La Jornada
Cuando Elba Esther Gordillo y
Carlos Jonguitud Barrios se encontraron en la antesala de la oficina
del secretario de Gobernación Fernando Gutiérrez Barrios, el profesor y
licenciado comprendió a cabalidad lo que sucedía.
Para eso me gustabas, le dijo trastornado a su pupila.
Han pasado ya casi 30 años de ese 23 de abril de 1989, cuando el
líder de Vanguardia Revolucionaria del Sindicato Nacional de
Trabajadores de la Educación (SNTE) se encontró con que su debacle
estaba asociado a la traición de la maestra. Mucha agua ha corrido en
los ríos magisteriales desde entonces, aun el arresto de Elba Esther.
Sin embargo, el olfato político y el estilo de hacer política de la
chiapaneca sigue siendo el mismo.
La profesora Gordillo comenzó su labor sindical a comienzos de la
década de los 70, de la mano de una corriente sindical trotskista en
Nezahualcóyotl, estado de México. Entonces daba clases de primaria y
habitaba una modesta vivienda en la colonia Metropolitana.
Como parte de ese grupo asistió en enero de 1973 a un pleno de
secretarios generales de maestros mexiquenses, en las instalaciones
sindicales de Popo Park. Allí increpó a Jonguitud, cacique sindical del
SNTE por obra y gracia del presidente Luis Echeverría. Él pidió a sus
ayudantes:
Tráiganme a esa flaca. El secretario de la sección 36, Silvino Berna, se la llevó. Nació entonces una estrecha relación que se rompió definitivamente ese 23 de abril de 1989.
En 1976, en el congreso seccional de la sección 36, en el auditorio
municipal de San Juan Teotihuacán, los pleitos entre el candidato de un
grupo de la SEP y el grupo de compadres de Jonguitud, conocido como los
silvinistas, impidieron nombrar en un primer momento secretario general.
Sin embargo, después de un largo receso, Gordillo apareció como la
candidata ungida. Y, a pesar de no contar con la mayoría de votos, quedó
al frente del organismo sindical. Por eso ella dice que llegó por culpa
de un pleito de hombres. “Llegó –puntualiza el ex dirigente magisterial
Teodoro Palomino– porque tenía de su lado al único hombre que podía
designarla: Carlos Jonguitud”.
A partir de entonces, al principio de la mano del profesor y
licenciado y luego de otros padrinos, su carrera fue en ascenso.
Secretaria de trabajo y conflictos a nivel prescolar; secretaria de
finanzas y presidenta de la Comisión Nacional de Vigilancia del SNTE;
diputada; senadora; secretaria general del PRI. Sin embargo, hasta 1989,
no pudo realizar su más preciado sueño: ser dirigente nacional del
sindicato. A quienes abogaban por ella, Jonguitud les respondía:
a las mujeres, ni todo el amor ni todo el poder.
Así fue hasta que la primavera magisterial de 1989 puso en la picota
al potosino. La maestra se había alejado de Jonguitud y había coqueteado
en 1988 con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Manuel Camacho la
recuperó a las filas del PRI, la hizo delegada en Gustavo A. Madero y,
cuando estalló el paro nacional de maestros, la impulsó para que quedara
al frente del SNTE.
Hoy, como en 1989, Gordillo ha desenterrado el hacha de la guerra.
“Tenemos lo más importante –dijo el domingo–, la decisión de dar la
pelea”. Calificó los cambios al tercero constitucional que promueve el
presidente López Obrador de
reformitay –sentenció–:
la Cuarta Transformación no es la reforma que esperábamos. Señaló que, quizás, los de la CNTE
sean los únicos que están haciendo algo. También anunció que se dispone a ser la nueva líder del sindicato.
Así, Elba Esther, que había concentrado sus fuerzas en la formación
de la corriente Maestros por México y en el registro del partido Redes
Sociales Progresistas (RSP), se metió de lleno a la coyuntura política,
educativa y sindical.
La maestra apoyó activa y púbicamente la campaña electoral de Andrés
Manuel López Obrador a través de las RSP. Figuras de su entorno (entre
las que se encuentra su marido, Luis Lagunas Gutiérrez) fueron
candidatos a diputados y senadores de la coalición obradorista.
Personajes muy cercanos a ella están al frente del Issste y de Conalep.
Ahora, fiel a su olfato, Gordillo aprovecha el diferendo entre la
CNTE y la 4T por la reforma educativa maquillada para atravesarse en la
coyuntura. Reclama un lugar en la mesa de negociación, más allá del que
tiene en lo oscurito. Oferta (sin hacerlo público) sus
servicios como controladora del descontento gremial. Está molesta con
las cortesías del gobierno federal hacia Alfonso Cepeda, el actual líder
nacional del SNTE, y con la negativa a permitirle recuperar la
presidencia del sindicato a su salida de la prisión domiciliaria.
Elba Esther sabe que hoy la gran mayoría del magisterio nacional (72
por ciento, según algunas encuestas) ve bien o muy bien a la CNTE. Está
al tanto de que muchos maestros ven en la reforma educativa del nuevo
gobierno la versión gatopardista de la del Pacto por México. Por eso,
como hizo en 1973, en 1976, en 1989, en 2000 (con Vicente Fox) y en 2006
(con el fraude electoral de Felipe Calderón) desentierra el hacha de
guerra para tratar de obtener su más cara obsesión: la legitimidad del
poder.
Twitter: @lhan55
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