Carlos Bonfil
Fotograma del documental sobre la vida del cantante e icono australiano Nick Cave
Un día en la vida. Los créditos iniciales de 20,000 días en la Tierra, de
los realizadores británicos Iain Forsyth y Jane Pollard, recrean en un
rápido caleidoscopio de imágenes fugaces los días transcurridos en la
vida del cantante e icono australiano Nick Cave. La participación de
éste último en la elaboración del guion imprime un evidente sello de
autoficción al conjunto del proyecto. No se trata de un clásico
documental sobre la trayectoria de una estrella de rock ni tampoco de
la reunión de sus éxitos musicales más emblemáticos (de hecho son pocas
las melodías de la banda Nick Cave and the Bad Seeds en la cinta, aun
cuando la escenificación de por lo menos dos de ellas sea portentosa).
Es, por partida doble, una incursión, en un solo día, en el flujo de
conciencia del cantante exitoso, ya en su etapa de madurez, y sus
cavilaciones sobre los orígenes, cambios y dificultades de su larga
faena artística. También la evocación de anécdotas formidables, como su
participación musical a lado de una imperiosa Nina Simone, capaz de
despreciar y seducir a un público enardecido, o la de un Jerry Lee
Lewis con su Great Balls of Fire dinamitando también los
escenarios. Todo para aterrizar en una agridulce reflexión
personalísima sobre el significado de la fama y la vanidad del
reconocimiento público.
El tono abiertamente confesional del proyecto, con voz en off
de Cave como pivote narrativo, se enfatiza todavía más al recrear la
cinta una improbable sesión de la estrella con su sicoanalista (el
experto lacaniano Darian Leader) y la visita a los archivos personales
del músico destinados a formar parte, por jocoso e gocentrismo del
interesado, en un gran mausoleo a su recuerdo. Justamente esta última
fantasía informa de una de las obsesiones de un Cave casi sexagenario
que admite tener un miedo atroz a perder la memoria. “He intentado
–precisa– construir todo un mundo a través de mis canciones”. El título
de la película remite al de una canción suya que evocaría los días de
existencia transcurridos y también la idea muy clara en la mente del
músico australiano, autor también de la novela de culto And the ass saw the angel, de que todos tenemos los días contados y en ningún caso la irresponsable licencia de desperdiciarlos de una manera ociosa.
Y si de construir un mundo a través de las canciones se trata, éstas
marcan en la cinta las estaciones del relato: desde los tiempos del
grupo The Birthday Party (la banda más enloquecida del mundo), tiempos
de post-punk y las provocaciones en los escenarios, hasta la época más
mediatizada de la banda Nick Cave and the Bad Seeds, cuyos momentos de
gloria se evocan en breves flashazos yuxtapuestos a conciertos más
recientes con una nueva banda. Hay también las intervenciones
fantasiosas de antiguos cómplices musicales, Blixa Bargeld o el icono
pop Kylie Minogue, y las alusiones al involucramiento de Nick Cave en
el mundo del cine, al lado de Wim Wenders en Las alas del deseo, entre otras colaboraciones musicales.
La
cinta presenta un Nick Cave polifacético y atractivo, menos sombrío de
lo que pervive en el recuerdo de sus primeros admiradores, más sosegado
ahora en su vida familiar, grandilocuente en sus conciertos sinfónicos
con coros infantiles, pero con una gran energía en los escenarios,
donde la canción parece ahora más heroica,
porque confronta ya a la muerte. También al escritor invadido por la melancolía que inspiran los paisajes y el clima invariablemente lluvioso de ese Brighton inglés hasta donde hoy acuden, según afirma él, todos los recuerdos del pasado, solicitando un pequeño lugar para lo que aún resta de futuro.
Posiblemente algunos antiguos fans del Nick Cave iconoclasta y
oscuro de los años 80 se sentirán desconcertados por las
transfiguraciones recientes de su ídolo, hombre melancólico ya y
también reposado. Sin embargo, según refiere el periodista Santiago
Roncagliolo en El País semanal (31.05.2015), a propósito del libro más reciente del cantante, La canción de la bolsa para el mareo (ed. Sexto piso):
Con la edad, Cave se ha transformado en un artista total. Bajo su apariencia fría y distante de tenerlo todo bajo control, no teme ser honesto. Admite que se tiñe el pelo y a veces necesita esteroides para subir al escenario. Echa de menos a su mujer y confiesa sus ataques de llanto, sus dudas sobre el sentido del arte y sus masturbaciones en hoteles. Es un ser humano. Es real. Esta esencia es la que captura, con brillantez, el documental 20,000 días en la Tierra.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional. 16, 18.30 y 21horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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