¿Por qué le preocupa al presidente en funciones la investigación
judicial emprendida, desde el estado de Chihuahua, en contra del
exsecretario general del PRI, Alejandro Gutiérrez, y del exgobernador de
esa entidad, César Duarte Jáquez?
Nada obvio amenazaba en este caso al presidente Enrique Peña Nieto;
sin embargo, fue él quien, el jueves 11, acudió a la Suprema Corte de
Justicia de la Nación (SCJN) a solicitar una controversia constitucional
porque según su percepción, el gobernador Javier Corral Jurado
presuntamente está afectando las competencias constitucionales del
Ejecutivo federal.
No es cierto que el primer mandatario haya solicitado un amparo, como
se ha dicho en algunos medios; Peña fue mucho más lejos cuando apretó
el botón nuclear en el tablero de control del sistema jurídico mexicano
con el propósito de protegerse frente a una eventual acción de la
justicia de Chihuahua.
Existe 99% de probabilidad que el médico regrese al paciente por
donde vino: la impertinencia del recurso es evidente y no hay argumento
jurídico que le permita a la SCJN dar entrada a tan absurda
reclamación.
Para ser admitidas, las controversias constitucionales deben
presentarse en contra de una ley o un acto de autoridad. En este caso
Peña Nieto señaló como acto de autoridad reclamado la intervención
“directa o indirecta, pública o privada, actual o inminente (del
gobernador Javier Corral) en investigaciones, averiguaciones, carpetas
de investigación, solicitudes de información, órdenes de investigación y
solicitudes de colaboración… respecto a actuales o anteriores
funcionarios públicos federales” vinculados a los procesos que se siguen
en Chihuahua a Duarte Jáquez y a Gutiérrez.
En otras palabras, Peña pide que la Contraloría del estado,
encabezada por Stefany Olmos, deje de investigar a los funcionarios
federales presuntamente involucrados en actos delictivos relacionados
con el erario de Chihuahua.
Olvida el Ejecutivo que el sistema federal tiene como principal
ventaja el juego de pesos y contrapesos dispuestos para limitar el abuso
de poder. Si la SCJN le otorgara razón, Peña Nieto terminaría dañando
principios fundantes de la Carta Magna.
Por otra parte, de acuerdo con la Constitución, la Corte puede
admitir una controversia constitucional siempre y cuando se hayan
ejercido antes todos los medios de defensa establecidos en la ley; es
decir, que se trata de un recurso de última instancia.
Dado que el proceso en contra de los dos políticos priistas no ha
sido resuelto –no existe aún sentencia– resulta contrario a su
naturaleza que quiera utilizarse la controversia justo para frenar el
desahogo de esos medios de defensa.
Si las investigaciones van a medio camino, si las carpetas no están
completas, si las solicitudes de información no se han terminado, si las
peticiones de colaboración con las instancias de la federación (como la
PGR) no han recibido buena respuesta, ¿por qué recurrir al último de
los recursos imaginables? ¿Por qué visitar al médico que está por encima
de todos los médicos para exigirle tan sobrado tratamiento?
No queda claro si Peña Nieto busca protegerse a sí mismo o tiene
información sobre el proceder ilícito de sus exsecretarios de Hacienda.
El problema con la sobrerreacción es que hace sospechar complicidad en
un asunto que, hasta ahora, le quedaba muy lejos.
Antes de esta ocasión, Peña Nieto recurrió durante su mandato cuatro
veces a la controversia constitucional: la primera, para controvertir la
ley de telecomunicaciones; la segunda, para impugnar leyes en materia
educativa en Zacatecas y Baja California; la tercera, para combatir
ciertos artículos de la nueva Constitución de la CDMX, y finalmente para
atacar la decisión de un tribunal federal, cuando instruyó la creación
de la Comisión de la Verdad para el caso de los normalistas de
Ayotzinapa.
En los primeros tres asuntos se justificó el recurso porque, en
efecto, había necesidad de que el máximo tribunal constitucional trazara
fronteras precisas entre distintos órganos del Estado. En cambio, la
disputa con el Poder Judicial, a propósito del expediente de los
estudiantes desaparecidos, podría interpretarse como un intento por
obstruir la justicia.
Lo mismo que este último episodio relacionado con Chihuahua:
aprovechando que todavía estará sentado en la silla presidencial 40 días
más, Peña Nieto decidió explorar el camino de la controversia, no sólo
para impedir que las investigaciones continúen, sino para asegurarse
impunidad amplia y eterna para él y los suyos.
La Suprema Corte no debe permitir que la naturaleza de la
controversia constitucional se vea lesionada por un precedente como el
que pretende impulsar el mandatario saliente; ésta habría de desechar,
sin el menor remordimiento, la última exigencia de Peña Nieto.
Este análisis se publicó el 21 de octubre de 2018 en la edición 2190 de la revista Proceso.
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