Cuando la realidad supera la ficción
. La fórmula publicitaria elegida para Un actor malo
(2023), de Jorge Cuchí, alude a la terrible realidad que viven a diario
miles de mujeres en nuestro país, y que el mismo filme señala en sus
créditos finales con un dato elocuente: En México, 97.5 por ciento de
los casos de violación no se denuncian ni se investigan, y de los casos
denunciados sólo 5 por ciento avanza lo suficiente para llegar a una
sentencia
. Queda claro que la intención primera del director y guionista de Un actor malo
es ejemplificar, a través de una ficción, el grado de impunidad que
priva en el país, ilustrándolo con el caso de un abuso sexual cometido
durante la filmación de una película, mismo que, cabe suponer, suele ser
un asunto ignorado o desatendido por las autoridades penales, cuando no
encubierto y silenciado por el medio cinematográfico que debiera
denunciarlo. Parafraseando la publicidad antes citada, se puede
preguntar, sin embargo, qué sucede cuando una ficción bienintencionada
termina por superar y desvirtuar, con su tono final alarmista y
apocalíptico, una realidad tan compleja como la propia violencia de
género.
Durante una primera parte del relato, parecen reunirse venturosamente
los mejores ingredientes para una cinta excepcional en el cine mexicano
actual. El planteamiento novedoso de un tema abordado últimamente más
por el documental que por la ficción, a excepción de películas tan
notables como Perfume de violetas, Maryse Sistach, 2001; Carmín tropical, Rigoberto Perezcano, 2014, o Las elegidas,
David Pablos, 2015, se encaminaba a un tratamiento dramático cercano al
cine de litigios jurídicos sobre cuestiones de género, como el que con
maestría realizó el cineasta iraní Asghar Farhadi en su drama familiar Una separación (2011), mostrando el doble rasero de una justicia y una moral sexistas que penalizan con mayor rigor a las mujeres. En Un actor malo
el rodaje de una película se detiene cuando Daniel Zavala (Alfonso
Dosal), uno de sus actores, abusa de su compañera de actuación Sandra
Navarro (Fiona Palomo), transformando, en pocos instantes, en algo muy
real la simulación del acto sexual en una escena de cama. Lo que inicia
como una broma entre colegas actores (qué pasaría si por un momento
pasamos a los hechos y tenemos sexo de verdad), deriva en el drama de
una violación en forma de la que Daniel se declara inocente, mientras su
compañera ultrajada insiste en proceder a una denuncia. El conflicto
moral está bien planteado y las actuaciones son muy correctas. A la par
de los testigos de la escena y los abogados involucrados, el público
deberá juzgar cuál de los dos personajes dice la verdad en sus
aseveraciones y sobre quién recae el mayor peso de la culpa. Una
pregunta obsesiva relativa al momento de la violación (¿Por qué no gritaste?
)
complicará la situación de Sandra, quien se muestra incapaz de
responderla. Por su parte, Daniel se empeña en asumir su papel de
víctima de una posible venganza de la joven, mientras paradójicamente
acepta su culpa y le pide perdón.
La situación se complica cuando una compañera de la actriz decide subir a las redes sociales el video de la violación, con el ánimo de incitar a una reparación del daño por medios extralegales, precipitando la ruina de Daniel y abriendo la vía a una persecución y a un linchamiento físico. Es aquí cuando el tono de la cinta cambia y ésta se descarrila por completo. Las hordas de feministas encapuchadas y furibundas que persiguen a Daniel son siniestras y tienen más que ver con un relato de paranoia tremendista, tipo Muertos vivientes ( Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), que con el manejo inteligente de un asunto moral espinoso. Todo se vuelve inverosímil en lo que ahora es denuncia precipitada de la insensibilidad y el poder de manipulación tóxica de las redes sociales. Un ánimo de venganza de género obedece a la lógica brutalmente reparadora del ojo por ojo, diente por diente. Así, el público que puso reparos a la cinta Nuevo orden (2020), de Michel Franco, por su pretendido tremendismo social, se topará aquí con la obra de un involuntario discípulo suyo, para nada aventajado. Tratándose aquí de la abusiva generalización de una respuesta feminista a la violencia de género, la cinta Un actor malo podría generarle al director una polémica incómoda y contraproducente. Un cálculo malo.
Se exhibe en la Cinteca Nacional, Cine Tonalá y salas comerciales.
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