Editorial La Jornada
La mayor parte de
las naciones, incluida la nuestra, se debaten en la construcción de una
nueva normalidad luego de la primera oleada global de la pandemia de
Covid-19, sin que ninguna de ellas tenga una certeza razonable de cómo
hacerlo, sin que exista un camino exento de riesgos para empezar a
reactivar las postradas economías y cuando la amenaza sanitaria dista
mucho de haber sido superada.
Con el levantamiento parcial de las disposiciones de confinamiento
han tenido lugar rebrotes de la epidemia en China, país en el que se
originó, de acuerdo con la información disponible, y en el que se daba
casi por superada; en Corea del Sur, cuyo manejo de la pandemia fue
visto por muchos como ejemplar; en Portugal, que hasta ahora ha logrado
eludir desastres sanitarios como los que ocurrieron en Italia, Francia,
Gran Bretaña y España; en esta última se ha registrado un repunte de los
casos confirmados y en Estados Unidos existe el temor de que sobrevenga
una segunda oleada de infecciones descontroladas ante la presión del
presidente Donald Trump y de otros ámbitos gubernamentales y
empresariales de suprimir las normas de distanciamiento social.
Respecto de Latinoamérica, en México la pandemia permanece, en lo
general, en una ya larga y desalentadora meseta, con disminuciones
mínimas en algunas entidades y crecimiento en la mayoría de ellas; van
al alza en Chile –con el telón de fondo de la renuncia del ministro de
Salud del gobierno de Sebastián Piñera– , en Perú, Colombia, Argentina y
Panamá, entre otros, y es de completo desastre en Brasil, donde se
contabilizan ya 888 mil contagios y casi 44 mil muertes, donde su
presidente, Jair Bolsonaro, ha cambiado en tres ocasiones de titular de
Salud en lo que va de la pandemia y ha exhibido actitudes aun más
irresponsables, si cabe, que las del propio Trump.
El mundo se encuentra atrapado entre este desolador panorama
sanitario y la acuciante necesidad de reactivar, así sea parcialmente,
la actividad económica, cuya parálisis ha dejado centenares de millones
de desempleados, cientos de miles de empresas cerradas en definitiva y
caídas sin precedente en la producción, el comercio y los servicios; en
tanto que secto-res como el turístico y el de transporte aéreo han
retrocedido décadas en un trimestre.
Entre las pocas certezas disponibles hay dos que resultan en
particular inquietantes: la primera es que no va a disponerse de una
vacuna ni de tratamientos curativos a corto plazo, lo que obligará a
mantener las actividades en niveles mínimos o en todo caso insuficientes
para lograr una rápida reactivación económica; la segunda es que si no
tiene lugar esa reactivación no habrá forma de impedir el hambre y los
descontentos sociales explosivos.
Así, pues, a contrapelo de lo que podía pensarse hace apenas unos
meses, el surgimiento del nuevo coronavirus plantea, más allá de lo
sanitario y de lo económico, un desafío de escala civilizatoria. Es
obligado, en tales circunstancias, imaginar maneras para convivir con el
Covid-19 sin que ello se traduzca en muerte y enfermedad masiva y sin
que la fallecida resulte ser la economía.
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