Jesús Cantú
MÉXICO,
D.F. (proceso.com.mx).- En los dos acontecimientos que sacuden al país,
la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y la casa de Las
Lomas de Angélica Rivera, esposa del presidente Enrique Peña Nieto, los
puntos de referencia de los que se parte para el posicionamiento
público del gobierno y de la sociedad civil son diametralmente opuestos.
El caso de los
desaparecidos, para el presidente y sus colaboradores, de acuerdo con
las declaraciones del mismo Peña Nieto, “nos deja ver que
lamentablemente esta parte de nuestra realidad, que se vive en algunos
municipios, no podría yo afirmar que sea un problema extendido en todo
el país, pero que, sin duda, está presente lamentablemente en gobiernos
municipales, sobre todo más pequeños en cuanto a sus capacidades y con
mayor debilidad institucional, hemos observado cómo el crimen
organizado prácticamente ha cooptado estas instituciones de orden
municipal”. Es decir, no se asume como un problema nacional, del Estado
mexicano; se achaca a la debilidad de las instituciones municipales.
Para los demandantes de justicia, entre los que se
encuentran desde luego los familiares de los desaparecidos, incluyendo
a muy amplios sectores de la sociedad civil, el de Iguala es uno más de
los crímenes de Estado –en tanto que fue perpetrado por una fuerza del
orden público de una de las instancias de gobierno– que la sociedad ha
padecido, en el cual, además, no se puede descartar la participación de
otros personeros del Estado mexicano de las instancias estatal y
federal.
A estos hechos hay que sumar la ejecución sumaria de 22
presuntos delincuentes en Tlatlaya, Estado de México, y la desaparición
de 9 mil 569 personas en lo que va de la presente administración,
además de otras 23 mil 605 sin resolver denunciadas a partir de 2007,
cuando inició la contabilidad del Registro Nacional de Personas
Extraviadas.
Aunque la estadística no permite identificar con claridad
cuántas de estas personas desaparecidas fueron inicialmente detenidas
por alguna fuerza de seguridad del Estado mexicano, incluyendo al
Ejército y la Marina, es un hecho que así sucedió en numerosos casos,
pues las denuncias públicas en ese sentido son múltiples.
En cuanto a este fenómeno, la visión compartida es que se
trata de un problema nacional, pues se manifiesta en las distintas
regiones del país, no sólo en una zona en particular, y, por ende, la
debilidad es del Estado mexicano como tal, no de una de sus instancias.
Apreciación totalmente contraria a la visión oficial.
En lo que respecta a la casa de Las Lomas, para las
autoridades el asunto se limita a proporcionar la información que
permita comprobar que la esposa del presidente durante su vida
profesional obtuvo (y declaró ante el fisco) recursos suficientes para
comprar una casa de ese valor. Además, tanto Peña Nieto como su esposa
insistieron en repetidas ocasiones que hicieron pública y divulgaron
dicha información no por una obligación, sino por su compromiso con la
transparencia y en la búsqueda de recuperar la confianza de la
población.
Para los analistas políticos, periodistas, organizaciones
de la sociedad civil y ciudadanos en general, el problema es el
evidente conflicto de interés que existe cuando “la constructora del
sexenio” celebra un “generoso” contrato de compraventa con la esposa
del presidente. Sin contar los jugosos contratos que las empresas del
constructor Juan Armando Hinojosa Cantú obtuvieron durante los seis
años que Peña Nieto gobernó el Estado de México, en estos dos primeros
años del gobierno federal ya consiguieron otros por más de 22 mil
millones de pesos (Proceso 1985), por lo cual los 54 millones de pesos
(valor del contrato de compraventa hecho público por Angélica Rivera)
equivalen a menos de 0.25% del valor de dicho monto.
Los documentos que exhibió la esposa de Peña Nieto
indican que la tasa de interés que se estableció en el contrato fue de
únicamente 9% anual, cuando al momento de celebrarlo el Costo Anual
Total mínimo, de acuerdo con las estadísticas del Banco de México, era
de 11%, es decir, dos puntos por arriba del pactado. También ponen de
manifiesto la diferencia entre el avalúo del valor comercial de la
propiedad, de 86 millones de pesos, y el valor de la operación, de 54
millones, es decir, un descuento de 37% si se toma como referencia el
valor comercial.
Los hechos son contundentes: El contrato de compraventa
claramente beneficia a la compradora, en tanto que la constructora
obtiene los contratos de las principales obras públicas que realiza el
gobierno federal. Y aunque la compradora no sea funcionaria pública, sí
es la esposa del presidente del gobierno que le otorga a dicha empresa
los jugosos contratos. El conflicto de interés es evidente.
Para el presidente y su equipo, las protestas responden
“a un interés de generar desestabilización, de generar desorden social
y, sobre todo, de atentar contra el proyecto de nación que hemos venido
impulsando”. Y acusó a los diversos medios de información de que en el
tema de la casa se levanten “señalamientos infundados, y con
aseveraciones, como puntualicé hace unos días, totalmente imprecisas.”
Para los manifestantes, como dijo Philippe Texier,
expresidente del Capítulo México del Tribunal Permanente de los Pueblos
(TPP), las protestas “simbolizan el ¡Basta Ya!, de la sociedad mexicana
cansada ante la injusticia social y la impunidad generalizada, después
de tantos años de masacres y de violaciones diversas de los derechos
humanos”.
Y para comunicadores como Jesús Silva Herzog Márquez, el
escándalo de la casa es –señaló en su artículo publicado en el diario
Reforma– “la revelación de un inaceptable conflicto de interés que toca
al Ejecutivo mismo. Los negocios privados de la esposa del presidente
de México (que naturalmente no puede ignorar el presidente) se enredan
con la obra pública. Los negocios privados mezclados visiblemente con
las decisiones públicas”.
Las diferencias son abismales, pero sobre todo evidencian
la posición del presidente y su gabinete de “controlar daños” a partir
de la atención de las manifestaciones más perturbadoras, pero sin
resolver las causas de fondo de la inconformidad social y la debilidad
del Estado mexicano. La oferta de diálogo del mandatario pretende
acallar las voces críticas y aminorar las protestas, pero no avanzar en
la construcción de una nueva institucionalidad que responda y atienda
la realidad nacional, particularmente la grave y permanente violación
de los más elementales derechos humanos y los principios democráticos
básicos.
*Texto publicado originalmente en la edición 1986 de la revista Proceso del 23 de noviembre de 2014
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