La ONG Mujeres Transformando denuncia los abusos empresariales y el incumplimiento de la ley en las zonas francas
El Estado de El
Salvador considera las Zonas Francas como áreas para la atracción de
capitales en un mercado global. Opera teóricamente sobre éstas la Ley de
Zonas Francas Industriales y de Comercialización (1998), que reconoce
derechos laborales al igual que en el resto de empresas; pero en la
práctica –según las organizaciones sociales- muchas de las fábricas
maquileras desarrollan su actividad al margen del Estado y de las leyes.
Muros, portones, vigilantes privados con armas… El acceso a estas zonas
se halla restringido, de modo que sólo tienen acceso trabajadoras,
furgones y empresarios. Allí se violan los derechos humanos, laborales y
las trabajadoras son víctimas de enfermedades relacionadas con su
actividad. “Siempre he hablado del calvario de estas zonas francas,
porque somos explotadas y maltratadas; el calor era demasiado, incluso
no abrían las ventanas y todo aquello bien encerrado: muchas compañeras
han enfermado de los riñones”. Es el testimonio de una mujer que trabajó
a los 19 años en la maquila textil, y se presenta como “niña Leticia”
en el documental “Desencadenando historias en las maquilas
salvadoreñas”, de las ONG Mujeres Transformando y Paz con Dignidad.
“Mal,
porque no tenemos protección de nada; ni mascarilla, ni una silla
adecuada donde estar sentadas, nada…”, afirma otra empleada, “niña
Ester”. La organización feminista Mujeres Transformando, que denuncia
estas prácticas desde que vio la luz en el municipio de Santo Tomás, en
2003, informa de temperaturas de 37ºC, en puestos de trabajo sin
ventilación y con las puertas de emergencia bloqueadas. “Salían culebras
en el agua y cosas verdes; incluso a veces nos decían que había ratas
muertas desde donde nos llevaban el agua”, explica “niña Ester”. La otra
cara de estas situaciones es la rentabilidad empresarial. La abogada de
Mujeres Transformando, Marilyn Sánchez Najarro, recuerda en un acto
organizado por la Coordinadora Valenciana de ONG que las empresas
beneficiarias de las zonas francas no pagan impuestos durante diez años
por importar o exportar lo que allí se produce. Además, el artículo 29
de la ley que regula la actividad en estas áreas reconoce los derechos
de asociación, sindicalización, prohíbe el trabajo forzoso o compulsivo,
y establece la edad mínima para el trabajo de menores; también las
condiciones laborales “aceptables” respecto al salario mínimo, horas de
trabajo y tanto salud como seguridad laboral. “Este artículo no se
respeta en muchas fábricas maquileras”, subraya Montserrat Arévalo,
directora ejecutiva de Mujeres Transformando.
“Niña Leticia”
relata su experiencia en estas fábricas del textil: “Nos hacían trabajar
todos los días a las 10 y a las 12 de la noche; algunas veces, los
domingos hasta la una; y luego me presentaba el lunes a laborar;
bastante duro: un calvario; sólo un viernes despidieron como a 300
personas”. Recuerda el día que una compañera afirmó sentirse mal y se
dirigió al cuarto de baño. Como no regresaba, fue a buscarla y le
preguntó qué le sucedía: vómitos y diarrea. “A esta compañera le
denegaron el permiso, y murió”. De este punto pasa a la relación con los
jefes y encargados en el tajo. “Hemos sido maltratadas por los
supervisores; un día me faltó al respeto y me dijo que yo era una mierda
que no servía para nada; y sí, me cayó un ‘shock’ de nervios…Fui al
Seguro Social, donde me dieron la incapacidad”. La abogada Marilyn
Sánchez Najarro enumera algunas de las principales denuncias contra
estas empresas: impago de horas “extra” realizadas, del salario mínimo
completo, descuentos ilegales (por ejemplo, por permisos personales,
indemnizaciones, aguinaldos o vacaciones) y la negativa de permisos de
asistencia al Seguro Social. Esta realidad en el día a día laboral
contraviene lo establecido en el Código de Trabajo de la República de El
Salvador. El código establece, por ejemplo, la adopción de medidas de
seguridad e higiene en las instalaciones por parte de los patronos; y en
los procesos productivos, el suministro y mantenimiento de equipos de
protección. El artículo 163 regula asimismo el tiempo efectivo de
trabajo, el de pausas para el descanso y para satisfacer necesidades
fisiológicas.
Pero “la maquila no es hoy por hoy una
alternativa para que la gente salga de la pobreza”, apunta una de las
empleadas en el audiovisual “Desencadenando historias en las maquilas
salvadoreñas”. Madre soltera, a “niña Ester” no le alcanzaba para el
pago de la vivienda, la luz y el agua: “Recibíamos una poquedad”. Otro
testimonio, el de “niña Julia”, llama la atención sobre las penalidades
del trabajo en la fábrica. “Me contaban, incluso, el número de veces que
iba al baño”. Le amonestaban si, desde que entraba a trabajar hasta las
doce del mediodía, acudía dos veces al cuarto de aseo. “Lo único que
les faltaba era ponerle a una un ‘pamper’ para que no tenga la
necesidad…”, se lamenta. En otra ocasión le dijeron que dejara de ir a
laborar, pues podría sufrir un aborto.
Otra de las obreras pone
el acento en los criterios de productividad y sobrexplotación: “Según
nos sacan la meta en el tiempo estipulado en las ocho horas, tiene una
derecho a venirse a su hogar; si no, se queda a seguir terminando el
trabajo; la meta era a veces de 20.000-30.000 piezas y si la cumplíamos,
nos daban el incentivo; de lo contrario, lo perdíamos y, así, nos
hacían trabajar más de la hora”. Fuentes de Mujeres Transformando
informan de que los salarios medios en el sector de la maquila textil
rondan los 210 dólares mensuales, mientras que los precios de venta de
las prendas producidas oscilan, según la marca, entre 60 y 200 dólares.
Éstas son algunas de las empresas radicadas en las zonas francas de El
Salvador: Brooklyn Manufacturim, Apple Tree, Hermanos Textil, Samia,
Olocuilta Apparel, Hanes Brand, Fruit the loom, Argo, Averi, Exporta
Salva y Colintex. Producen para firmas como Puma, Gap, Perry Elis,
Mossimo, NFL, Dallas Cowboys, Fruit of The Loom, Hanes Brand, Columbia,
Patagonia, Lacoste, Samia o The Nort Face.
En el anonimato y la
invisibilidad ha permanecido durante décadas otro eslabón de la cadena
productiva, el de las mujeres bordadoras a domicilio. Ellas cosen el
bordado de los vestidos que se convertirán en una parte de las
exportaciones de las fábricas maquiladoras. Así, el producto puede
terminar en boutiques exclusivas de ropa infantil o grandes almacenes de
lujo de Europa y Estados Unidos. No cuentan con un contrato por
escrito, lo que impide probar la relación laboral, y realizan jornadas
de más de doce horas en sus casas (de lunes a domingo). Cada obrera
produce de media entre tres y diez piezas a la semana para las maquilas.
Según el informe de Mujeres Transformando, “Haciendo visible lo
invisible. La realidad de las bordadoras a domicilio” (noviembre de
2013), éstas desconocen la ubicación de otros grupos en los que las
empresas tienen producción: los mismos empleadores y representantes de
las maquiladoras les niegan las informaciones. Así, desarticulados, los
diferentes núcleos se ven imposibilitados para la negociación colectiva.
Se trata además de mujeres generalmente pobres, situación que se agrava
con el trabajo a domicilio. No sólo perciben remuneraciones por debajo
del salario mínimo establecido para el sector de la maquila, sino que
también han de asumir costes como el pago del agua, la energía eléctrica
o la salud laboral. Muchas de ellas han de implicar en el bordado a
todo el grupo familiar, con el fin de alcanzar la canasta básica
alimenticia. Y carecen de seguridad social, aunque afronten accidentes
laborales y enfermedades profesionales.
La maquila establece el
diseño, imparte las instrucciones y entrega el material a las
bordadoras, de manera que existe una palmaria subordinación técnica y
económica. Las piezas acabadas han de entregarse en el lugar y fecha que
indica la empresa. ¿Qué ocurre si la pieza no reúne las condiciones de
limpieza y exactitud en el tipo de puntada? “La fábrica maquiladora no
hace efectivo el pago; sin embargo la empresa se lleva las prendas,
dejando a las bordadoras con el tiempo y el esfuerzo invertido sin que
sea pagado”, explica el informe de la organización feminista. Agrega el
documento que el salario o precio por la pieza no se les comunica a las
bordadoras hasta que entregan el producto. “Terminan por recibir el
monto que la maquila quiera pagar, pues el trabajo ya está hecho”,
critican fuentes de Mujeres Transformando. Tampoco las empresas entregan
un recibo de pago, aunque sí mantengan un registro con los montos que
abonan semanalmente a las bordadoras. Se trata de obreras con edades
comprendidas entre los 13 y los 58 años, con un segmento destacado entre
los 18 y los 32. Una de las explicaciones de la fuerte presencia de
mujeres jóvenes es la posibilidad de obtener algún ingreso, ante las
barreras para lograr un trabajo digno.
Sin jornada laboral
estipulada, ni días de descanso, vacaciones anuales pagadas, días de
asueto, aguinaldo, licencias por maternidad, indemnización por despido o
pago de horas extraordinarias, la cotidianidad resulta extenuante. El
trabajo del bordado produce en muchas mujeres molestias en las muñecas,
los ojos, las manos, los dedos y tanto en la columna como en la espalda
baja. Las patologías que los médicos han detectado con mayor frecuencia
son las relacionadas con el músculo esquelético (síndromes del túnel del
carpo y de espalda dolorosa baja, y tendinitis del hombro), migrañas y
trastornos visuales. El documento de Mujeres Transformando detalla el
nombre de siete maquilas que hacen uso del trabajo a domicilio: Jacabi,
Handworks, Velásquez Soto, Industrias Margareth, Konffetty, Alonso Rochi
de Vidri y Creaciones Alejandrina.
Estas factorías encomiendan
el trabajo doméstico en diferentes municipios de los departamentos de
San Salvador, Cuscatlán y Santa Ana. El capital es salvadoreño, y las
exportaciones se dirigen sobre todo a Estados Unidos, pero también a
Reino Unido, Japón, Nicaragua y Costa Rica. Según el estudio “Hecho a
mano. Un análisis desde la economía feminista” (enero de 2015), fábricas
como Handworks ofrecen tareas a domicilio a grupos de bordadoras. Esta
empresa especializada en ropa para niños, camisas y vestidos con bordado
trabaja para 32 marcas: Zuccini, Sweet Dreams, Bambino L’amore-Baby
Boutique, Cutie Pie, Little English y Posh Originals, entre otras. El
estudio destaca el quid del conflicto: la obrera que borda en casa
recibe sólo el 4% del valor de la prenda; el restante 96% se reparte
entre las empresas salvadoreñas, las marcas y las distribuidoras
multinacionales.
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