Luis Linares Zapata
Poco a poco algunas veces,
otras de sopetón, pero a todos les van quemando los rigores del cambio
prometido. Pocos, si no es que nadie de los posibles afectados,
previeron que se llegaría hasta las sólidas bases de la estructura
prevaleciente que han sido removidas. Si se hubieran detenido, antes de
causar el actual escozor, quizá habrían tenido razón en suponer que las
modificaciones se quedarían en la superficie y no bajarían a la delicada
y fina médula. A esta altura del sexenio y con la profundidad ya
conseguida, la continuidad del nuevo modelo de gobierno muestra con
claridad la ruta a seguir y el propósito reivindicador que lo anima.
La marcha emprendida en el terreno fiscal puede ser ejemplar y su
trayectoria no deja escapatoria. Aquellos acostumbrados a recibir
generosos, pantagruélicos favores del poder de turno se han topado con
la pared de los arranques distributivos en marcha. No se usará la
hacienda pública para financiar simpatías y apoyos de quien no es
necesario ni prudente o incluso conveniente hacerlo. Atrás han quedado
las negociaciones en lo oscurito. Haber anunciado que, por
ahora al menos, no era necesario empeñarse en una reforma fiscal, calmó
los ánimos de muchos que, mal supusieron, era el postrer sello de los
cambios cosméticos propagados. Empezó entonces lo que otros llaman,
sacado de la Biblia, el
crujir de dientes. Los grandes deudores iniciaron sus viajes a la báscula de una pesadora inclemente. Los recursos que se han rescatado provienen de los bolsillos de quienes, en ese recinto hacendario, siempre se sumaron a los ya tapizados de privilegios. Pasan ahora a exigir su justa parte los olvidados de siempre.
Las reverberaciones de los temblores fiscales se extienden y
desparraman por muchos meandros de la administración pública y no dejan
de considerar los puntos finos y álgidos de los intereses privados. En
las aduanas del SAT se procedió a remover al personal de su cúpula, con
mucho el mero meollo de la escalera de transas. Se eligió a un abogado
curtido en la negociación política durante muchos años como coadyuvante
de los cambios. Ahí irán cerrando las válvulas, antes abiertas de par en
par, que tenían a su disposición los contrabandistas. Eran éstos y sus
respetables jefes los que mandaban hasta con la arrogancia de los falsos
triunfadores. Los montos de recursos a rescatar son cuantiosos. Deben
calcularse en cientos de miles de millones. Menos que eso, sería, aunque
suene drástico, un logro mediano.
Otro de los sectores donde se ha empeñado la finura como línea para
acelerar el cambio. Trastocar la realidad imperante en el ramo de la
energía queda así certificado como asunto central de gobierno. Pemex y
CFE volverán a desempeñar el papel de pivotes del desarrollo. Primero se
ha procedido a detener el acelerado deterioro que sufrían a través de
un sinfín de reglas, prácticas indebidas y hasta ilegales. Pocos, por no
decir que nadie, creyó en las proyecciones que adelantó la
administración actual de la petrolera. Se procedería a detener la caída
en la producción de crudo para, a continuación, iniciar el despegue. Las
risotadas fueron monumentales desde los recintos donde moran los
responsables, los que sí saben y sólo ellos se difundieron por doquier.
En paralelo se pondría atención a la refinación. Se ha logrado
incrementar la de petrolíferos. Ya bien pueden ahora visualizarse los
siguientes pasos. Se irá reduciendo la importación de gasolinas hasta
que el país sea autosuficinte en ellas. La gran fuga de divisas (y
empleos bien pagados) debe detenerse. Al llegar a este punto se
presentan varios nudos y dilemas a resolver. El primero será la decisión
de aumentar la refinación aun a costa de la abundancia del subproducto
(combustóleo) que, en su estado actual, pocos quieren usar. Cómo se
manejará el espinoso asunto del diésel que tanto busca la industria del
transporte.
En lo que respecta a la CFE, se debe terminar la práctica de vender
electricidad por parte de aquellos que lo tienen prohibido (autoabasto).
Estos industriales aprovechan canales inadecuados, subsidiados por la
CFE desde hace años, para sacar enormes utilidades de su capacidad
generadora. Es aquí, precisamente, donde se centra la actual propaganda
en favor de las llamadas intermitentes. Se quiere forzar al Estado a la
continuidad del rito a costa de la CFE. Se ha comenzado, para este
asunto, una serie de cálculos que llevarán a cobrar lo debido.
Muy aparte del punto anterior, la CFE presentó un ejercicio de
prospectiva que le asegura una participación nodal como generador,
trasmisor y distribuidor de electricidad. Con estas dos palancas en
manos del Estado, el propósito reivindicador queda asegurado para varias
generaciones de mexicanos.
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