Una guerra no declarada, en un
país indeterminado, en la que participan, con ánimo de juego y
arranques de violencia, un grupo de niños y adolescentes reclutados por
una organización anónima para vigilar a una rehén estadunidense. Monos, segundo largometraje de ficción del realizador brasileño, de madre colombiana y padre ecuatoriano, Alejandro Landes (Cocalero, 2007; Porfirio,
2011), es una propuesta fantasiosa, con tines surrealistas, que sin
plantear un escenario bélico convencional, evoca el clima de violencia
sin cuartel que desde hace largo tiempo impera en muchas regiones
latinoamericanas. Atendiendo a la publicidad de la película, “Monos
no es la historia de nadie en particular, es la historia de muchos”.
Sus protagonistas juveniles no tienen siquiera un nombre, simplemente un
alias de batalla: Lobo, Rambo, Patagrande, Perro, Pitufo, Leidi, Sueca. Sus
líderes no son jamás identificados como tampoco el objetivo final de
sus misiones. Confinados en lo alto de una montaña, sólo reciben y
acatan las órdenes de un implacable mensajero castrense que les asigna
primero el cuidado de Shakira, una vaca lechera, y también evitar que la mujer secuestrada consiga darse a la fuga.
Esta primera parte de la historia transcurre de modo misterioso y
errático, y lo que el director captura aquí con acierto es justamente
una opresiva atmósfera de abandono. Los adolescentes se libran a los
juegos y rituales de una comunidad desentendida por completo de la
organización social de los adultos. Sus pares se ubican en las
propuestas fantásticas de la novela El señor de las moscas (William Golding, 1954) o en el delirio fílmico pansexual de Los chicxs salvajes (Bertrand Mandico, 2017). Los amantes ya no se enamoran aquí, sencillamente se
asocian, y la orientación sexual de los o las socios en turno es lo que menos importa. Cuando deciden celebrar un cumpleaños, la ingesta de hongos alucinógenos los lleva a transformar sus juegos juveniles en sádicas ceremonias para luego solazarse en una sarabanda hipnótica ejecutada en el fantasmagórico terreno montañoso por encima de las nubes. La fotografía de Jasper Wolf captura con acierto ese clima onírico, en tanto la pista sonora de la británica y ex chelista Mica Levi (Bajo la piel, Jonathan Glatzer, 2016), acentúa la sensación de irrealidad y absurdo que va apoderándose del relato.
La incapacidad de organización y mando de esta curiosa banda de
monosimberbes queda de manifiesto a medida que las misiones encomendadas empiezan a frustrarse. La vaca lechera es ajusticiada accidental e irresponsablemente, mientras la Doctora (Juliane Nicholson) se afana penosamente por liberarse de su confinamiento forzado. Lo que inicialmente eran juegos inocentes o pequeñas fechorías insulsas en el mundo de estos monos empeñados en copiar en todo las brutalidades e insensateces de los adultos, paulatinamente degenera en las ebriedades de un poder incontrolado y en el impulso de violencia al que invita la posesión de verdaderas armas de fuego. La pequeña tribu de aprendices de sicarios o paramilitares enloquece poco a poco, por virtud de su impericia y su torpeza o porque la organización paramilitar ha dispuesto o programado ese naufragio anímico juvenil para beneficio de sus propios fines.
La película arranca como una curiosa fusión de géneros, entre lo
erótico y lo fantástico, con derivaciones poético-anarquistas, pero
adquiere tonos más sombríos a medida que los personajes abandonan el
decorado bucólico de la montaña para internarse y perderse en una densa
selva plagada de peligros. Aquí el relato intensifica su registro
dramático y se vuelve un vigoroso filme de acción. Una secuencia
estupenda –alarde de destreza técnica– transcurre en los rápidos de un
río y muestra los desesperados intentos por huir de la Doctora
secuestrada, todo en la más estricta tradición hollywoodense. Amarga pesadilla (Deliverance,
John Boorman, 1972) sería un referente visual posible. El director
admite su adhesión al cine de géneros y la resignificación deseada
cuando alude en entrevistas a la manera en que se han filmado los
enfrentamientos bélicos, desde Irak hasta Vietnam, señalando que en Monos quiso hacer
una película de guerra con una mirada colombiana. El resultado es una cinta más sugerente y atractiva, así haya sido abusivamente comparada en intenciones con Apocalipsis ahora (1979), de Francis Ford Coppola. Alejandro Landes incursiona en ese otro
corazón de tinieblasde la interminable guerra fratricida que ha mantenido a Colombia en un estado de zozobra permanente y en donde el prolongado secuestro de una senadora franco-colombiana por obra de la guerrilla, puso de manifiesto hasta qué grado la realidad suele superar a las ficciones fílmicas más temerarias.
Monos es el estreno más reciente de la plataforma Netflix.
Twitter: @CarlosBonfil1
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