La Jornada
La madrugada misma en que se
anunció el triunfo electoral de Donald Trump se hizo presente en la
sociedad de Estados Unidos una polarización que no ha dejado de crecer
en los días siguientes. El miércoles 9 las redes sociales reportaron un
súbito incremento en las agresiones raciales, particularmente en contra
de musulmanes y de latinoamericanos: desde hostigamientos verbales en
lugares públicos hasta leyendas amenazadoras en automóviles y
residencias de integrantes de minorías. Particularmente lamentables
fueron los episodios en aulas de escuelas primarias en las que grupos de
niños gritaron consignas en contra de los inmigrantes y corearon
¡construye el muro!, en referencia al que el ahora presidente electo ha prometido erigir en la frontera común mexicano-estadunidense.
Por otra parte, desde que se hizo evidente lo que para muchos
resultaba impensable –es decir, que Trump arrollaba electoralmente a su
rival demócrata, Hillary Clinton– surgieron incipientes manifestaciones
de protesta en diversas ciudades. Hasta ayer tales demostraciones
crecían en número y en participación, y sectores de la población de
origen latinoamericano –es decir, los más amenazados por los propósitos
racistas del candidato ganador– empezaron a adherirse a ellas. Entre los
motivos principales de tales manfiestaciones destacan
No es mi presidente(en referencia a Trump) y
aquí nos quedamos, así como consignas contra el sistema de elecciones indirectas que hizo posible –por segunda vez en 16 años, después de la impugnada elección de George W. Bush en 2000– que el aspirante presidencial con menor número de votos totales se hiciera con la presidencia.
Ayer el presidente electo reiteró su idea de expulsar de inmediato del país a los
dos millones, tal vez tresde extranjeros indocumentados que, según él, tienen antecedentes delictivos. Es una idea confusa, porque Trump no cuenta con ninguna estadística que pruebe la existencia de tal cifra de migrantes en dicha situación, y delirante porque en Estados Unidos no hay mecanismos administrativos ni policiales para hacerla realidad. Lo cierto es que, tras sus primeras declaraciones conciliadoras como presidente electo, el magnate neoyorquino ha vuelto a echar gasolina al fuego de la polarización y el conflicto social.
En medio de cálculos frenéticos sobre las posibilidades reales de
Trump de llevar a la práctica sus ideas proteccionistas y racistas más
aberrantes –las cuales no sólo afectarían gravemente a México y otros
países, sino también, y en primer lugar, a la economía estadunidense–,
lo único claro, por ahora, es que el presidente electo está atizando una
división sin precedente en la la nación vecina y que ello, lejos de
contribuir a
hacer grande de nuevo a Estados Unidos, como rezaba su lema de campaña, puede acelerar la decadencia nacional de la que el mismo magnate neoyorquino es beneficiario y prueba fehaciente.
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