Carlos Bonfil
Las migraciones liberadoras. Ya en su primer largometraje, La playa D.C.
(2012), el colombiano Juan Andrés Arango había mostrado interés por
entrelazar historias de desarraigo cultural que pusieran de manifiesto
algunas contradicciones sociales vinculadas con la discriminación y el
racismo. En aquella cinta se trataba de tres hermanos afrocolombianos,
procedentes del puerto de Buenaventura, en el Pacífico colombiano, que
procuraban sobrevivir en un violento barrio del Distrito Capital de
Bogotá, añorando en ocasiones la vida apacible en la costa que habían
abandonado. Algo interesante entonces era la inmersión del cineasta en
el mundo de una subcultura afroamericana con uno de los protagonistas
especializándose en el diseño de tatuajes y estrafalarios cortes de
pelo, mientras su hermano naufragaba en la delincuencia menor y las
drogas y el mayor, en el sueño de abandonarlo todo y emigrar a un
supuesto paraíso de oportunidades norteamericano.
En X500 (2017), su segundo largometraje, coproducción de
Colombia, México y Canadá, Juan Andrés Arango retoma parte de aquella
temática; abre todavía más el abanico cultural y en un tríptico
narrativo evoca la suerte de tres personajes adolescentes, esta vez
desconectados entre sí, que abandonan cada uno su lugar de origen para
enfrentarse a realidades sociales muy ásperas, las cuales transformarán
sus vidas. En la primera historia, situada en Buenaventura, Colombia, el
joven afrodescendiente Álex (Jonathan Díaz Angulo), guarda semejanzas
con los personajes de La playa DC. Luego de vivir una breve
experiencia de exilio voluntario en Los Ángeles, se reintegra al país
natal buscando iniciar ahí una nueva vida como pescador, aunque termina
involucrándose, a pesar suyo, con un cártel de la droga, al
tiempo que intenta evitarle una suerte parecida a su hermano menor. El
caso del ingenuo provinciano David (Bernardo García Cru), recién llegado
a Ciudad de México, no es muy distinta. Su fascinación por una
subcultura punk capitalina con cortes de pelo de largas púas
envaselinadas al estilo mohicano, y sus raves alucinantes, lo
llevan a participar en las faenas delictivas de una banda que no sólo lo
discrimina, sino a la que su propia suerte parece importarle muy poco.
Finalmente, un personaje femenino más complejo, la joven huérfana María
(Jembie Almazan), llega desde Filipinas hasta Quebec, donde reside su
abuela, con la intención de realizar ahí sus estudios, pero sus
problemas de adaptación cultural y su temperamento rebelde pronto
despiertan en ella conductas antisociales.
De una película a otra, el realizador Arango se ha ceñido a
narrativas un tanto esquemáticas y previsibles, acudiendo a actores no
profesionales y evitando el llamativo lustre de los relatos corales de
ese cine global que con talento estadunidense reconocido y gran éxito
comercial ha practicado en Hollywood un cineasta como Alejandro González
Iñárritu (Babel, 2006). Aunque a menudo se comparan los
procedimientos de ambos directores, lo que acomete el colombiano es algo
más arriesgado y evidentemente distinto. Hay en sus crónicas de
desarraigo cultural una nota de sinceridad moral y de fuerte desasosiego
existencial que refleja muy bien el drama actual de las migraciones
incontenibles, tanto en las fronteras norte y sur de nuestro territorio,
como en esos desplazamientos desde un mundo rural agobiado por el
crimen organizado hasta un territorio citadino donde se ha implantado
con toda impunidad la delincuencia. Los personajes de Arango no tienen
en realidad salida alguna, aun cuando el director les permita vislumbrar
una leve nota de esperanza al final de cada segmento narrativo.
Del mismo modo que en La playa DC, el título de la cinta sugería, con amarga añoranza, las arenas costeras por debajo del asfalto urbano, el extraño título X500
sitúa en un emblemático territorio con ese nombre, dentro de una línea
imaginaria en la mitad del continente americano, el punto de encuentro
final de todos los migrantes y desplazados, los hombres y mujeres sin
tierra y todos los demás seres prescindibles en un proyecto neoliberal
generador de desigualdades. La deliberada ambigüedad geográfica en los
títulos alude a la esencia misma del cometido narrativo de Arango: las
diversas culturas no son ajenas entre sí, aun cuando una prepotencia
nacionalista pretenda lo contrario o cuando el interés aglutinador de la
globalización mercantil busque diluir las especificidades regionales.
Los personajes itinerantes en el cine de Arango llevan consigo la carga
inalienable de sus identidades y de su cultura, desde lo afroamericano
colombiano hasta una subcultura punk que es libertad en la marginalidad
antes que sumisión a las tiranías de la delincuencia. Importa ver y
apreciar el cine de Arango como barómetro muy actual y muy elocuente de
las crisis migratorias y sus inesperados efectos liberadores.
X500 se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 17:45 y 20:15 horas.
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