Se dice que México es un país surrealista. De hecho, lo surreal es la
capacidad de sus gobiernos para negar la realidad o crear realidades
alternas mediante discursos que machacan supuestas verdades o juegan con
grandes palabras consagradas a lo largo de un siglo de “posrevolución”:
Patria, Nación, Soberanía, Libertad, Pueblo.
Si alguien dudaba de la continuidad de los malabarismos del poder o
de los retruécanos de la oratoria oficial en este 2020, el súbito paso
de un país en rojo a uno mitad naranja y la entrada por decreto a la
“nueva normalidad”, nos confirman la capacidad creativa de quienes
tienen la alta responsabilidad de informar con transparencia y de
garantizar los derechos de toda la población, en particular, durante una
pandemia, el derecho a la salud.
¿Para qué mirar hacia otros países que ya pasaron por el pico de la
pandemia y han ido experimentando con medidas graduales para asegurar,
dentro de la incertidumbre, menores riesgos de contagio? ¿Para qué
repensar la política económica, como lo han hecho países más y menos
desarrollados, para paliar los daños de la cuarentena en la mayoría de
las familias, pobres y de clase media, que se han quedado sin ahorros,
sin empleo o sin ingresos? ¿Para qué diseñar políticas de prevención de
la violencia machista y ofrecer servicios eficaces a mujeres, niños y
niñas en riesgo? México tiene una larga historia de resiliencia,
estoicismo o resignación, parecen creer nuestras autoridades y, así, con
estoicismo, voluntarismo o fe en la providencia, saldremos de la crisis
sanitaria (de la económica ni hablemos).
Estos razonamientos y otros semejantes quizá serían exitosos en una
farsa de Garro o Valle-Inclán. No lo son en nuestro contexto porque,
detrás de cada cifra diaria que no llega al pico, hay historias
terribles de sufrimiento y duelo que los encargados de contar y
contarnos la pandemia prefieren ignorar. Tampoco es siquiera digno de
parodia el nuevo decálogo presidencial cuando está en juego la salud y
la vida de millones de personas. Todavía hoy miles de integrantes del
personal médico siguen luchando con recursos insuficientes y de mala
calidad por salvar vidas o reducir el dolor de quienes pueden morir
porque llegaron tarde, porque no tuvieron acceso al agua, porque no
tenían con qué alimentarse “sanamente”, porque la contaminación ya les
había corroído los pulmones, porque todas esas “deficiencias” redujeron
sus posibilidades de recuperación.
La extensión e intensidad de la pandemia, los daños directos e
indirectos que provoca no pueden atribuirse a la “mala voluntad” o
“ignorancia” de cada cual: mucha gente ha tenido que exponerse a salir –
y enfermarse- por necesidad: por la ausencia de un ingreso básico
universal. Mucha gente tendrá que salir y exponerse ahora porque,
después de 3 meses, su capacidad económica es ínfima o nula. Plantear
que ahora, en plena “meseta” (elevada como nuestros volcanes) lo que
corresponde es vivir “sin miedo” y ejercer “nuestras libertades” resulta
cuando menos sorprendente: ¿dónde queda el derecho a la salud que el
Estado debe garantizar?, ¿dónde el compromiso con la salud pública en
México?
Si la salud es o aspira a ser “un estado completo de bienestar
físico, mental y social (OMS, 1948), o el grado en que se pueden
“satisfacer necesidades” y “relacionarse adecuadamente con el ambiente”
(OMS, 1986), tener salud no es mera responsabilidad o decisión
individual: las condiciones de posibilidad dependen del entorno.
Cuando se vive, como mucha gente en México, sin acceso al agua
potable, en ciudades y territorios con aire, agua y tierra contaminados;
bajo condiciones laborales de explotación, en barrios inseguros, ¿qué
posibilidades reales hay de alcanzar una buena salud física y mental? El
derecho a la salud y la obligación del Estado de garantizarlo, creando
las condiciones necesarias para alcanzar ese estado de equilibrio y
bienestar, no pueden borrarse bajo la lógica (¿extrañamente?)
neoliberal que atribuye a la mera responsabilidad individual el grado
de salud y bienestar de familias, personas o comunidades en un país con
enormes desigualdades, regiones plagadas de violencia extrema y ataques
crecientes al medio ambiente y a la vida sustentable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario