Prostitución & Explotación sexual
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Entrevista con Alika Kinan, la primera mujer en el mundo en ganar un fallo contra el Estado argentino y los proxenetas que la explotaron sexualmente durante 16 años. Habla del impacto de la prostitución como la suma de todas las violencias de género. |
Alika es hoy una de las activistas más reconocidas del mundo contra la trata y la explotación sexual
Han pasado seis años desde que Alika Kinan escapó de
la prostitución y todavía dice que sus dolores son muy hondos.
Conversando con ella es difícil imaginar algún rastro de debilidad.
Alika es hoy una de las activistas más reconocidas del mundo contra la
trata y la explotación sexual.
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Durante 16 años fue víctima de explotación sexual en un bar de Tierra del Fuego (Argentina)
al que llegó engañada. Y su caso es recordado en los estrados
judiciales porque es la primera sobreviviente de trata que ganó un fallo
contra los proxenetas, y el Estado ordenó una indemnización “como forma
de reparación por los derechos violados”.
En esta entrevista conversamos sobre su vida y activismo, la razón por la que ha venido a Colombia para
hablar de su experiencia como sobreviviente de explotación sexual con
magistrados y funcionarios, a propósito del debate que se adelanta en la
Corte Constitucional para saber cómo se debe regular el uso del suelo de los prostíbulos.
¿Por qué para usted la prostitución no se puede desligar de la explotación sexual y la trata?
Permanentemente la gente busca establecer que son diferentes, y sí
son diferentes, pero uno es responsable del otro. Sin prostitución no
existiría explotación sexual ni trata y las conexiones que hay entre una
y otra son muy fuertes.
¿Por qué vino a Colombia a hablar de estos temas?
He venido a Colombia a propósito del debate que se está dando en la
Corte Constitucional y otras entidades del Estado para contar mi
experiencia. La prostitución es una de las peores formas de violencia de
género que sufren principalmente mujeres y niñas. Entonces, el debate
para mí no es si reglamentamos o no la prostitución.
¿Cómo llegó usted a la prostitución?
Yo llegué a Tierra del Fuego, Argentina, captada primero por varios
proxenetas porque estaba en una situación de extrema vulnerabilidad. Y
cuando hablo de eso hablo de hambre, de miseria. No es algo ficticio o
filosófico. A mí me dijeron que iba a la inauguración de un bar, un
boliche, pero yo no tenía idea de qué tenía que hacer.
¿Por qué no cree que la prostitución es un trabajo?
Las putas no nacen de un repollo, nacen de la pobreza. ¿Qué Gobierno
admitiría que yo siendo pobre dijera: ya vengo, voy a vender mi hígado,
lo hago bajo mi consentimiento y necesito alimentar a mis hijos? ¿Por
qué si no podemos vender las córneas, ni el hígado, ni los pulmones sí
podemos vender nuestras vaginas? ¿Por qué son exclusivas de las mujeres?
¿Se puede hablar de decisión consentida en la prostitución?
No, además, no se trata de decisiones, sino de opciones reales, de
circunstancias, se trata de que cuando te penetran más de 30 hombres por
día no tienes deseo ni placer, porque quedas anulada. Por eso es que
las mujeres que están en prostitución se alcoholizan y drogan, porque
necesitan salir de sus cuerpos, porque es sano salir de ese cuerpo
mientras está siendo violado. El hombre no paga por sexo, paga por
poder, paga para limpiar la culpa después de saber que ha violado. El
pago por sexo limpia la consciencia.
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¿Cómo recuerda esos días cuando llegó a Tierra del Fuego?
Recuerdo que cuando llegué a Tierra del Fuego lo primero que
hicieron fue llevarme a la Policía provincial. Allí me tomaron huellas
dactilares, me tomaron datos, se acercaron muchos policías a verme. Yo
pensaba en ese momento que eran muy amables. Pero luego entendí que en
realidad ellos estaban viendo en qué condiciones estaba mi cuerpo para
ser abordado.
¿Tenía controles sanitarios?
Sí, en el municipio de Ushuaia me generaron una libreta sanitaria.
Así como los controles que se les hacen a las vacas o a los chanchos
para el consumo humano. A mí me hacían un hisopado vaginal cada mes y un
análisis de sangre, cada tres meses. Vos podés decir: “Bueno la estaban
cuidando”. Pero no. No estaban cuidando mi salud, estaban cuidando la
salud de los puteros, de quienes consumen sexo, para que no se enfermen,
para que no contraigan un bicho y lo lleven a sus hogares. Porque quien
consume prostitución no es una bestia inhumana.
¿Cómo eran los hombres que compraban sexo en Tierra del Fuego?
Eran como cualquiera de los hombres que están sentados alrededor
nuestro. Eran los padres de familia, los ejecutivos, los empresarios,
los que están en los barcos pesqueros, los que trabajan el campo, los
que están en las minas, los militares, los médicos, los jueces, los
fiscales, quienes toman decisiones importantes en el país.
¿Siente que hubiera llegado a la prostitución sin engaños?
No sé, porque realmente vos te ponés a pensar, ¿si no me hubieran
engañado hubiese dejado de ir? Me hubiese quedado en mi casa, pasando
hambre, con mi hermana, abandonada por mis padres. No sé, quizás por el
coraje de haber sido violada con cinco años, con ocho, con 14, como me
pasó a mí, ¿no hubieras ido tú también? Además, era fácil pensar que de
todas maneras los hombres te iban a violar. No sé.
¿Hoy, en la orilla del activismo, interpela a los hombres que pagan por sexo?
Sí, a menudo. Y conozco a varios que se justifican diciendo: “Ay,
pero si yo las quiero ayudar”. Yo les respondo como le he dicho a
quienes hablan así de las venezolanas que han llegado migrando a
Colombia: “Si vos la querés ayudar, dale trabajo; no le metas la pija en
la boca, no le metas la pija en la vagina ni en el ano”.
¿Qué más se puede hacer para cambiar esa realidad de miles de mujeres en esa situación?
Los Estados deben reconocer y reparar esas vidas rotas por la
explotación sexual. El Estado tiene la obligación de reconocer y reparar
el daño, como sucedió en mi caso. Deben ayudar a dar un trabajo real y
genuino, para que estas mujeres y niñas puedan fortalecerse y cortar de
una buena vez con la explotación sexual, porque es común que las madres,
las tías, las abuelas han estado en diferentes formas de explotación
sexual y al no resolver su situación terminan condenando a sus propias
hijas a la misma cadena de violencia. También se deben hacer campañas
que muevan cambios culturales para que se desaliente la compra de sexo.
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