Las concentraciones de
gases de invernadero han alcanzado niveles nunca antes detectados. Como
resultado, las temperaturas en los océanos y la tierra son ~ 1°C más
altas que en la era preindustrial, y las precipitaciones se hacen más
variables y más extremas. Estos cambios ya ejercen impactos tangibles
sobre varios procesos biofísicos planetarios (acidificación de los
océanos, extinción de miles de especies, escasez de agua fresca,
etcétera) y también pone en jaque la producción agrícola, en especial
los grandes monocultivos industriales, que son parte del problema pero
que siguen expandiéndose a pesar de estarse autodestruyendo al minar las
condiciones ecológicas de la producción: producen 30 por ciento de los
gases de invernadero y dada su homegeneidad genética son extremadamente
vulnerables al cambio climático.
Aunque existe conciencia sobre la emergencia que representa el cambio
climático, las emisiones de carbono siguen incrementándose y no se
vislumbran acciones para frenar el calentamiento global. El problema es
que la causa-raíz del desafío ecológico, es el sistema capitalista
incapaz de asegurar respeto por el medio ambiente y al capitalismo no le
conviene implementar cortes urgentes en las emisiones de carbono, pues
estas medidas amenazan su propia existencia. Detener las emisiones antes
de alcanzar el umbral de 2°C (que conduciría a un estado de
irreversibilidad climática) requiere un cambio revolucionario que va en
contra del crecimiento económico y la hegemonía de las multinacionales.
Para mantenerse bajo el umbral, los países ricos tendrían que cortar sus
emisiones en 10 por ciento por año, amenazando los niveles de consumo y
bienestar que gozan. Los cambios agrícolas necesarios requerirían no
sólo romper el monocultivo con estrategias agroecológicas, sino también
desmantelar el control de las multinacionales sobre el sistema
alimentario, el sistema de producción basado en petróleo, y las
políticas agrarias neoliberales que lo ampara.
La respuesta de los grandes intereses es que la tecnología
unida a la magia del mercado podrán solucionar los problemas climáticos,
promoviendo la ilusión de un crecimiento económico ilimitado que no
impacta la naturaleza. El agronoegocio aprovecha estas crisis para
restructurarsecon las mismas estrategias pero disfrazadas bajo el nombre de la agricultura climáticamente inteligente. Las prácticas que proponen priorizan la mitigación basadas en mercados de carbono por sobre la resiliencia socioecológica y la soberanía alimentaria. Los créditos de carbono favorecen a los agricultores más contaminantes y los agricultores que siguen prácticas que secuestran carbono, venden sus créditos a multinacionales contaminadoras.
La agroecología plantea la conversión agroecológica de los sistemas
de producción, y la creación de redes alternativas de alimentos
saludables y accesibles para todas las personas. La agroecología
capitaliza en la experiencia de miles de campesino(a)s que utilizan
policultivos y sistemas agroforestales que minimizan los riesgos frente
al cambio climático. Evidencias demuestran que estos sistemas
agroecológicos son más resistentes a los impactos de sequías y huracanes
que los monocultivos, por tanto constituyen modelos que ofrecen una
gama de diseños de manejo para reforzar la resiliencia de los
agroecosistemas modernos.
La agroecología plantea una visión radicalmente diferente a los
sistemas alimentarios globalizados basados en la homogenización,
especialización, industrialización y medidas económicas cortoplacistas.
Los nuevos sistemas agroecológicos se basan en sistemas familiares de
pequeña escala, locales, biodiversos, autónomos, incrustados en
territorios controlados por las comunidades y apoyados por consumidores
solidarios que entienden que comer es a la vez un acto político y
ecológico.
* Profesor emérito de Agroecología, Universidad de California, Berkeley
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