El veterano dirigente es uno de los más representativos de la
antidemocracia sindical. Con cuatro reelecciones en cinco lustros, a sus
75 años se mantiene aplastando a la disidencia, impidiendo el avance de
opositores y, sin recato en la opulencia, ha entendido cómo navegar en
las aguas de las transiciones.
Porque Romero Deschamps es un hombre de la transición, como casi todo
el corporativismo priista, mimetizado y acomodaticio en los gobiernos
panistas, que subsiste hasta ahora como un reducto de lo peor de la
política mexicana que vino del antiguo régimen.
Como siempre, pero con mayor fuerza en el período de la alternancia,
su signo fue la corrupción y el alcahuetismo con la parte patronal,
basado en la promesa de estabilidad laboral, lo que en efecto consigue
mediante un control autoritario y una personalísima excepción ante la
ley.
Cada tanto se revelan los excesos personales y familiares. Se habla
no sólo de las mascotas de su hija, sino del chef que les cocina a las
mascotas en el yate. De los vehículos de lujo de su vástago… De los
excesos que ni siquiera se les conocieron a los dirigentes del viejo
sindicalismo en su esplendor.
La disidencia es aplastada en términos laborales y pareciera que la
suerte está de su lado cuando, por ejemplo, Hilario Vega Zamarripa,
dirigente neoleonés que pretendía disputarle el liderazgo en 2007 y
había dado una larga batalla contra el contratismo de la entonces
paraestatal, desapareció junto con más de 30 integrantes de la Sección
49, en mayo de ese año, sin que jamás se haya esclarecido el caso, que
sencillamente en filtraciones a la prensa se dijo que cayeron a manos de
los Zetas.
En las cúpulas del poder, Romero Deschamps sabe fintear beligerancia y
retractarse a tiempo. Lo demostró, por ejemplo, en septiembre de 2002,
cuando se desmontó la trama del llamado Pemexgate –desvío de mil 500
millones de pesos de Pemex hacia el PRI a través del sindicato– y amagó
con una huelga para “mejoras salariales”, que en realidad sólo le
permitió tener monedas de cambio para construir su impunidad. El delito
existió, pero no hubo culpables.
No tuvo consecuencias entonces ni nunca, porque domina el juego del
fuero constitucional y a partir de ello la maniobra. Fue diputado
federal de 1991 a 1994, en el tiempo en que asumió la dirigencia; de ahí
siguió como senador hasta el 2000, cuando regresó a ser diputado y otra
vez senador en 2012.
Ese 2012, ya con fuero de senador, quiso hacer una nueva finta: en
octubre de ese año se reunió con Elba Esther Gordillo, en un fin de
semana que además de asegurar sus permanencias al frente de sus
respectivos sindicatos, pretendieron enviar un mensaje de unidad ante el
nuevo gobierno y sus reformas en ciernes.
Elba Esther se opuso al contenido laboral que trastocaba la Reforma
Educativa y fue a prisión. Romero Deschamps entendió y se convirtió en
defensor de la Reforma Energética. No tuvo problemas, aunque dicha
reforma haya pauperizado las condiciones del trabajo petrolero, con
enorme reducción de plazas y una tremenda cesantía que destruyó la
economía de amplias regiones, por ejemplo, en Campeche, Tabasco y
Veracruz.
Hoy, quizás por el ánimo que prevalece en diferentes sectores de la
sociedad después del 1 de julio, hay signos de la proximidad de su
ocaso, con disidencias mejor articuladas y que se saben hacer escuchar.
Sin embargo, se resiste a llegar a su fin y, por lo pronto, con
asambleas amañadas y presiones de todo tipo, como siempre, presagian la
continuidad, también como siempre, de su vetusta dirigencia y de una
forma de hacer política fundada en la corrupción.
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