Apenas el domingo pasado nos
desayunamos con la nada halagüeña noticia de que la Unión Europea (UE)
pactó con la farmacéutica privada AztraZeneca, el suministro de cerca de
400 millones de dosis de la tan ansiada vacuna contra el coronavirus.
El contrato prevé la distribución de las dosis de manera proporcional
a la población de cada país de la UE, en cuanto la vacuna esté
disponible en el mercado, lo cual podría ocurrir, en el mejor de los
casos, hacia finales de este año o principios de 2021.
Dicho acuerdo se suma al que la farmacéutica anglo-sueca había
signado en días previos con los gobiernos de Estados Unidos y Gran
Bretaña para suministrar algo así como 700 millones de dosis.
Tales convenios consisten en que los gobiernos de los países
firmantes, todos ellos poderosos, aportan generosas cantidades de dinero
que se invierten en la mejora de la capacidad de producción de la
empresa y, de esa manera, aseguran que sus poblaciones tengan acceso
privilegiado a la vacuna.
Estos hechos han despertado ya la preocupación y la inconformidad de
diversos gobiernos y organismos multilaterales, pues en sí mismos
representan una evidencia más de las asimetrías, las desigualdades y el
egoísmo de las naciones ricas.
El gobierno y la población mexicanos, al igual que los gobiernos y
los habitantes de los países más pobres del mundo, tienen motivos de
sobra para inquietarse y manifestar su malestar ante semejante acopio.
De ello da cuenta puntual Michael Kremer, premio Nobel de Economía 2019,
en una magnífica entrevista publicada recientemente en La Jornada.
Los países de América Latina y de ingresos medios, advierte Kremer,
corren el riesgo de quedar marginados en la distribución de vacunas
contra el Covid-19. En la medida en que las naciones más ricas ya
realizan inversiones millonarias que les garantizan el suministro, las
más pobres apenas podrán cubrirlas parcialmente a través de fundaciones.
Dice que las pérdidas por el coronavirus en términos de salud y
económicas son tan grandes que realmente vale la pena intentar
inversiones sin precedente en la investigación de diferentes vacunas. De
lo contrario, señala, se corre el peligro de generar un cuello de
botella en la producción y distribución, una vez que exista un único
fármaco probado.
Hace un par de meses, ya previendo las intenciones acaparadoras por
parte de los países ricos, la cancillería mexicana impulsó, a través del
embajador ante Naciones Unidas, Juan Ramón de la Fuente, un relevante
acuerdo político que mereció incluso el reconocimiento de la
Organización Mundial de la Salud (OMS).
La iniciativa mexicana –avalada por 179 de los países miembros de la
ONU– se refiere en resumidas cuentas a la indispensable cooperación
internacional que asegure el acceso global y equitativo a los
medicamentos, vacunas y equipos médicos necesarios para hacer frente a
la pandemia del Covid-19.
El nuestro es un país populoso, desigual, injusto socialmente, que
sin duda requerirá de decenas de millones de dosis de la vacuna para ser
aplicadas en cuanto ésta salga al mercado, por lo que el gobierno se
sabe obligado a realizar grandes esfuerzos y acciones imaginativas que
tiendan a garantizar el suministro para todos, ricos y pobres.
Y es aquí precisamente donde cobra particular relevancia el asiento
conseguido apenas ayer por México en el Consejo de Seguridad de la ONU,
la instancia más importante de Naciones Unidas –por momentos superior a
la Asamblea General–, responsable de la nada fácil misión de mantener la
paz y la seguridad en el planeta.
Sin duda, el asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU otorga a
nuestra nación una importancia estratégica en la diplomacia
internacional, de la cual carecía hasta hace unas horas. Durante los
próximos dos años, México tendrá un lugar en la mesa junto a las
superpotencias, como Estados Unidos, China, Francia, Rusia y Reino
Unido, quienes con un sitio permanente en el consejo, conforman la
principal fuerza de paz y seguridad en el mundo.
Apoyado por los países latinoamericanos, México se ha posicionado de
golpe como un actor principalísimo dentro del concierto de Naciones
Unidas, situación que, a querer o no, le confiere una moneda de cambio
ante coyunturas de política internacional tan complejas como la del
Covid-19.
Tanto el gobierno como los grupos económicos mexicanos deberán tocar
las puertas necesarias y explorar caminos que reditúen en apoyos
concretos, de la misma manera en que la diplomacia internacional tendrá
que jugar su nuevo rol político en el multilateralismo, con mayor aplomo
y decisión, pero al mismo tiempo con humanismo y con la sensibilidad,
el tacto y la precisión de un cirujano.
México enfrenta ahora el reto de sacudir de una buena vez la
anquilosada diplomacia que lo tiene sujeto de tiempo atrás, apostar al
multilateralismo y pugnar por el cumplimiento de los compromisos
adquiridos por los estados respecto al acceso global y equitativo a las
vacunas, a las medicinas y al equipamiento médico, que permita a todos
contender de manera eficaz y eficiente con la pandemia. A ricos y
pobres. Sin distingos.
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