Napoleón Gómez Urrutia
A partir de la ratificación
del Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por
el Senado, referente a la libertad de sindicalización y al derecho a la
contratación colectiva, y una vez superados los problemas iniciales del
rechazo por parte de algunos empresarios y senadores de diferentes
grupos parlamentarios, de inmediato se inició un proceso de
entendimiento, ajuste y aceptación, aunque a veces a regañadientes,
sobre el alcance y los beneficios a futuro para la clase trabajadora
mexicana.
Y es que es necesario entender lo que estamos viviendo en términos de
la desigualdad, la explotación y la pobreza, resultado de un modelo
fracasado de política económica y social, producto de la ineficiencia
gubernamental, la avaricia y la ambición empresarial, así como de la
corrupción generalizada entre sectores dominantes de la sociedad. El
futuro hoy para los trabajadores y sus familias es de frustración,
tristeza, desencanto y abandono provocados por las autoridades y los
círculos de poder económico.
No es para menos: la falta de oportunidades y de ingresos dignos,
justos y estables están llevando a la población, simbólicamente
hablando, al borde del suicidio colectivo, medido por la desesperación y
el coraje de ver a sus hijos y familias enfermar y morir en el
desamparo, sin esperanza de recuperar una vida humana con dignidad.
Lo que ha sucedido es terrible y las estrategias e instrumentos que
se utilizaron durante las pasadas tres décadas, por lo menos, condenaron
a la gran mayoría a esa clase de supervivencia sin futuro o esperanza,
que tanto daño ha causado a los núcleos más importantes de la población.
El cinismo empresarial, gubernamental y de muchos líderes sindicales
ha implantado un sistema, que es urgente erradicar, de contratos
colectivos de protección patronal (CCPP), en contra y a espaldas de los
derechos fundamentales de los trabajadores y en oposición a la
Constitución de México, la Ley Federal del trabajo y el Convenio 87,
hermano del Convenio 98 de libertad sindical de la OIT.
El modelo de los CCPP hoy es muy común en todo el país, sobre todo en
las maquiladoras y las trasnacionales; surgió a partir de que
originalmente entró en vigor el Tratado de Libre Comercio en 1994 y,
como parte de la política laboral de Carlos Salinas, sirvió para
beneficiar al capital extranjero y a las grandes empresas nacionales. El
método fue y sigue siendo abaratar el costo de la mano de obra como
elemento de competitividad y flexibilidad que degrada los derechos
humanos, a pesar de que se definieron las comisiones nacionales
respectivas en esta materia. En la práctica, Salinas excluyó el trabajo
como derecho humano en la Constitución mexicana.
Así, los CCPP sustituyeron a los contratos colectivos de trabajo
(CCT), que alguna vez fueron mayoría. Aquéllos, en los gobiernos
neoliberales de 1983 a 2018, crecieron y se reprodujeron como parásitos
al calor de la corrupción y de los actos ilegales de los gobiernos, las
autoridades y los empresarios.
De esta manera, muchos sindicatos se volvieron patronales y declararon
cero huelgas, señalaron
topes salarialesy por su parte comenzaron a crecer ampliamente los patrones contratistas y las compañías de outsourcing, que se dedicaron a interpretar la justicia laboral en favor de las corporaciones de negocios por medio de las juntas de conciliación y arbitraje y en favor del gran capital, salvo pocas excepciones.
Hoy el panorama para los trabajadores es desolador y las grandes
confederaciones sindicales han promovido una de las peores reformas
laborales de todos los tiempos en contra de la fuerza de trabajo. Esto
es vergonzoso y hasta llegan al extremo de plasmar en un contrato de
protección patronal cláusulas que aplican con lenguaje que se torna
esclavizante, como la frase de que el trabajador se someterá al mando de
la empresa o que ésta podrá contratar libremente con terceros y
despedir a los trabajadores sin ninguna responsabilidad para los
empleadores.
Asimismo, en esos contratos se indica que es la empresa la que
selecciona al personal con absoluta libertad y a los obreros los llama
colaboradores sindicalizados, los cuales están obligados a pertenecer y adherirse al sindicato mediante un documento de adhesión a la empresa sin condiciones, siempre favoreciendo las órdenes y los intereses de los patrones, quienes les ordenan laborar en todas las áreas productivas sin los debidos criterios de capacitación, seguridad y protección.
Finalmente, esta aberrante situación tendrá que cambiar con la
llegada del nuevo gobierno y terminar con la explotación indiscriminada
de la clase trabajadora. De otra manera, jamás se podrá conseguir el
equilibrio entre los factores de la producción y la justicia social que
tanto está demandando el pueblo de México. Esto es lo que, entre otras
cosas, espera con realismo la clase trabajadora mexicana.
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