Sabemos que los
bienes comunes naturales están hoy amenazados por intereses de grandes
capitales nacionales e internacionales. Se hace por ello aún más
necesaria la efectiva defensa de éstos, a los que no podemos asignar un
precio, pues guardan en sí mismos una importancia vital para la
existencia y reproducción de la vida en el planeta.
Con base en este principio, y dada la preocupación que nos ha
generado la presencia de maíces transgénicos en nuestros territorios, un
grupo amplio de personas y organizaciones solicitamos al titular del
Ejecutivo federal acciones contundentes en favor de los maíces nativos y
los derechos de los campesinos y comunidades indígenas.
Retomando las declaraciones del Presidente al tomar posesión en 2018,
y al cumplirse los primeros 100 días de su mandato, cuando expresó que
en México no se permitirían las siembras de maíces transgénicos, este
grupo plural y diverso de personas nos animamos a presentar una petición
de decreto presidencial. Éste debiera establecer condiciones
suficientes para una política integral de bioseguridad en México, en la
que se incluyan legislaciones y políticas públicas de gobierno que
aseguren derechos colectivos, así como la preservación de la integridad
de nuestra nación como centro de origen del maíz y de otras especies
fundamentales para la alimentación humana y animal, y la riqueza
histórica y cultural que existe en nuestro país en torno a las semillas.
Esta petición fue entregada el pasado 30 de junio de 2019 pero, por
desgracia, a casi un año de ello, no hemos tenido respuesta a nuestra
solicitud.
Sin embargo, mediante la entrega y publicación de otra carta, con
fecha próxima, renovamos e insistimos en nuestra petición, y ahora,
frente a más amenazas actuales para el maíz, la milpa y la biodiversidad
en general, con mayor razón. Entre éstas, por un lado, está la entrada
en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) y, por
otro, nuevas propuestas legislativas de reformas a la Ley Federal de
Variedades Vegetales, que criminalizan a campesinos y pueblos indígenas,
y los despojan de sus semillas.
Además, la intención de algunos sectores de gobierno para que México
se adhiera al Acta 1991 de la Unión Internacional para la Protección de
Obtenciones Vegetales (UPOV91), acción contraria a la protección de la
biodiversidad y a la prohibición de los organismos genéticamente
modificados (OGM), a los que, por cierto, el propio Presidente de la
República se ha referido y señalado como ser susceptibles de prohibirse.
En nuestra petición renovada volvemos a subrayar la importancia de
proteger la diversidad agrícola en México.
En efecto, se hace cada vez más necesaria la prohibición de emitir
permisos de liberación de OGM, sea en su fase experimental, piloto o
comercial en el territorio mexicano, incluidos los obtenidos con nuevas
técnicas, como edición genética o mutagénesis. Por ejemplo, una medida
urgente de política pública efectiva a este respecto sería implementar
el compromiso de Diconsa de no distribuir granos de maíz importado en
sus más de 25 mil tiendas y almacenes, así como transparentar
regularmente resultados sobre detección de OGM en territorio mexicano.
Este decreto podría ser una señal clara del compromiso de la actual
administración con los derechos de los pueblos y comunidades indígenas y
campesinas, y con la protección de la biodiversidad, así como un avance
significativo en la garantía del derecho a la alimentación y a la salud
de las personas que habitamos o transitamos por México. Los cientos de
personas y organizaciones que se han sumado a esta nueva petición de
decreto son conscientes de que en medio de una crisis como la que
enfrentamos por la pandemia del Covid-19, es fundamental transitar
gradualmente hacia otros paradigmas de relacionamiento con la
naturaleza, poniendo en el centro el cuidado de los bienes comunes y de
toda forma de vida en el planeta.
Nuestra petición de decreto no es
troglodita, como muchos sectores privilegiados han querido suponer. Es más bien una acción social organizada que nace de la imperiosa tarea de cuidar la naturaleza, centrando esfuerzos en la milpa y en los productores de alimentos de pequeña y mediana escala.
Necesitamos un paradigma agrícola liberador y ecológico, como el que
practican pueblos y comunidades indígenas y campesinas. De seguir con el
modelo industrial vigente, atentamos contra la reproducción de la vida
misma y restamos nuestras capacidades para enfrentar la crisis
civilizatoria actual en sus diversas facetas.
La actual administración tiene la oportunidad de construir
verdaderamente las bases de un nuevo proyecto de país, el cual pasa por
darle institucionalidad a las propuestas que desde las diversas
organizaciones, colectivas y movimientos sociales hemos elaborado y
presentado en sintonía con exigencias de comunidades y pueblos indígenas
y campesinos. Esperamos que esta vez se recoja nuestra petición.
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