Al-Dabi Olvera*
Desde Víctor Hugo hasta Eisenstein,
las revueltas sociales son comparadas con sacudidas de la naturaleza.
Manifestaciones y barricadas imitan a huracanes y oleadas. Con esta
idea, el filósofo y curador de arte francés Georges Didi-Huberman
comienza su exposición Sublevaciones (Muac, 2018), donde por
cierto aparecía un libro de fotografías de intervenciones callejeras
sobre propaganda política, principalmente del entonces candidato priísta
Enrique Peña Nieto.
Didi-Huberman dice que después de la oleada viene un gesto. Y aquí
habría que recordar los rostros pintados de estudiantes en la
Universidad Iberoamericana que hace siete años increparon al entonces
candidato presidencial del PRI, acto que originó el movimiento #Yosoy132.
Una consigna del movimiento estudiantil que cimbró a México en 2012 era:
si la tierra está temblando, es el 132 que está marchando.El movimiento comenzó así a ocupar la calle y a saltos –
¡el que no brinque es Peña!– que desempolvó las calles y removió las estructuras anquilosadas que esperaban ver reinstalarse a Peña en el poder sin que nada ocurriera.
En su tesis de la historia, el crítico y filósofo alemán Walter
Benjamin habla de estos momentos como un tiempo suspendido en el cual se
interrumpe la inercia de la historia. En Experiencias desnudas,
Bartra retoma el aspecto festivo y hasta carnavalesco indispensable en
cada revuelta, y un testimonio, el de Mariana, integrante del
movimiento, quien nos recuerda lo lúdico y la comunidad creada en ese
tiempo que nos sacó del Laberinto, de Octavio Paz.
¿Qué ocurrió después de ese primaveral terremoto que suspendió el tiempo?
Es fácil pensar que toda sublevación fracasa: desde la Comuna de
París, pasando por los levantamientos del 68, hasta las revueltas árabes
con las que compartimos el inicio del milenio. Sin embargo, el suelo
queda removido, las grietas, abiertas.
#Yosoy132 fue atacado con dos estrategias de
desmovilización: la clausura mediática y la violencia física. La primera
ocupó ciertas figuras para un burdo programa de opinión juvenil en
Televisa. Pero la más grave y silenciada fue la represión del #1Dmx:
casi una centena de detenidos y el primer muerto del sexenio peñista:
el actor zapatista Juan Farncisco Kuykendall. El último gesto como
movimiento amplio del 132 fue la liberación de personas encarceladas.
Luego vino un proceso que quizá no tenía que ver con su demanda
inicial de democratización de medios de comunicación, pero encontró un
curso de enraizamiento en el cuerpo social. Y vaya que hubo movimiento
en la época no épica del 132. Pensando en la República del silencio
de Sartre, este tejido pasó de luchar por derechos digitales a
acompañar familias de desaparecidos, de reforzar la defensa de la tierra
y el medio ambiente a hacer un importante periodismo independiente,
nicho en el que quizá cobró sentido profundo la demanda inicial del
movimiento.
Cada retazo del 132 se ocupó de su contexto con diversos resultados. Ni uniforme, sin un programa y plan a seguir, con ausencia de telos,
con un camino ético que quizá residía en resistir el Estado del terror
priísta, el movimiento telúrico se transformó en viento de libertad, en
compromiso tácito de época. Esta contrahistoria que ofrece la etapa de
trabajo y aprendizaje del 132 está ahí. Y es que además de lúdico y terapéutico, como dice Mariana en el testimonio recuperado por Bartra, el 132 fue didáctico.
Hubo otros terremotos, a veces ya sin ambiente festivo, sino desde el
condolerse. El feminicidio de Nadia Vera el 31 de julio de 2015,
activista que participó en el 132 de Xalapa. Ya había ocurrido
Ayotzinapa, el definitivo punto de quiebre con el gobierno, sismo que,
en el tono de esta generación, se llamó #19S.
También existió un proceso de apropiación de la forma de enunciar, logo y marcas terminaron en el colmo de lo aberrante en un #YoSoyPRI. También se descuidó el aspecto estudiantil. No se crearon las condiciones para un movimiento sólido ante los embates.
Una revisión crítica también es necesaria. En La revuelta íntima y El porvenir de la revuelta,
de la filósofa, crítica literaria y sicoanalista Julia Kristeva, el
poder negativo de la revuelta pone de cabeza el edificio de lo
establecido. Pero por su salida de tiempo, para tener cara a un futuro,
debe plantar una
re-vuelta: revelación de memoria, un gesto proustiano de remembranza y pregunta por un cambio, pero en el pasado que motivó el movimiento. Esta revisión implica también un ejercicio crítico propio, especialmente del ejercicio interno de poder contra los que creíamos luchar.
Integrantes y redes herederas de #YoSoy132 participamos en
la derrota del PRI. Ahora existe un escenario tan diverso como fue el
movimiento: el adversario ya no es Peña. Hay un gobierno progresista en
la Presidencia, aunque no aminora la violencia y discursos conformes de
la derecha que ocupa las calles y de corporaciones capitalistas,
gregarias y patriarcales que asesinan a quien defiende la tierra y hace
periodismo.
Hoy las antiguas redes se encuentran casi pulverizadas. No será
necesario un frente, ni siquiera un colectivo, quizá no sea necesario
volver a coincidir, pero pensar en una re-vuelta desde el temblor
interno. Sin embargo, ante la ola de violencia quizá se ocupa algo más.
Como me dijo alguna vez Joseba Buj, pensador marxista en la propia
Ibero: la sublevación por venir, en términos sísmicos, debe tener un
efecto expansivo, aunque también inclusivo.
*Cronista
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