El
neoliberalismo no es una ideología. Tampoco es un paradigma.
Constituye, a grandes rasgos, un proyecto orientado a reforzar el poder
de la clase capitalista. En tanto que, crítica de la economía política,
la aproximación marxista rechaza, de manera tajante, el antagonismo
aparente entre el Estado y el Mercado. En cambio, los economistas
ortodoxos se limitan a hacer apología del “Estado de Bienestar”,
categoría relacionada con las políticas de inspiración keynesiana
implementadas en los países industrializados al término de la Segunda
Guerra Mundial. De acuerdo con la argumentación más común, los
aumentos salariales y de gasto público permitieron incrementar el nivel
de la demanda agregada y la producción mundial. El incremento de la
producción generaba, a su vez, un efecto multiplicador sobre los
requerimientos de fuerza de trabajo por parte de las empresas. Mantener
el “pleno empleo” garantizaba la obtención de una tasa de beneficio
elevada, derivada tanto del aumento de los precios como de la
ampliación del mercado interno. Así, el “círculo virtuoso” de la
acumulación de capital de la segunda posguerra permitió, como nunca
antes, alcanzar una expansión económica sostenida en escala global
durante más de dos décadas (período también conocido como la época dorada del capitalismo).
Sin embargo, la realidad fue muy diferente. El “Estado de Bienestar” no
permaneció ajeno a un sinfín de contradicciones que a la postre
representaron un obstáculo para la acumulación de capital. Por ello, es
indispensable analizar las condiciones objetivas del neoliberalismo
antes de abordar sus consecuencias sobre la economía mexicana.
En primer lugar, la crisis de rentabilidad de la economía de Estados
Unidos a finales de la década de los sesenta llevó a las clases
dominantes de dicho país a realizar un viraje de enormes proporciones.
La persistencia del estancamiento económico y la inflación (estanflación)
exigió un cambio de rumbo como un intento de revertir la caída de la
tasa de beneficio a favor del capital y en detrimento del movimiento
obrero organizado.
En segundo lugar, si bien el inicio del
neoliberalismo se asocia generalmente a los gobiernos de Margaret
Thatcher y Ronald Reagan en Inglaterra y Estados Unidos,
respectivamente, la crisis fiscal de Nueva York y el golpe de Estado en
contra del presidente chileno Salvador Allende ya habían sido
utilizados con anterioridad como bancos de pruebas de la ofensiva por
parte del capitalismo neoliberal para, de un lado, hacer caer sobre los
trabajadores los costos del ajuste y, por otro lado, evitar cualquier
tipo de reivindicación a favor de la redistribución de la propiedad y
del ingreso.
Por otra parte, hay que tomar en
consideración que los efectos del neoliberalismo sobre las economías de
la periferia fueron de un calado mucho mayor si se los compara con los
países del capitalismo central. México es un claro ejemplo: más de tres
décadas de capitalismo neoliberal han colocado al país en un punto tan
crítico, cuyos daños difícilmente podrán revertirse en el corto plazo.
La incorporación al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT,
por sus siglas en inglés) a finales de la década de los ochenta y la
firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994
apuntalaron la dependencia de la economía mexicana respecto a Estados
Unidos a través de la destrucción del campo y la industria, sectores
que antes habían sido apoyados por el Estado desarrollista.
El retorno del Partido Revolucionario Institucional al Poder Ejecutivo
federal en 2012, además de representar un grave retroceso en materia
democrática, constituye la profundización del capitalismo neoliberal a
una escala sin precedentes. La aprobación del paquete de 11 “reformas
estructurales” (laboral, fiscal, educativa, telecomunicaciones,
energética, etcétera), a espaldas de la opinión pública mediante el
denominado “Pacto por México”, será recordada como el canto del cisne del espíritu nacionalista mexicano. La rendición absoluta frente a nuestro vecino del Norte.
No cabe duda de que la reforma de mayor importancia, la energética,
fortaleció de manera decisiva la seguridad hemisférica de Washington en
un contexto internacional signado por la creciente rivalidad
geopolítica entre potencias imperialistas y el agotamiento acelerado de
los recursos naturales de carácter estratégico. Además, la reciente
aprobación de las leyes secundarias en materia energética hace
operativa de jure la entrega de las principales actividades de
Petróleos Mexicanos a las grandes Corporaciones Multinacionales, al
tiempo que neutraliza de facto las acciones de tipo
compensatorio por parte del Estado mexicano para hacer valer su
legitimidad de cara a las contradicciones de la acumulación capitalista
dependiente.
Sin embargo, tanto Luis Videgaray como
Agustín Carstens, los funcionarios al frente de la Secretaría de
Hacienda y Crédito Público (SHCP) y el Banco de México,
respectivamente, no dejan de presumir la solidez de los “fundamentos
macroeconómicos” de la economía nacional frente a cualquier tipo de
“eventualidad externa”. Con todo, el “blindaje” no fue suficiente ante
la crisis crediticia de Estados Unidos que estalló en agosto de 2007.
Las consecuencias para México no derivaron río abajo en un
“catarrito” como sostuvo hasta el final Carstens (en aquél momento
titular de la SHCP), sino en hemorragia: la mayor caída del Producto
Interno Bruto (6.70 por ciento) en 2009 de todos los países de América
Latina.
Actualmente, una vez que las “reformas
estructurales” han sido aprobadas, el gobierno de Enrique Peña Nieto
busca convencer a los mexicanos, a través del apoyo mediático del
duopolio televisivo, que los beneficios producto de los cambios
constitucionales tardarán varios años en surtir efecto. No obstante, la
agudización de los efectos de la crisis global, consecuencia de una
espiral deflacionaria de las materias primas, en especial el petróleo,
cuya cotización cayó a menos de 80 dólares el barril en su variedad
Brent, nubla las perspectivas optimistas del gobierno de Peña Nieto. En
2013, México registró una tasa de crecimiento de 1.1 por ciento; para
2014, el Fondo Monetario Internacional ha reducido a 2.4 por ciento la
proyección de crecimiento económico, tres décimas menos en comparación
con la estimación realizada por el gobierno mexicano.
Sucintamente, el fin del estímulo monetario del Sistema de la Reserva
Federal y el alza eventual de la tasa de interés de referencia a
mediados de 2015 podrían precipitar la devaluación del peso mexicano en
relación al dólar. Las reservas internacionales por un monto de 190 mil
millones de dólares son insuficientes frente a una estampida masiva de
capitales de corto plazo, tomando en consideración el tamaño del
mercado cambiario.
Finalmente, la creciente militarización
del país, apoyada por Washington, tiene como objetivos la
criminalización de la protesta social y la disolución de los
movimientos sociales emergentes. Asimismo, pone en evidencia que el
discurso neoliberal en torno al “retiro del Estado” oculta, en
realidad, una de sus principales paradojas: el sostén irrestricto a
favor de la acumulación lleva al Estado capitalista a ejercer el
monopolio de la violencia contra los grupos en resistencia.
Con todo, los pilares del capitalismo neoliberal en México no podrán permanecer intactos de manera indefinida. México arde
hoy como consecuencia de un régimen económico opresor. La desaparición
de 43 estudiantes normalistas en el estado de Guerrero, a finales de
septiembre del año en curso, llevó al sistema político mexicano a
perder toda legitimidad; la indignación por la masacre de Ayotzinapa
puso de manifiesto la enorme capacidad de movilización de la sociedad
mexicana: el sujeto histórico revolucionario llamado a derrotar al
capitalismo neoliberal y a realizar una transición sistémica que
privilegie formas superiores de organización.
Ariel Noyola Rodríguez es Columnista de la revista Contralínea (México).
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