Cristina Pacheco
En aquel momento ignorábamos
su nombre: Benjamín. La idea de traerlo a la Residencia fue de Tomás y
Flavio. (Son camilleros del hospital que está cerca.) Al regresar de un
servicio lo encontraron sentado en una banqueta, llorando.
¿Podemos ayudarlo? ¿Qué le sucede?A la pregunta de Flavio el viejo respondió:
Nunca estuve de acuerdo y ya ven... Ni remedio.
Los camilleros pensaron que urgía comunicarse por teléfono con una
persona que pudiera hacerse cargo de la situación. Tomás le preguntó al
viejo si quería que llamaran a alguien de su familia y él le respondió:
¿No sabe que murieron los tres? Salió en los periódicos. Antes perdí a mi Adela. ¡Mejor! Hubiera sufrido mucho porque los adoraba. Y yo, ¿qué?Flavio y Tomás coincidieron en que era imposible abandonar al viejo en la calle. El único sitio adonde podían llevarlo era aquí.
II
La llegada de Benjamín nos tomó de improviso. No había
habitaciones disponibles. Pita tiene el módulo más grande y un anexo
amplio. Allí almacena varios muebles antiguos que salvó de la rapiña
familiar, entre ellos una vitrina con vidrios biselados donde guarda los
animales más valiosos de su colección de juguetes: un oso, un elefante y
un camello.
En cuanto Pita aceptó ceder el anexo al desconocido pedí al almacén
un catre y ropa de cama; luego llamé a recepción para que me trajeran al
huésped. Ya lo había visto, Pita no: al mirarlo me preguntó qué habría
podido sucederle para que estuviera en tan malas condiciones.
Dije que imposible saberlo y le pedí que me ayudara a quitarle el
saco. Entonces cayeron del bolsillo la credencial de elector y la
licencia de manejar con sus señas: Benjamín Camarena Reyes. Me pareció
que había escuchado ese nombre antes, pero ¿dónde?
No era momento de hacer memoria. Había muchas cosas pendientes:
llamar al médico y poner al tanto de la situación a los residentes.
Apenas se enteraron de la presencia de un extraño se reunieron en el
jardín, al lado del módulo de Pita, en espera de mis explicaciones. Sólo
podía decirles las circunstancias en que los camilleros habían
encontrado al viejo y su nombre: Benjamín Camarena Reyes. Al
pronunciarlo volví a tener la sensación de que me era conocido, pero
¿por qué? ¿De dónde?
III
Desde que llegó, una enfermera se ha encargado de cuidar a
don Benjamín. Sin embargo, Pita ha ganado importancia: ¿quién mejor que
ella para comunicarnos, a las horas de comida, las reacciones que el
enfermoha tenido desde ayer? En tan poco tiempo Pita ha observado muy poco:
Sigue como ido.
Dejó el desayuno intacto.
Esta mañana dijo algo y silbó un ratito la misma canción.
Los miércoles por la mañana me toca revisar la despensa, pero
cuando Pita llegó al comedor y dijo que tenía novedades olvidé el
trabajo y me puse a escucharla: la noche anterior había oído a don
Benjamín suplicarle a alguien que no se preocupara porque los tres
estaban bien; pero enseguida dijo que no era verdad: estaban muertos.
Nadie se lo dijo. Él lo había leído en el periódico. El comportamiento
de don Benjamín me preocupó. Volví a llamar al médico para que viniera a
verlo. Le recetó un antidepresivo.
El resto del día fue tranquilo, hasta nos olvidamos del huésped y sus
desvaríos. Me fui a mi cuarto temprano. Estaba viendo otra vez Titanic
cuando sonó el teléfono. Era Pita. Le urgía que fuera a su módulo. La
encontré a mitad de su recámara y a don Benjamín frente a la vitrina,
mirando extasiado al oso, al elefante y al camello de juguete. Pita
supone que los descubrió de paso al baño, quién sabe en qué momento.
Cuando ella volvió de su terapia él ya estaba frente a la vitrina y
desde entonces no se había movido. Necesitaba distraerlo y yo llamé.
Despacio se volvió hacia mí, hizo una reverencia y dijo, sonriendo:
¡Bienvenidos! Sus amigos, Adela y Benjamín Camarena los invitamos a deleitarse con una fabulosa función de circo. Niños: esta noche verán a tres prodigios de la naturaleza: un oso, un elefante y un camello.
Entonces recordé que había escuchado el nombre de don Benjamín en una
serie de debates radiofónicos acerca de las inconveniencias o los
aciertos de presentar fieras en los circos. Don Benjamín pensaba que,
además de divertido, el desempeño de los animales en las pistas era
sorprendente y aleccionador. A quienes rechazaron sus argumentos les
recordó que esos animales, por haber nacido o vivido en cautiverio, son
incapaces de sobrevivir, y que, sin la compañía humana a la que están
acostumbrados, es muy posible que mueran de tristeza.
Esta noche, al verlo dirigir llorando una imaginaria función de
circo, pensé que don Benjamín había perdido su batalla y la naturaleza a
tres ejemplares magníficos: un oso, un elefante y un camello.
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