Carlos Bonfil
El entendimiento sentimental, erótico y deportivo que se instala entre estos tres protagonistas combina la seducción con el afán competitivo. Una escena estupenda muestra al trío de desafiantes midiendo sus fuerzas en una habitación, con Tashi Duncan como árbitro inesperado en el duelo de testosteronas que teniéndola a ella como trofeo deseado, se encamina sin embargo a un jocoso y sorpresivo desenlace que la joven tenista celebra con malicia. Ella es todo a la vez en esta cinta: madre sustituta de los dos seductores desamparados, esposa y coach de Art, amante de Patrick, y fiel de la balanza en la sorda rivalidad que los opone cuando ella debe retirarse del juego deportivo por un accidente discapacitante. Aunque la trama propuesta por el guion de Justin Kuritzkes es aparentemente sencilla, es permitido marearse un poco con los saltos temporales que continuamente hacen avanzar o retroceder en el tiempo la trama y la dinámica de los tres personajes, simulando con ello el propio ritmo del juego de tenis y marcando sus etapas narrativas con el lenguaje específico del deporte, con match point –punto decisivo– como un término recurrente.
En este sentido el trabajo de fotografía de Sayombhu Mukdeeprom es realmente notable. Desde el tributo trasparente al Hitchcock de Pacto siniestro ( Strangers on a Train, 1951), con la atención puesta en un espectador inmóvil (aquí Tashi Duncan), mientras todos los demás giran de un lado a otro sus cabezas, hasta la elección de distintos puntos de vista en el interior de la cancha, desechando así los tradicionales planos abiertos para favorecer la interacción de las miradas de los jugadores y la trayectoria misma de la pelota. Experiencia muy inmersiva del espectador de cine de ficción en un partido de tenis. En lo relativo a la historia, estamos lejos de la intensidad dramática de otras cintas referenciales como Jules y Jim (Truffaut, 1962) o Los soñadores (Bertolucci, 2003), dado que el interés de Guadagnino parece estar más atento a los juegos de poder, al canibalismo de la competencia, y a la relación de esa dinámica con un juego amoroso que difumina las fronteras de género. Los personajes son aquí idealizados menos como semidioses del deporte que como figurines publicitarios de algun tipo de loción o playera de marca o de una revista de moda. Asistimos a una sensualidad de pasarela, entre Adidas y Tommy Hilfiger, que hace entre la cancha, el vestidor y el sauna, el elogio muy reiterado de la belleza y lozanía, del rendimiento físico y la hazaña deportiva. Esta apuesta estilística por el relumbrón estético, la superficie inmaculada y la mística del esfuerzo individual, deja en un segundo plano lo que pudo ser una historia romántica más compleja y apasionante. Esto no impide por supuesto que Desafiantes sea un entretenimiento visualmente muy atractivo, con una pista sonora eficaz y tres interpretaciones de primer orden.
Se exhibe en Cine Tonalá, Cinemex y Cinépolis.
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