Andrea Revueltas /I
▲ En Francia, el movimiento del 68 fue precedido por un periodo de
crecimiento económico y pleno empleo. En la imagen de ayer, atardecer en
París.Foto Afp
El movimiento de 1968 fue
precedido en Francia por un periodo –que se había iniciado en la década
de los 50– de crecimiento económico, pleno empleo y cierta prosperidad.
Se vivía entonces en una sociedad de
la abundancia y el consumo. Sin embargo, reinaba un malestar difuso, un vacío existencial, que algunos intelectuales empezaron a captar y que más tarde la juventud empezó a denunciar. Por su parte, numerosos sectores de la clase media se sentían frustrados y exigían mayor participación en la vida pública y mejor distribución de la riqueza y de las responsabilidades.
Entre 1957 y 1958 empieza a florecer la crítica radical y resurgen
corrientes críticas revolucionarias que durante años habían estado
congeladas por el estalinismo reformista imperante; estas corrientes
impugnaban los aparatos estatales y todo tipo de poder, sus
manipulaciones, sus coacciones y sus violencias; se denunciaba también
al estalinismo y al régimen soviético, se sostenía que la enajenación
del hombre imperaba en todas las sociedades, ya sean capitalistas o
socialistaso del tercer mundo, y que para transformar la sociedad, para liberar al hombre era necesario algo más que la simple colectivización de los medios de producción.
El pensamiento radical de la época giraba alrededor del análisis
crítico de la sociedad moderna y de la vida cotidiana, crítica que tenía
como fin la superación de sus limitaciones alienantes.
Crítica de la vida cotidiana
En 1947, Henri Lefebvre publicó La crítica de la vida cotidiana.
Este libro está construido en torno a un concepto que el marxismo
dogmático había dejado de lado, el concepto de enajenación, que Marx
retomó de Hegel y de Feuerbach, que desarrolló en sus obras de juventud y
que más tarde sirvió de base a la teoría económica del fetichismo de la
mercancía. Para Lefebvre, la vida cotidiana englobaba tanto la
producción como el consumo, las actividades profesionales, las
relaciones directas (familiares, sociales), el esparcimiento y la
cultura. Lefebvre advertía que el gran progreso científico y técnico que
se vivía prefiguraba lo posible, es decir, la posibilidad de la
realización de una sociedad más justa. Sin embargo, esto no era así, por
el contrario, él denunciaba una separación entre la actividad
productiva y la vida privada, esta última cada vez más empobrecida y
enajenada, dominada por el conformismo, por el culto de lo nuevo por lo
nuevo en un mundo carente de poesía.
Lefebvre publica en octubre de 1957 El manifiesto del romanticismo revolucionario, texto que junto a La suma y la resta,
del mismo autor (1958), van a tener influencia en Guy Debord, quien en
1958 funda la Internacional Situacionista y cuyas ideas van a tener una
repercusión muy importante en el movimiento estudiantil del 68, momento
en que la crítica radical alcanza su apogeo.
Los situacionistas publicarán durante 12 años La Internacional Situacionista (1958-1969), la revista tuvo 12 números; desde el primero (junio de 1958), Debord enuncia sus
tesissobre la revolución cultural que propone para Francia y para el mundo, estas tesis están construidas teniendo como referencia a Lefebvre, pero a la vez pretenden superar el
romanticismolefebvriano. Por un cierto tiempo los situacionistas y Lefebvre realizan el camino juntos; Lefebvre y Debord, en medio de discusiones, van desarrollando uno y otro sus teorías sobre la modernidad, el arte y la revolución y la crítica de la vida cotidiana. Lefebvre habla de los momentos, Debord, de las situaciones. El momento, dice Lefebvre, como la situación, es al mismo tiempo proclamación de lo absoluto y conciencia de lo pasajero, se encuentra en el camino de lo estructural y de lo coyuntural y el proyecto de una situación construida (como postulan los situacionistas) es un ensayo de estructura dentro de lo coyuntural. Para Debord,
el momento es principalmente temporal, mientras la situación tiene una dimensión espacio-temporal. Los momentos construidos en situación pueden ser considerados como de ruptura, de aceleración, de las revoluciones en la vida cotidiana individual. Ambos coinciden en la caracterización de la vida cotidiana como alienada. Debord, haciendo uso de una expresión enérgica, dirá que la vida cotidiana está literalmente
colonizaday que conduce a la alienación extrema. Más tarde terminan por discrepar y separarse. Para los situacionistas, Lefebvre era
reformistay ellos propugnaban la crítica radical, por salir de la teoría y crear una práctica de nuevo tipo.
Para la Internacional Situacionista, la vida en la sociedad moderna,
sometida a los imperativos económicos y al consumismo, se reduce a ser
una mera supervivencia, a la que se califica de
no vida. La racionalidad interna del sistema capitalista necesita un crecimiento económico ininterrumpido y meramente cuantitativo, por lo que la producción de mercancías se vuelve un fin en sí.
En la sociedad de consumo dirigido, todo se vuelve mercancía, puesto
que el valor de uso ha sido desplazado por el valor de cambio, y el
valor de cambio de las mercancías ha terminado por dirigir su uso. Una
vez satisfechas las necesidades primarias, se fabrican seudonecesidades
(un segundo auto, un nuevo refrigerador, etcétera.) El empobrecimiento y
la descomposición de la vida cotidiana corresponden a la transformación
del capitalismo moderno, que tiene como razón última el consumo; todas
las relaciones humanas se modulan según este esquema consumista.
La vida privada es monótona y gris, repetitiva (metro, boulot, dodo,
es decir, que la vida de los citadinos se reduce al transporte, a la
chamba y a dormir para recuperar la fuerza de trabajo). El hombre
moderno es conformista, pasivo, manipulado, se le crean placeres
ficticios, se vuelve consumidor de ilusiones, la vida se reduce a
simulación de la vida, a un mero espectáculo, a una representación en la
que privan la monotonía, la ausencia de fantasía, en suma, es una vida
alienada que se aleja cada vez más de la vida auténtica, entendida esta
última como realización de todos los deseos humanos, como paso del reino
de la necesidad al reino de la libertad. Y las alienaciones no dejan de
multiplicarse y renovarse.
El espectáculo, que es el resultado de la escisión cada vez más
profunda entre el objeto y la manera como se le representa (su
representación), se instaura cuando la mercancía ocupa la totalidad de
la vida social; a la producción alienada se agrega el consumo alienado
en la economía mercantil espectacular: el paria moderno no es tanto el
productor separado de su producto, sino sobre todo el consumidor, que se
ha vuelto consumidor de ilusiones.
Los análisis de los situacionistas y del propio Lefebvre siguen los Manuscritos económico-filosóficos
y la teoría de la fetichización y la reificación de la mercancía de
Marx. Pero no hacen de ellos una exégesis, sino que los desarrollan y
superan al adaptarlos a la sociedad moderna. La alienación, que en Marx
se circunscribe al mundo de la producción, Lefebvre y los situacionistas
la extienden al conjunto de la vida social en todos sus aspectos, desde
lo económico hasta lo cultural en el sentido más amplio de la palabra.
La praxis está escindida entre la realidad y la apariencia: entre el
hombre y sus obras, entre sus deseos y sus sueños se ha interpuesto una
cantidad cada vez mayor de mediaciones alienantes.
Por lo demás, la crítica de la vida cotidiana y de su alienación no
se limitaba a ser un análisis teórico, sino que pretendía desembocar en
una praxis revolucionaria basada en la autogestión generalizada y los
consejos obreros.
La crítica de la sociedad mercantil espectacular estaba ya presente
en el movimiento surrealista; los situacionistas la retomaron y la
desarrollaron haciendo una crítica de toda la cultura en la medida en
que ésta se había aburguesado. Ellos pretendían ser los portadores del
espíritu moderno, para ellos la revolución política debía producir
situacionesnuevas, se trataba no solamente de cambiar al grupo dirigente, pensaban que había que cambiar las relaciones entre los individuos, acordaban una importancia esencial a las relaciones entre hombres y mujeres diciendo que había que reinventarlas, y no sólo lo decían, sino que lo vivían.
De cierta manera, el 68 marcó el triunfo de las ideas situacionistas,
pero marcó también el fin de su organización, porque si bien habían
preconizado la formación de un movimiento revolucionario desde 1961,
suponían que éste debía desaparecer en cuanto la revolución comenzara,
momento en que podría realizarse la autogestión generalizada, y los
acontecimientos de mayo parecían anunciar por fin la revolución.
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