Encuerados y exhibidos por el sur
Néstor Martínez Cristo*
La Caravana Migrante que se
interna con determinación por el territorio mexicano ha desnudado ante
el mundo la cotidianidad que se vive en la frontera sur de nuestro país,
donde el maltrato, la violación de derechos humanos y las deportaciones
de centroamericanos son práctica común.
Esa conducta mostrada por nuestras autoridades migratorias en la
frontera con Centroamérica evidencia la doble moral y la doble vara con
que en México se atienden y se miden diversos fenómenos sociales,
políticos y económicos. Mientras que al sur nos mostramos prepotentes,
racistas, clasistas y xenófobos, hacia la frontera norte miramos con
humildad, pedimos misericordia y clamamos un trato digno y de respeto a
los derechos fundamentales de nuestros connacionales.
Basta con observar algunos datos recientes que señalan que entre 2015
y lo que va de este año, México expulsó a 100 mil centroamericanos más
que las repatriaciones a Centroamérica realizadas por el gobierno de
Donald Trump. Lamentable.
Peor aún han sido las recientes expresiones de desprecio a los
desplazados centroamericanos, de parte de ciertos sectores sociales de
nuestro país que no entienden a la migración como un fenómeno global y
complejo, que debe ser abordado, antes que nada, con políticas de
asistencia humanitaria, solidaridad y comprensión.
Pero más allá de las prácticas vergonzantes de sociedad y gobierno,
las leyes mexicanas son muy claras, al igual que muchos de los tratados
internacionales adoptados por nuestro país. Guste o no, en México, toda
persona por el solo hecho de estar en su territorio, es sujeta a la
protección y reconocimiento de sus derechos humanos, sin importar
factores como su origen, nacionalidad, sexo, raza, color de piel,
idioma, religión, orientación política o sexual.
Esto significa que México está obligado a respetar los derechos
fundamentales de cualquier persona o grupo de personas que, de manera
ilegal o no, se adentre en territorio mexicano y solicite asilo,
situación que dista mucho de lo observado el fin de semana pasado,
cuando medio millar de policías federales recibieron a la caravana a
punta de toletazos y gases lacrimógenos.
A lo largo de los años y de las décadas, los gobiernos mexicanos han
enfocado erróneamente sus esfuerzos en el fenómeno migratorio a la
frontera con Estados Unidos y en toda la problemática que ésta conlleva,
ignorando al sur e incluso siendo permisivos con la comisión de las
mismas vejaciones a los desplazados centroamericanos, que protestamos
cuando éstas son infligidas a nuestros compatriotas por los agentes
estadunidenses.
Pero el fenómeno migratorio en Centroamérica se transformó y creció
ante la indiferencia de todos, de la misma manera en que ha ocurrido en
otras latitudes del planeta. Se ha hecho más complejo y su debida
atención y contención reclaman hoy políticas y estrategias bien
diseñadas, de las cuales carecemos.
Es probable que, debido a las asimetrías cada vez más acentuadas en
la región, el fenómeno migratorio de centroamericanos hacia Estados
Unidos y México se intensifique y agudice en los próximos años, lo que
colocaría a nuestro país en una especie de sándwich geográfico, donde
tanto el norte como el sur presionen y se requiera de políticas
auténticas que contemplen actitudes y acciones certeras.
El avance de la caravana migrante por territorio mexicano juega y
jugará seguramente un papel cada vez más importante en la actual
coyuntura electoral en Estados Unidos. A dos semanas de que se celebren
los comicios para renovar la totalidad de la Cámara baja y una buena
parte del Senado de aquel país, Trump ve en esta oportunidad la
consolidación de la influencia de los republicanos.
El tema contra los migrantes es, desde su campaña, el preferido de
Trump y de sus más fieles seguidores del Partido Republicano. En este
contexto, el presidente estadunidense buscará sacar el mayor provecho de
las circunstancias, sin importarle –por supuesto– las consecuencias
negativas que esto pueda acarrear para Enrique Peña, para el próximo
gobierno mexicano, para México, para los propios migrantes y para sus
países de origen.
El éxodo centroamericano es, pues, el pretexto perfecto para que
Trump endurezca su discurso de odio, xenófobo y discriminatorio, a fin
de reunificar a sus electores para garantizarle una cómoda mayoría en el
Congreso y que, de manera colateral, inflame también nuevamente el
rechazo a nuestros migrantes.
Es deseable que sociedad y gobierno mexicanos nos olvidemos de
prejuicios y temores atávicos, respondamos con sentido solidario y
humanitario a las necesidades de los migrantes centroamericanos, y que
busquemos arroparnos con una verdadera política migratoria en las dos
fronteras, para no seguir exhibiendo nuestras miserias cuando
penosamente nos mostramos encuerados por el sur.
* Profesor universitario
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