Este es un artículo de opinión de Jemimah Njuki, especialista en agricultura, seguridad alimentaria y empoderamiento de mujeres y trabaja como especialista en el Centro de Investigación y Desarrollo Internacional de Canadá. Además forma parte del Aspen Institute New Voices Fellow.
En ese continente, las mujeres tienen muchas más probabilidades de
dedicarse a la agricultura que los hombres, y también son las que tienen
menos garantías de derechos y suelen contar con pequeños terrenos y de
menor calidad.
Como investigadora que estudia el papel del género en la agricultura,
me gustaría contribuir a hacer frente a las injusticias porque cuando
los derechos a la tierra de las mujeres son sólidos, la producción aumenta, tienen mejores ingresos y más poder de negociación en el hogar.
Las investigaciones
muestran que los derechos sólidos implican otros beneficios, como mejor
nutrición infantil y mayores logros de las niñas en la educación.
Pero a medida que profundizo en el tema, me encuentro con otra
constante política, y es que la información es poder. Y una
manifestación de la crónica negligencia de mujeres en la agricultura es
la falta de datos que las ayudarían a aclarar y hacer frente a las
dificultades.
Por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates lanzó la Goal Keepers Initiative (“Iniciativa de Guardameta”), que realiza un esfuerzo concertado para rastrear el progreso para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Lo primero que
hice al analizar el primer informe del programa publicado hace unas
semanas, fue ir al Objetivo 5: “Lograr la igualdad entre los géneros y
empoderar a todas las mujeres y las niñas”.
Al analizar los indicadores de género, que incluyen la proporción de
mujeres con derechos a la tierra, me encontré varias veces con la frase
“datos insuficientes”, ¡en letras mayúsculas rojas!
Sin datos es imposible rastrear los avances ni identificar políticas e
intervenciones que apunten a la igualdad de género. Para desarrollar
soluciones, ya sea en torno a los derechos a la tierra o a los muchos
otros desafíos que deben afrontar mujeres y niñas, necesitamos datos que
subrayen los problemas actuales y evalúen su impacto.
Un buen ejemplo de cómo los datos específicos por sexo impulsan el progreso está en la inclusión financiera.
Esos datos nos dan información sobre quién accede a qué productos,
qué canaliza su uso y los brechas existentes. Ser conscientes de esos
vacíos es fundamental para superarlos, y esto es imposible sin datos
discriminados según hombres y mujeres.
En Ruanda, el uso de datos discriminados por sexo
permitió apuntar a grupos excluidos del sistema financiero, mejorando
así el índice de inclusión de 20 por ciento, en 2008, a 42 por ciento,
en 2012.
Un informe de Data2X, de la Fundación de las Naciones Unidas, señala
que cerca de 80 por ciento de los países cuentan con datos discriminados
por sexo sobre mortalidad, participación en la fuerza laboral y
educación y capacitación.
Pero menos de la tercera parte de ellos cuentan con estadísticas
discriminadas en materia de sexo en empleos informales, de propiedad y
gestión empresarial y de trabajo no remunerado ni recolectan datos sobre
violencia contra la mujer.
La situación hace que se tenga un panorama incompleto de la vida de
mujeres y hombres y de las brechas persistentes, lo que limita el
desarrollo de políticas y de programas que hagan frente a las
desigualdades.
Un desafío clave para la recolección de datos está en la inversión.
Se necesitan fondos para ello y conocer la situación de mujeres y niñas
en diferentes ámbitos como local, nacional e internacional.
Un estudio realizado en 2012 por la División de Estadística de la
ONU, en colaboración con comisiones regionales del foro mundial,
muestran que de los 126 países que respondieron, solo 13 por ciento
tenían un presupuesto separado para contar con estadísticas precisas de
género, 47 por ciento dependía de fondos ad-hoc o de proyectos y el
restante 39 por ciento, directamente no tenían nada.
En 2016, la Fundación Bill y Melinda Gates invirtió 80 millones de dólares para mejorar la recolección de datos por sexo.
En Uganda, el estudio Medición de Estándares de Vida del Banco Mundial colabora con la iniciativa Evidencia y Datos para la Igualdad de Género y la Oficina de Estadística local para recoger y analizar los derechos de propiedad de los distintos integrantes del hogar.
Es útil saber, por ejemplo, qué activos poseen las mujeres para
desarrollar programas y políticas que beneficien tanto a ellas como a
los hombres y que achican la constante brecha de género.
En el Centro de Investigación y Desarrollo Internacional de Canadá, apoyamos el registro de eventos civiles y vitales por sexo,
como fecha de nacimiento y muerte, para contribuir a registrar el
avance en indicadores como la salud sexual y reproductiva de las mujeres
y la mortalidad infantil.
Todavía no hay datos a escala global sobre cómo las mujeres son propietarios de tierras consuetudinarias.
Uno de los desafíos es que las reglas, las normas y las costumbres
que determinan la distribución de tierras y recursos pertenecen a
instituciones sociales como la familia, el parentesco, la comunidad, los
mercados y los estados.
Por ejemplo, cuando visité Malí en 2012, participé en una reunión
comunitaria en una aldea y presencié cómo el jefe local concedía
derechos sobre unas tierras a un grupo de mujeres para que pudieran
cultivar juntas y ganarse la vida. Pero no había documento ni registro
formal.
Sin esos datos, cuando se privatiza la tierra o se formaliza la
tenencia, las mujeres suelen perder el control de esos terrenos
consuetudinarios.
Por ejemplo, tras la independencia de Kenia, Uganda y Zimbabwe,
durante el registro de tierras y la experiencia de formalización, la
falta de datos y de consideración de las mujeres en los derechos
consuetudinarios hizo que los documentos quedaran a nombre del jefe de
hogar, a menudo un hombre.
De esa forma, la autoridad sobre el uso, la venta y el control de la
tierra quedó en manos de los hombres, y las mujeres perdieron el derecho
y el acceso que tenían antes.
Agencias internacionales y gobiernos deben comprometerse a invertir en la recolección de más datos sobre mujeres y niñas.
Achicar la brecha de género no solo es útil para evaluar los avances
hacia los ODS, sino para señalar qué intervenciones funcionan y qué es
necesario hacer para acelerar los avances hacia la igualdad de género y
el empoderamiento de mujeres y niñas.
Lo que se mide, importa, y lo que importa se mide, y las mujeres y las niñas importan.
Traducido por Verónica Firme
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