Nuestra mayor venganza será ser felices
. Tal es el lema predilecto de la activista mujer transexual Kenya Cuevas, y subtítulo también del documental Kenya
(2022), que la directora, guionista y cinefotógrafa Gisela Delgadillo
dedica hoy a su trabajo político. Al parecer, la propuesta original de
esta ópera prima era describir la vida diaria de reclusas transexuales
en el ámbito de encierro que la propia protagonista conoció durante diez
años a partir de su experiencia de drogadicción y como trabajadora
sexual. Esa premisa se volvió después un duro señalamiento documentado
de la situación de oprobio que padece la comunidad transexual en tanto
objeto de humillaciones e injusticias perpetuadas gracias a la impunidad
que aún predomina en México.
A Kenya le tocó ser testigo directo en 2016 de un crimen atroz, el transfeminicidio que cobró la vida de su amiga y compañera de trabajo sexual Paola Buenrostro, de 25 años, quien fue asesinada a tiros a bordo de un auto por el cliente que solicitó sus servicios y se consideró agraviado al descubrir que la sexoservidora era una persona de sexo masculino.
A pesar de la evidencia de un video grabado por el celular de la propia Paola y del testimonio de Kenya quien se precipitó en su ayuda, el criminal fue liberado por una pretendida falta de pruebas. No sólo las autoridades le negaron a la joven su condición de víctima (por haber podido provocar al cliente, por haber recurrido al engaño o por haberse tal vez disparado ella misma), sino también su identidad de género femenino trans, refiriéndose siempre a ella como un sujeto varón, todo con el fin de no reconocer, en los hechos, las agravantes de un feminicidio calificado.
De algún modo es un lástima que el documental no haya explorado con mayor detenimiento la vida de la propia Kenya Cuevas, de suyo una experiencia fascinante y compleja, no sólo como trabajadora sexual obligada a sobrevivir desde niña en situación de calle, sino como una joven tempranamente diagnosticada con el VIH. Superadas estas primeras vivencias, la activista ganó visibilidad pública y radicalizó su lucha como defensora de los derechos humanos.
El documental la muestra empoderada y combatiente, en todo momento generosa, rodeada de compañeras sexoservidoras trans que la llaman madre y a quienes ella se dirige como hermanas en un impulso de solidaridad entre mujeres transexuales. Una forma de resistencia activa frente al desdén y los prejuicios sociales. Pero la pieza central del trabajo de la cineasta es la denuncia de los crímenes transfóbicos, más numerosos que los muchos denunciados y reconocidos, y de los que el caso de Buenrostro es apenas una muestra, por lo demás elocuente.
Escenas muy directas, como el bloqueo del Periférico y de calles con un ataúd al frente, para llamar la atención sobre la impunidad de que gozan los crímenes de odio, así como el testimonio emotivo de la sexoservidora Deborah o el de personas trans de la tercera edad temerosas de terminar sus días en un desamparo absoluto, son piezas clave en la narrativa del documental Kenya. Se entiende entonces que el reverso de la nota roja en los diarios sensacionalistas, sea justamente esta descripción empática de las batallas públicas e íntimas que la protagonista ha venido librando hasta la fecha. Expresado todo sin grandes aspavientos, con algo o mucho de retórica sentimental, y con una sinceridad espontánea y contundente. No sorprenderá que una de las casas refugio para mujeres trans que Kenya ha creado, lleve hoy el nombre de Paola Buenrostro.
Se exhibe en la Cineteca Nacional, sala 7, 16:15 horas, y en el Cine Tonalá.
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