Porfirio Muñoz Ledo
Días
de guardar vivimos por nuestro compromiso ciudadano de hacer valer el
sufragio y erigirnos en custodios de la república. Por un lado la
obligación cívica de transparentar, corregir y en su caso anular los
resultados de un proceso electoral extremamente viciado. Por el otro, la
necesidad de proveer la viabilidad de la nación mediante la
construcción de nuevos pactos políticos, económicos y sociales.
No
hay espacio para el oportunismo ni para el monólogo. La reiteración
anacrónica del triunfo contundente e inobjetable augura un periodo de
cerrazón. Han emergido actores nuevos -sin contar con algunos antiguos-
que no aceptarían, sin más, un portazo autoritario aun proveniente del
Poder Judicial de la Federación. Por el bien de todos y el futuro de las
instituciones democráticas, deben esclarecerse y enmendarse las enormes
faltas cometidas contra la legalidad electoral.
Jaime
Cárdenas ha definido el ejercicio en el que estamos embarcados. Afirma:
las posibilidades de que proceda la impugnación son escasas porque todo
está en contra, a comenzar por los órganos electorales. Sin embargo,
resulta fundamental demostrar que fue un proceso inequitativo. Somos
conscientes de que el PRI compró millones de votos y el escándalo del
financiamiento paralelo.
Todo
ello arroja una elección no democrática y profundamente desigual; por
eso es tan importante insistir en la limpieza electoral. Esta operación
tiene un fin pedagógico que sirve a muchos propósitos.
Numerosas
voces coinciden en que la defensa del sufragio debiera ser un ángulo de
confluencia entre los partidos de izquierda y el movimiento ciudadano.
Mal podríamos doblegarnos ante un resultado formalmente adverso mientras
los jóvenes continúan protestando con razón en las calles. Esta batalla
debiera servir para que las fuerzas progresistas se cohesionen en torno
a la democratización, en contra de los monopolios y en favor de los
derechos sociales.
Resulta
esencial la redefinición de la izquierda, en la unidad y la coherencia.
Es relevante que los partidos coaligados en el Movimiento Progresista
ocupen el segundo sitio en la representación popular. Ello querría decir
que estaríamos destinados a convertirnos en oposición política de un
gobierno surgido del fallo los tribunales. Máxime que el proyecto de
reformas anunciadas por el PRI es opuesto a nuestro programa y ha
recibido ya la promesa colaboracionista del PAN.
Los
argumentos de oportunidad esgrimidos para proponer acuerdos con un
gobierno cuya legitimidad contestamos resultan doblemente
contradictorios. En primer término, porque esos acercamientos serían
obsequiosos, desarticulados y opuestos al objetivo que perseguimos. En
segundo, porque las izquierdas requieren, antes que nada, un
replanteamiento programático y organizativo a fin de construir una
oferta viable y autónoma para el país.
La
agenda y la estrategia comunes constituyen la única base posible de la
unidad. No olvidemos que la pulsación de izquierda rebasa con mucho los
partidos políticos a los que parte considerable de la opinión pública
considera en gran medida los causantes y aprovechadores del desastre.
Las fuerzas progresistas tienen un asiento natural en las comunidades de
base y los sindicatos, se expanden a través de las organizaciones no
gubernamentales y han encontrado un espacio inédito de realización por
medio de las redes sociales.
Todas
ellas comparten hoy el repudio a la simulación electoral y al infame
monopolio de los medios de comunicación. Comencemos por esas simples
verdades y comprobemos que la dialéctica de las instituciones vuelve
interdependientes las reformas políticas fundamentales. Finalmente
tendremos que confluir en el proyecto de una nueva constitución y de un
modelo económico diferente, que combata las raíces de la desigualdad y
vaya al origen de las prácticas antidemocráticas.
En
los comienzos de la transición la izquierda de entonces definió su
estrategia para la democratización el célebre Congreso de Oaxtepec 1995,
en el que triunfó el propósito de una negociación cabal para la reforma
política: a ella debemos el cambio precario de régimen. ¿Por qué no
organizar en esta grave coyuntura un encuentro refundacional de todas
las izquierdas? Sería la mejor vía para atajar la corrupción y prevenir
el futuro.
Diputado federal por el PT
No hay comentarios.:
Publicar un comentario