¿Cómo definirse como una mujer de izquierda en Chile?
El Desconcierto
¿Cómo definirse
como una mujer de izquierda cuando los representantes de esa izquierda
ya rota transitan un camino servil? ¿Cómo serlo cuando las (pocas)
mujeres supuestamente de izquierda pertenecientes a la “clase política”
colaboran abiertamente con un programa depredador que vulnera sus
propios derechos?
Repensar la noción de elite parece ser uno
de los instrumentos posibles para analizar políticamente los actuales
escenarios sociales. Esa elite que llegó para reemplazar el concepto de
clase dominante con la que se caracterizaba a la burguesía. Es esta
elite la que hoy condensa todos los límites entre los unos (pocos) y los
otros (demasiados). Solo que hoy existe una elite completamente
transversal en cuyo interior coexiste centro, derecha y parte de lo que
antes se consideraba como izquierda. En ese sentido, en el de elite,
habría que pensar en la naturalización de concepto local de “clase
política” como una mera táctica para validar a todo el espectro cupular
de la política chilena.
Allí, exactamente, en esa categoría, la
de “clase política” se desmoronó la reconocible distancia entre derecha e
izquierda. En esa confusión y acaso fusión lo que entendíamos por
derecha e izquierda se transformó en un espejismo y en un comprensible,
creciente resentimiento y la sensación de una traición. Porque la
llamada “clase política” es elite pura, que, más allá o más acá de
cualquier particularidad, sirve a la matriz neoliberal y a su
desenfrenado poder económico que, a estas alturas, es realmente
omnipotente.
¿Cómo definirse de izquierda cuando sus
representantes sumergidos en una misma “clase política” con la derecha
“rompieron sus cadenas” para aliarse al capital y servir a los grandes
empresarios? ¿Cómo definirse como una mujer de izquierda cuando los
representantes de esa izquierda ya rota transitan un camino servil?
¿Cómo serlo cuando las (pocas) mujeres supuestamente de izquierda
pertenecientes a la “clase política” colaboran abiertamente con un
programa depredador que vulnera sus propios derechos?
Quizás esa
izquierda está agazapada, palpitante, en los viejos símbolos, aquellos
que han sido dados de baja por la “concertación” neoliberal, por la
“nueva mayoría” cupular que, de manera sincrónica, reclama por una
actualidad de índole chatarra.
Quizás en esas minorías frente al
poder descanse una lucidez que habría que examinar con una nueva mirada
para leer la prolongada historia de la explotación y las tácticas y
técnicas de dominación. Cuando se habla de anarquistas o de
trotskistas o de marxistas o de gramscianos o de Rosa de Luxemburgo o de
Elena Caffarena o de Julieta Kirkwood habría que pensar en cómo se
están re-modulando esos ecos. De qué manera esos referentes pueden
establecer un límite para reponer una necesaria batalla social. Una
lucha que deje de lados las coimas, los privilegios y las terribles
zonas de corrupción concretas o simbólicas (tipo yerno de Pinochet) en
las que se desbarrancó aquella parte de la “clase política”, antaño de
izquierda, para viajar en la misma “clase” con la derecha, a sus
barrios, a sus colegios exclusivos, a sus comilonas, a sus pactos en la
“cocina”, a la penosa cursilería y a la falta de recursos conceptuales y
culturales que caracteriza a nuestra elite.
Mirar en ese viejo
Trotsky o en la radicalidad Bakunin “algo” que sea verdaderamente
necesario para detener esta desigualdad indecente. Una indecencia que
promueve de manera hasta pornográfica el “mercado del lujo” en un país
explotado –con nuevas tecnologías- y traspasado por el miedo que
ocasiona la precariedad en que se sostienen las personas.
Mirar
con atención al conjunto de mujeres que han llegado a las distintas
federaciones de estudiantes universitarias, a las alumnas del colegio
Carmela Carvajal de Prat. A las estudiantas del Liceo 1, a mi nieta que
en agosto 2016, en el marco de una huelga estudiantil, cuando ella
pretendía pasar para llegar hasta su casa, un carabinero de fuerzas
especiales le cerró con violencia el paso y le dijo: “échate pa trás maraca”. Y ella le contestó que: “qué te creís paco re culiao, paco concha de tu madre, para tratarme de maraca.”. Y ella pasó el cerco con fuerza y determinación.
De
eso se trata, de ver, pensar, seguir apostando por atravesar esas
murallas “trumpistas” que pretenden cubrir una aberración social que
solo ha ocasionado melancolía y un largo e intenso infortunio.
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