12/06/2014

Lo tenía merecido, por puta



Ilka Oliva Corado
Adital


Llevo una hora y media parada frente a la ventana de mi habitación, estoy viendo nevar. Debí levantarme a primera hora a lavar los platos que dejé anoche en el sink, también a hervir agua con canela para preparar mi café, debí levantarme a hacer mi rutina diaria de abdominales; bueno, debí levantarme a escribir este artículo, pero no, llevo hora y media repesada en la ventana de mi habitación, viendo nevar mientras pienso: ¿cuántas mujeres en el mundo no amanecieron hoy por ser víctimas de violencia? No podrán preparar su café, abrazar a sus hijos, vestirse con esa falda favorita, abordar el autobús para ir a estudiar, cuántas ya no podrán soñar. ¿Cuántas mujeres en el mundo murieron víctimas de violencia mientras yo dormía?




Anoche anunciaba el presentador del noticiero en español, con su voz quedada y ese rostro de aburrimiento cuando habla de violencia de género, ya común y aceptado por la sociedad que, una jovencita de 16 años fue abusada sexualmente por desconocidos en la estación de tren en la avenida tal, del barrio tal, a eso de las seis de la tarde y fue golpeada brutalmente, se encuentra en la sección de intensivos del hospital tal. Como si nada, cambia a otra noticia. Y así llevo años escuchando en los noticieros en este país en español y en inglés, de la infinidad de niñas, adolescentes y mujeres que son víctimas de violencia. Por lo general los casos quedan sin resolver, les dan carpetazo cuando se trata de indocumentadas.



Encasillan las agresiones en temáticas como las de la violencia doméstica, problema de faldas, las estereotipan: era pandillera porque su cuerpo está lleno de tatuajes, era prostituta porque llevaba minifalda y las uñas pintadas de rojo, engañaba a su pareja lo comentan los vecinos del lugar, era drogadicta, porque tiene unos pinchazos de agujas en los brazos. Cuestionantes que a la vez avalan la agresión: ¿pero qué hacía a esas horas y vestida así? ¿Pero qué hacía caminando sola?



La palabra feminicidio no existe en el lenguaje policial en este país. Creo que tampoco a nivel mundial y si ya existen algunos países que tienen leyes y juzgados que tratan específicamente el tema del feminicidio también es cierto que a nivel mundial es una palabra estigmatizada como la del socialismo, la homosexualidad, el lesbianismo y el feminismo. Ser socialista es señal de ser terrorista. Ser homosexual es señal de ser depravado sexual. Ser lesbiana es seña de odiar a los hombres. Ser feminista es sinónimo de imitar las mismas conductas machistas. Por lo tanto ser víctima de violencia de género tiene su razón de ser: entre tantas deducciones llega la primera: merecido se lo tenía, por puta, por cascos ligeros, no era una mujer decente.



Yo me pregunto, ¿quiénes son las mujeres decentes? ¿Quiénes la indecentes? ¿Es válido agredir a una mujer en base a cómo rige su vida? ¿Su vida sexual? Y si vamos más allá y vemos la forma en que se utiliza la violencia de género como botín de guerra, cuando la utilizan para intimidar y silenciar a mujeres que no se doblegan ante la impunidad de un sistema corrupto, (el caso de las hermanas Mirabal).

¿En qué casilla entran las desaparecidas en tiempos de dictadura militar y en tiempos de paz? Hay mucho para reflexionar en el tema de la violencia de género, desde los insultos, agresiones físicas y sexuales hasta el macabro feminicidio. Habrá quién desde una postura de especialidad en el tema con experiencia de profesional graduado de universidad lo explique mejor que yo, eso no quita que por no tener el conocimiento teórico no pueda y no deba pronunciarme. Exponerlo es responsabilidad de todos, sin distinción.



Y aquí quiero explicar cómo fue que cambió mi mentalidad en cuanto a las clases sociales y la violencia de género. Lamentablemente -porque así es, se lamenta una agresión y un feminicidio venga de donde venga- hace unos años cuando recién saltó a la luz el feminicidio de Cristina Siekavizza fue bien sonado porque la clase social de la víctima no pertenecía a la del arrabal, entonces el pueblo decía que por ser ella niña rica sí le prestaban atención a su caso pero sucedía todo lo contrario con otras mujeres víctimas de feminicidio que no tenían ni para comprar las tortillas, ni contactos en las altas esferas del sistema de justicia y de la sociedad.



Se comenzó a formar un grupo en las redes sociales para exigir justicia por Cristina, en esa ocasión una amiga me invitó a formar parte y yo le dije que no porque la víctima era niña rica y que por eso sí le prestaban atención a su caso. Ella me dijo muy serena: por eso mismo, hay que aprovechar esa luz para visibilizar la violencia de género, hoy fue Cristina pero seguirán más sino los denunciamos. De todas formas no acepté. Cerrada de mente no acepté. Supe también leyendo que una Miss Guatemala en 1968 fue brutalmente asesinada por el gobierno de turno. Rogelia Cruz Martínez fue el botín de guerra de un gobierno dictador. Se ensañaron con ella por su ideología política. Ser de izquierda es cosa de pocos, de los de verdad y son muchos los que han perdido la vida por ello. Comentando con algunos catedráticos de universidades, les preguntaba de Rogelia, me dijeron que su caso fue muy sonado porque era una Miss, en el tono como me lo dijeron se notaba que la pronunciación Miss era para desacreditarla.



Las torturas, (que incluyen violaciones sexuales) asesinatos y desapariciones de mujeres en tiempos de dictaduras y guerras no han sucedido solo en Guatemala, eso lo sabemos de sobra. Así como han sido víctimas nombres conocidos también hay anónimos. La impunidad no reconoce clases sociales. Tampoco el tráfico de influencias, la injusticia, el poder de la mediatización, el dinero que todo lo compra y todo lo destruye. En los casos de violencia contra la mujer no hay nombre reconocido al que la justicia le haga honor.



El problema de la violencia de género sigue siendo estigmatizado por la sociedad y los medios de comunicación, por el propio sistema y la macilenta iglesia. Yo agradezco las voces que han estado ahí durante décadas gritando, denunciado, y también a las que se van uniendo desde sus espacios.



Yo me doy cuenta que cuando escribo de violencia de género (depende el título, porque cuando escribo la palabra puta, -como carnada- muchos se imaginan que será un relato candente, que incluye orgasmos y eyaculaciones) mis artículos no son bien recibidos, no recorren el mundo como cuando escribo de dos mujeres fornicando o de un romance entre dos personas que tienen ya compromiso por separado, el morbo es letal en la mente de los lectores. Y debido a ese desinterés de los lectores yo puedo medirle el pulso al problema de la visibilización de la violencia de género y es cuando más me lleno de energía y de coraje para no dejar de escribir al respecto, la denuncia la debemos hacer todos sea o no comunicador y tenga un espacio público.



Y como denuncia también me sucede que algunos editores hombres en los espacios independientes donde comparten mis artículos, se niegan a publicarlos porque "otra vez, la misma babosada, a seguir con la misma canción de la violencia de género cuando hay otras cosas más importantes qué denunciar.” No es menos importante la violencia de género que la generalizada. Van de la mano.



Eduquemos a nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros compañeros de trabajo, a nuestros padres, hablemos de la violencia de género cada vez que tengamos oportunidad, aunque nos acusen de "aburridos, amargados, ardidos, bochincheros.” Hagámoslo, hombres y mujeres por igual. Seamos parte del cambio. No esperemos a que nos toque de cerca para despertar.



Sirva este artículo como reivindicación y disculpa a mi amiga por haberme negado a formar parte de aquel manifiesto, aprendí la lección, he abierto mi mente, la violencia de género debe ser denunciada venga de donde venga; no hay clase social, profesión y oficio, conducta e ideología que justifiquen la violencia contra la mujer. ¿Y usted, cuándo se une? ¿O es de los que dice: lo tenía merecido, por puta?

Haga lo mínimo, por lo menos comparta este artículo y si le nace, coméntelo.





Noviembre 25 de 2014. Estados Unidos.

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