, pero también se fue
desarrollando. A lo largo de esta recorrido histórico, la antropología
(aplicada) ha tenido algunas formas de aplicación y de desarrollo de
acuerdo al momento en que se encuentra en el proceso histórico del
México contemporáneo. Con el triunfo de los liberales sobre los
conservadores y otros sectores sociales, le permite llevar a cabo, con
mejores condiciones, la construcción de un Estado-nacional que ya se
plateaba años atrás. Se plantean algunas formas de integración de las
comunidades indígenas, como aquella política indigenista denominada incorporativa.
En la que la antropología va a ser fundamental, pero sin lograr todavía
grandes avances. En el periodo histórico llamado porfiriato el
capitalismo tiende a profundizarse, presenta una continuidad con
respecto a los liberales de comienzo de la segunda mitad del siglo XIX,
y la política indigenista sigue manteniendo algunos avances que son
necesarios, que según las elites, en su idea de ver el problema del
indio que no impidiera la construcción de la nación. La revolución de
1910, representa una profunda crisis del capitalismo mexicano, pero
inmerso en el contexto del capitalismo mundial también en crisis. Las
nuevas relaciones que se generan, se reformulan las nuevas políticas
para un nuevo Estado que las nuevas elites impulsan. En ese sentido,
las elites encuentran que en su proyecto de un capitalismo mexicano
posrevolucionario que el problema del indio sigue latente. Aplican una
nueva política llamada integración. Las condiciones políticas y
económicas favorecen un nuevo repunte de la política indigenista, para
hacer de la antropología una institución que facilitara la integración
del indio a la nación. Sin embargo, la crisis social, política,
económica y cultural que sumerge el capitalismo mundial y mexicano,
pone en cuestionamiento la política indigenista que entra en un periodo
de crisis. En este sentido podría comentar, por último que, en palabras
de Margarita Nolasco que: “La antropología aplicada –indigenismo- ha
sido siempre una antropología colonialista, destinada al conocimiento
–y en consecuencia al uso- del dominado” (Nolasco; 2010: 72).
Nota:
[1] Los estudios actuales sobre la autonomía, muchas veces dejan de lado
que la autonomía tiene una larga historia en las movilizaciones
indígenas. Muestra de ello es lo que apologéticamente hace Héctor
Díaz-Polanco, entre otros.
BIBLIOGRAFIA UTILIZADA
Aguirre Beltran, Gonzalo. (1976). “Integración Regional”. En Juan Comas. Antropología social aplicada en México. México: Instituto Indigenista Interamericano.
Aguirre Beltrán, Gonzalo. (1992). “Un postulado de política indigenista”. En Obra Polémica. México: FCE.
Bastide, Roger. (1972). Antropología aplicada. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Comas, Juan. (1976). Antropología social aplicada en México. México: Instituto Indigenista Interamericano.
Díaz-Polanco, Héctor. (1987). “La teoría indigenista y la integración”. En Indigenismo, modernización y marginalidad. Una revisión crítica. México: Juan Pablos Editor.
Gamio, Manuel. (2006). Forjando patria. México: Porrúa.
Gomezcésar
Hernández, Iván. (1995). “Los liberales mexicanos frente al problema
indígena: la comunidad y la integración nacional”. En Raquel Barceló,
et. al. (coord.) Diversidad étnica y conflicto en América Latina, Volumen II. México: UNAM, Valdés Editores.
Guerra, Francois-Xavier. (2003). México: del antiguo régimen a la revolución. Tomo I. México: FCE.
Harris, Marvin. (2007). Antropología cultural. Madrid: Alianza editorial.
Latapí,
Andrés (2005). “Enseñanza y aprendizaje de la antropología aplicada en
México”. En Cuicuilco, vol. 12, núm. 35, septiembre-diciembre, México:
ENAH, pp. 103-113.
López y Rivas, Gilberto. (1988).
Antropología. Minorías étnicas y cuestión nacional. México: Ediciones
Aguirre y Beltrán. Editorial Cuilcuilco-ENAH.
Nolasco Armas,
Margarita. (2010). “La antropología aplicada en México y su destino
final: el indigenismo”. En Olivera, Mercedes, et al. De eso que llaman antropología mexicana. México: ediciones Aguirre y Beltrán.
Olivé Negrete, Julio Cesar. (2000). Antropología mexicana. México: CONALCULTA-INAH. Plaza y Valdés editores.
Petras, James. (2000). “El postmarxismo rampante: Una crítica a los intelectuales y a las ONG” en http://www.lahaine.org/b2-, consultado el día 31 de julio de 2015.
Reina, Leticia. (1998). Las rebeliones campesinas en México (1819-1906). México: Siglo XXI.
Zoraida Vazquez, Josefina. (2004). “De la independencia a la consolidación de la República”. En Nueva historia mínima de México. México: El Colegio de México.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario