De “aquellos polvos vienen estos lodos”…La
sabiduría popular sabe más por vieja que por popular, la experiencia la
hace sabia a través de las vivencias protagonizadas, aunque no siempre
aprende de lo vivido.
En algunos de los acontecimientos que ocurren en nuestros días sólo
falta escuchar de fondo esa frase que muchos padres y madres repetían
ante los problemas de alguno de sus hijos, “es que no aprendes”, decían
recriminándoles su responsabilidad en lo ocurrido. Pero el problema del
aprendizaje no sólo está en la incapacidad de adquirir conocimiento,
sino que con frecuencia radica en la falta de voluntad para aplicarlo. Y
lo que nos dice la experiencia ante determinados sucesos no es que la
sociedad sea incapaz de aprender, sino que dentro de ella hay quien no
está dispuesto a renunciar a determinados beneficios y privilegios,
aunque se a costa de generar un riesgo que por lo general afectará a
otras personas.
Cuando decimos que “el machismo es cultura, no conducta”, hay quien reacciona con cierta confusión, pero también hay quien responde con beligerancia desde posiciones machistas diciendo eso de que “ahora resulta que todo va a ser machismo”. Y sí, todo es machismo
porque la cultura, ese conocimiento que permite organizar la
convivencia y definir las identidades, está construido sobre lo que los
hombres han considerado oportuno a lo largo de la historia para
articular las relaciones, distribuir roles, tiempos y espacios, y
definir la identidad de las personas que la forman. No hace falta
esperar un resultado para considerar la existencia del machismo, el machismo no es el resultado, sino lo que hace posible ese resultado y luego le da significado para que sea coherente con sus ideas, valores y creencias. Por eso la Igualdad es la gran deuda de la historia y las mujeres las grandes discriminadas,
y lo son más que las “razas”, castas, orígenes o procedencia de las
personas, pues ellas, además de esas discriminaciones estructurales,
están discriminadas en cada uno de esos grupos respecto a los hombres.
El machismo es una construcción de poder, es decir, se ha hecho de manera interesada para que quien “parte y reparte se lleve la mejor parte”, y estas personas que cortan y reparten en nuestra sociedad son los hombres.
Y para conseguir los beneficios materiales que les permitan cobrarse su
compromiso con el sistema utilizan lo privado y lo público, el “amor
romántico” y la violencia, la política y el conflicto, la salud y la
enfermedad… Utilizan todo lo que sea necesario y lo hacen cada vez más,
puesto que cualquier modelo de poder está pensado para crecer, no sólo
para permanecer, de ahí que no haya espacio para el autocontrol ni la
renuncia, puesto que su propia existencia sería considerada en sí misma
como un fracaso.
Y el modelo de poder machista no sólo se basa en la obtención de
beneficios y privilegios como resultado, sino que gran parte de su
estrategia se fundamenta en las formas de lograr esos objetivos.
Por eso al machismo no le basta con haber establecido una jerarquía en
lo que lo masculino marca las diferencias y los hombres ocupan el poder,
sino que, además, exige que quien actúe en su nombre debe expresarlo en la práctica a través del uso de la fuerza y la violencia, en dominar y someter,
para de ese modo hacer de la realidad su principal instrumento, y así
reafirmar y retroalimentar su carrera sin límites por medio de cada una
de sus acciones y logros.
La naturaleza no es diferente al resto de los elementos que el machismo utiliza para y crecer en poder. La naturaleza queda sometida al machismo,
la hace suya a través de la fuerza, la violencia, la invasión de sus
espacios y su posterior conquista para sus intereses. Todo ello con el
objeto de expandir su poder y recompensar a quienes lo secundan por medio del dinero, del status, de las influencias…. en definitiva, del reconocimiento.
El razonamiento es sencillo. Los edificios se construyen y el
urbanismo de las ciudades se diseña tal y como se piensan, y se piensan
según la cultura machista entiende que deben ser esas ciudades a partir de las necesidades y de la mirada de los hombres, y del uso que ellos vayan a hacer de ellas.
Si ese diseño crea espacios donde las mujeres pueden sufrir la
violencia de otros hombres, da igual; y si la naturaleza, su medio y sus
ríos se ven sometidos y expulsados de su territorio, a ellos les da lo
mismo. Lo importante son los beneficios y el reconocimiento obtenido por
sus grandes construcciones.
El feminismo ha puesto de manifiesto esta realidad (como también lo ha hecho en cada uno de los diferentes ámbitos de la sociedad), y plantea alternativas para mejorar las ciudades, su desarrollo y su relación con la naturaleza.
A pesar de ello, desde el machismo lo ven como una “exageración” y como
un planteamiento absurdo, pues desde la visión androcéntrica todo se
soluciona con más “fuerza”. Y si se dice que los pilares de un puente no
aguantarían una riada, su solución es construir otros más sólidos, no
evitar el problema de la ocupación del curso fluvial; y si se plantea
que un muro puede ceder ante una tormenta intensa, en lugar de buscar
una alternativa responde que se levanta uno más ancho y más alto. La
clave está en imponer su visión y demostrar su poder.
Los estudios urbanísticos con perspectiva de género
llevan muchos años trabajando todas estas cuestiones e identificando los
factores de riesgo para la convivencia en el día a día y en situaciones
excepcionales, pero el machismo, esa “normalidad con perspectiva
masculina”, los ignora y los presenta como “sinrazones” dirigidas a
cuestionar a los hombres y a plantear temas menores, puesto que las
mujeres, dicen, son incapaces de competir con los hombres en los
“grandes temas”.
Lo ocurrido en las últimas riadas que hemos sufrido tiene parte de responsabilidad en el modelo machista de urbanismo,
y en la prepotencia que muestran ante el riesgo, pues para el machismo
el riesgo sólo es una oportunidad para demostrar su valor, aunque sea
con el sufrimiento ajeno. Y la responsabilidad se inicia en las
construcciones que se hicieron, pero antes lo estuvo en el diseño del
plan de ordenación urbana del lugar, y todavía antes en las agresiones
que se ejercen sobre la naturaleza a través de su ocupación y de toda la
contaminación que se vierte sobre ella.
No es un problema nuevo ni propio de determinados lugares debido a sus especiales circunstancias, es un problema de siempre que cada vez se repite y se agrava más por esa forma de entender el urbanismo y las relaciones con la naturaleza. No se puede jugar a la ruleta rusa con el clima ni con nada,
y el machismo lo hace esperando que no le toque a alguien, pero a
sabiendas que siempre habrá quien se vea afectado por su juego y su
riesgo.
El machismo ha creído que después de diez mil años su poder era ilimitado, pero se equivocó al principio cuando creó una cultura desigual e injusta, y se equivoca ahora cuando cree que su razón pasada es motivo suficiente para perdurar. No se da cuenta de que todo está en su contra, y que la naturaleza se revela contra su dominio al igual que lo hace la sociedad. Y mientras que la primera llena las calles de su injusticia de agua, la segunda lo hace con mujeres (y cada vez más hombres), ambas exigiendo respeto, convivencia e Igualdad.
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