Editorial La Jornada
Con el voto favorable de 187 países, México fue elegido miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Durante su encargo de dos años, que comenzará el 1º de enero de 2021,
la representación mexicana ante esta instancia participará en la toma
de decisiones multilaterales encaminadas a garantizar la paz y la
seguridad internacionales, así como a cooperar en la solución de los
problemas multilaterales y en el desarrollo del respeto a los derechos
humanos.
Para acceder a uno de los 10 puestos que se renuevan de manera
alternada cada dos años, los países candidatos deben obtener entre 125 y
129 votos a favor, por lo que el holgado triunfo de México refleja la
buena imagen del país ante la comunidad internacional; sin embargo, es
un hecho conocido que los miembros rotativos cuentan con un peso real
muy limitado dentro del consejo, pues la estructura asimétrica y
manifiestamente antidemocrática de este organismo garantiza a sus cinco
integrantes permanentes –China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y
Rusia– el derecho de veto y, con ello, la última palabra en cualquier
votación que tenga lugar.
Las cuatro ocasiones anteriores en que México logró un escaño en esa
cartera ejerció un papel más bien discreto, y las dos más recientes
–durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón– estuvieron
marcadas por el desmantelamiento de los principios de la política
exterior mexicana y el alineamiento de las autoridades con los dictados
de Washington.
Aunque el concierto internacional rara vez experimenta coyunturas
tranquilas, el ingreso mexicano al organismo encargado de mantener la
paz y la seguridad se da en una situación particularmente difícil: tanto
la pandemia causada por el Covid-19 como las secuelas económicas de los
esfuerzos para contener su expansión se encuentran en primera fila de
los desafíos inmediatos, pero también es necesario hacer frente a la
ruptura de todas las convenciones políticas y diplomáticas emprendida
por Donald Trump, así como a tensiones regionales tan peligrosas como
las que se desarrollan entre China e India y entre las dos Coreas.
En suma, la membresía recién adquirida supone una prueba de fuego
para la diplomacia mexicana, pero también una oportunidad para poner
sobre la mesa, así sea con limitadas probabilidades de éxito,
iniciativas novedosas en materia de cooperación internacional. Cabe
esperar que se marque una diferencia sustantiva con las participaciones
anteriores, y que la presencia de México sea útil para el propio país y
para el conjunto de las naciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario