La Jornada
Editorial
Lejos de los días de su fundación y mucho más distanciada aún de las épocas en que se ostentaba como única representante legítima del
movimiento obrero organizado–aunque en la práctica siempre vinculaba su destino con el de los gobiernos turno– la Confederación de Trabajadores de México (CTM) recibe, ocasionalmente, los golpes de una violencia que en su caso aparece como ligada a la propia actividad interna de la organización.
La semana que concluye no fue benévola con la dirigencia de la
octogenaria central sindical: el miércoles 8, en Cuernavaca, fueron
asesinados a balazos Jesús García Rodríguez, un empresario que era a la
vez líder cetemista, y Roberto Castrejón Jr., sindicalista de la filial
morelense de la CTM e hijo de Roberto Castrejón Campos, primer
secretario general suplente de esa confederación en Morelos. El primero
de ellos (a quien le decían Don Chuy) ya había experimentado
los efectos de la violencia en 2017, cuando su hijo Juan Manuel García
Bejarano fue muerto a tiros en lo que según el entonces gobernador Graco
Ramírez habría sido
una disputa entre grupos del crimen organizado.
Y en otro episodio acontecido apenas ayer en Salamanca, Guanajuato,
el victimado fue Gilberto Muñoz Mosqueda, quien durante 43 años había
estado al frente del Sindicato Nacional de la Industria Química,
Petroquímica, Carboquímica, Gases, Similares y Conexos de la República
Mexicana, afiliado a la otrora poderosa corporación sindical.
Con la imprecisión que las autoridades judiciales suelen mostrar en
tales casos, los encargados de investigar estos hechos aventuraron que
podría tratarse de
conflictos al interior de la CTM, basados más en presunciones que en hechos probados. Pero tales presunciones no suenan desatinadas, habida cuenta de los intereses económicos y políticos que cuidan (y disputan) una multitud de pequeños líderes de las federaciones cetemistas estatales.
Con una estructura organizativa anquilosada, una cúpula dirigente
cuya longevidad es sólo comparable a su inacción, y una posibilidad de
volver a ser parte importante del sistema político cercana a cero, la
organización fundada en 1936 tiene enfoques que muy a menudo se apartan
escandalosamente de la realidad. En las pasadas elecciones, por ejemplo,
la CTM pronosticó que José Antonio Meade (a quien llamó
el candidato de la esperanza) ganaría cómodamente la presidencia de la República. En consecuencia, vaticinó un futuro brillante para sí misma, donde volvería a ser
protagonista en la defensa de los trabajadores. Entre quienes no le creyeron estaba la Confederación Sindical Internacional, que en diciembre de 2018 decidió expulsar de su seno a la CTM por llevar a cabo –dijo– acciones contrarias a los principios y valores de esos mismos trabajadores.
Los homicidios de esta semana reflejan, entre otras cosas, la opaca
realidad de la central obrera, su fragmentación (los hechos de violencia
parecen tener carácter estrictamente local y sin ninguna relación entre
sí) y un deterioro completamente acorde con la pérdida de peso
específico de la actividad sindical en todo el mundo.
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