Pedro Salmerón Sanginés /II
Los años heridos: la historia de la guerrilla en México (1968-1985), de Fritz Glockner, es en buena medida una historia personal:
La historia entró sin avisar a la casa familiar, se apoderó de nuestras conciencias, nuestros sentimientos, digamos que, de alguna manera, de nuestras propias vidas. ¿Cómo decir en 1974
mi papá es guerrillero?
El libro, continuación de Memoria roja: historia de la guerrilla en México (1943-1968),
arranca con el final del sueño: las secuelas inmediatas del asesinato
masivo del 2 de octubre. De ese crimen de Estado, muchos mexicanos,
estudiantes casi todos, extraen una enseñanza, válida o no: las vías
legales, la protesta pacífica, no tienen cabida en el régimen priísta.
Algunos de ellos,
aquellos cuya indignación no les permitía continuar con el sueño sobre la almohada, comenzaron a acariciar otras opciones.
Entonces empiezan a encajar las historias de los estudiantes
radicalizados por la represión, con la de los campesinos que también
habían sido radicalizados por la represión y cuyas historias contó
Glockner (o empezó a contar, porque seguirán en el libro que reseñamos)
en Memoria roja: Lucio Cabañas, Genaro Vázquez…
La opción armada se discute. La palabra revolución toma un carácter de liberación y rebeldía. Cunde el
ejemplo cubano. Para muchos estudiantes llega la hora de seguir el camino de Emiliano Zapata, del Che Guevara: cambiar el mundo.
Y así empieza Fritz la cronología comentada y documentada de esa
historia que, para muchos, debería enterrarse. Los comentarios son
descarnadamente críticos: no se trata de rendir homenaje, sino de
entender. Pero también de hacer memoria y sacar del olvido.
El texto es de una gran riqueza plástica y se propone rescatar cada
nombre de aquellos guerrilleros a los que no vacila en calificar de
idealistas, aunque también haga una muy sólida crítica de sus medios y
decisiones (que veremos en la tercera y última entrega).
¿Cómo es esa crónica? Veamos un ejemplo que, por supuesto, no elijo al azar:
Las sombras parecen abrazar el Ford Galaxy 1970, negro. Procede de una colonia residencial y en su interior viaja un hombre de 81 años que medita sobre lo sucedido la semana pasada. Él y sus allegados han sonreído ante los recientes acontecimientos ocurridos en Chile y que han colocado en el escenario a Augusto Pinochet. Los tres pasajeros ignoran la señal que el joven Jesús Piedra Ibarra ha realizado.
Iniciaba una acción largamente planeada por los mandos de la Liga
Comunista 23 de Septiembre: el secuestro de un empresario emblemático:
“Eugenio Garza Sada es un hombre respetado… se le considera el bastión
de la industria y los negocios en México… Para aquel hombre discreto,
alejado de los escándalos, esquivo de los medios de comunicación, pero
con una determinación obtusa, la simple idea de que pudiera ser objeto
de un secuestro lo había resuelto entre su familia con un tajante ‘ni se
les ocurra pagar el rescate’”. (Textual, salvo la eliminación de
algunas palabras para agilizar esta versión periodística.)
¿Por qué temía un secuestro? (reflexiono sobre el texto de Fritz):
porque había una guerra civil; sorda, acallada, sucia. Don Eugenio lo
sabía. Lo sabían también los guerrilleros que habían apostado su vida a
ella. Los hechos que siguieron, así como su preparación, están
detalladamente contados en el libro. Costaron la vida al poderoso
empresario, a sus escoltas Modesto Torres y Bernardo Chapa, y a los
guerrilleros Javier Rodríguez Torres y Anselmo Herrera Chávez. Otro de
los participantes, Salvador Corral, sería detenido meses después y su
cuerpo, torturado, abandonado por los agentes del Estado cerca de la
casa de Garza Sada. Entre los destinos que esperaban a los otros
guerrilleros estuvieron la muerte, la cárcel y la desaparición forzada.
Elías Orozco Salazar, guerrillero superviviente, explicó hace unos meses sus razones (https://bit.ly/2N23Yag).
Expuso que el grupo empresarial de Garza Sada apoyaba política y
económicamente a quienes en Chile conspiraban para derrocar al
presidente legítimo, Salvador Allende. Porque aquella guerra sucia
era parte de un conflicto mucho mayor. Aquella derecha empresarial que
nunca condenó las matanzas del 2 de octubre y del 10 de junio no tuvo
empacho en festejar el golpe de Estado en Chile y casi también el
asesinato de Allende. El contraste discursivo entre las formas de
referirse a los dos asesinatos por los voceros de la derecha empresarial
es transparente. Un análisis en (https://bit.ly/3e634W1).
La única manera de evitar la repetición de la violencia política es
estudiarla a fondo y comprenderla, no sepultarla ni condenarla. Como
digo al final de mi libro 1915, México en guerra: “Si algo
quisiera con este libro… es recordar el significado de esa violencia, su
origen y sus formas. Entenderlas, comprender sus resultados y
contribuir a evitársela a la generación de nuestros hijos. Que no se
repita”.
Twitter: @HistoriaPedro
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