Una obra maestra de poesía y desenfado
(Jean Tulard). En 1973, La mamá y la puta ( La maman et la putain),
de Jean Eustache, conquista el gran premio del jurado en Cannes en
medio del pequeño escándalo suscitado no tanto por su título provocador,
que remplazaba a uno anterior bastante inocuo, La casa y la muñeca ( La maison et la poupée),
sino por su apuesta estilística en ruptura con las convenciones
narrativas del momento; pero sobre todo, por la cruda franqueza verbal y
el empoderamiento erótico que reivindicaba una de sus protagonistas. La
trama mínima en esta cinta de tres horas cuarenta de duración parecía
un desprendimiento heterodoxo de la saga de desventuras sentimentales
del joven Antoine Doinel en Domicilio conyugal, filmada tres
años antes por François Truffaut. Con una posible intención irónica,
Eustache escoge al mismo intérprete carismático, Jean-Pierre Léaud, para
encarnar ahora a Alexandre, un personaje muy inmaduro que pretende
casarse con Gilberte (Isabelle Weingarten), pero cuyo verdadero interés
sentimental se divide entre las dos mujeres que con mayor intensidad
ocupan su existencia: la comprensiva y maternal Marie (Bernadette
Lafont) y Véronika (Françoise Lebrun), desgarradora heroína nómada del
placer sexual.
Un peculiar acento de sinceridad expiatoria marca el largo recuento autobiográfico y verboso al que se libra aquí Jean Eustache. La historia remite a su propia ruptura con Lebrun, la actriz que interpreta a Véronika, y también a su manera de refugiarse en el regazo de Catherine Garnier, una mujer protectora que lo adora y a quien él dedica la película, y que Bernadette Lafont interpreta. La misteriosa Catherine participa como extra en el filme, presta su propio departamento y sus consejos para el rodaje, manifiesta su beneplácito con el resultado final, y poco después se suicida. La mamá y la puta, tragicómico repertorio de desencuentros sentimentales, tiene como epicentro a la figura egocéntrica y veleidosa de Alexandre ( alter ego evidente del cineasta), quien ha decidido reunir a sus dos amantes bajo un mismo techo y en una misma cama con el deseo de ser a la vez protegido y obedecido, sin tomar en cuenta los estragos afectivos que ese arreglo suyo pueda provocar en ellas. Cuando Véronika queda embarazada y decide conservar su hijo, la relación triangular y la estabilidad emocional del seductor escarmentado enfrentan su crisis más severa.
Esta cinta emblemática de la posnueva ola francesa es un reflejo del espíritu libertario del mayo estudiantil de 1968 y también la constatación desencantada de su naufragio. A la insatisfacción amorosa que experimentan los tres protagonistas de la cinta, corresponde, en off, el desasosiego de una generación sin mayores ilusiones en el campo de la protesta política. Alexandre se burla de todo en el nuevo orden de la Francia de Georges Pompidou, desde el conservadurismo moral del partido comunista francés hasta los flirteos del guía existencialista Sartre con la China de Mao. La revolución sexual de un comunitarismo californiano inspirado en Wilhelm Reich, se resuelve y disuelve penosamente en el malogrado trío sentimental y erótico que nos presenta Eustache –recordándonos que lo personal siempre es político. Sobresalen en la cinta el lirismo crepuscular de los amores contrariados por el destino, las largas tomas fijas a las que acompaña una balada romántica de los años treinta, los diálogos ásperos a los que suceden momentos de una ternura infinita, las escenas límite en que las protagonistas vomitan literalmente sus frustraciones existenciales y sus deseos truncados, y como remate conmovedor, el intenso monólogo final de Véronika en el que reivindica su férrea voluntad de gozar su sexualidad y decidir sobre su propio cuerpo. A cincuenta años de su filmación, esta película, hasta hace poco inconseguible, ha sido al fin restaurada. Cabe señalar para quienes sólo la conocían en sus malas versiones en video clandestino, que la copia es ahora impecable.
La mamá y la puta se exhibe en la sala 6 de la Cineteca Nacional Xoco a las 19:30 horas.
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