Por Tiaré Scanda
Me tardé más que otras amigas en procesar todo esto. Creo que todavía no lo logro del todo. Es una locura por donde se vea.
Perdóname que te lo diga, pero suicidarte fue una pésima
decisión. Por más que sea un acto “consciente, voluntario, libre y
personal”, suicidarse siempre es una chingadera horrible que se le hace
a quienes te quieren, y a ti te quería mucha gente. Muchísima. En tu
velorio no cabía un alfiler. Tuvimos que hacer cola por mucho tiempo
para poder despedirte.
Formaste parte de tantos contextos y creaste lazos tan
entrañables por todas partes que era conmovedor ver mezclados a tus
amigos rockeros con los escritores, editores, periodistas y hacedores de
radio, todos y todas hechos pedazos. Todos repitiendo :“Ese cabrón era
un pan”. Estoy segura que muchos de los ahí presentes hubieran estado
dispuestos a dar la batalla para limpiar tu nombre, para expresar de
otras formas tu “radical declaración de inocencia”. Tú, tan creativo,
Armando. ¡Se te podían haber ocurrido otras maneras sin rompernos el
corazón a todos! Sin detener el tuyo, que todavía tenía tanto para dar.
Soy mujer, soy mamá. Yo les creo siempre a las mujeres, de
entrada, porque lamentablemente es verdad que todas hemos vivido alguna
forma de violencia. Las más afortunadas, solo acoso callejero. Otras no
han vivido para contarlo. Es verdad que a causa de la violencia machista
mueren mujeres todos los días y “es correcto que las mujeres alcen la
voz para que nuestro mundo podrido cambie” , como tú dijiste. No solo es
correcto, sino urgente e indispensable . Pero también creo
fervientemente que existen los hombres buenos y que hay que revisar cada
denuncia cuidadosamente.
Aunque todas las conductas machistas son reprobables y hay que
señalarlas, no puede castigarse con la misma dureza un desagradable
“mamacita”, que una violación o un feminicidio. Hacer una acusación
pública, anónima, con base a lo que -según mis cálculos- me podría haber
pasado, pero no me pasó, me parece poco responsable por decir lo menos.
Independientemente de los diagnósticos al vapor sobre tu salud
mental que han hecho cientos de tuiteros, Armando, y de tu mensaje que
habla de una decisión personal, vaya que una acusación de esta magnitud
es el empujón que le hace falta a cualquiera que tenga dudas sobre si
continuar en este mundo tan violento, o no.
¡Ay, Armando! Fue devastadora tu frase “Mejor un final
terrible, que un terror sin final”. Me puse en tus zapatos por un
momento: ir al mercado, a la gasolinera, a recoger a tu hijo a la
escuela, y que a partir del dicho de una persona en redes sociales todo
el mundo te mirara y pensara que eras un pederasta. ¡Suena infernal! Ser
acusado de semejante cosa y despojado del honor construido durante toda
una vida debe ser realmente aterrador. Pensar en el estigma que tendría
que cargar tu hijito te debe haber dado pánico… ¡Pero no te quedaste a
pelear, Armando! Le dejaste tu reputación a una bola de gente extraña
que va a repetir cualquier cosa que vea en facebook , y van a poner esa
horrible palabra junto a tu nombre. Te moriste tú, y dejaste viva una
duda para quienes no te conocieron.
Siendo amiga tuya me indigna lo anónimo de la denuncia y
pienso: “si vas a acusar a alguien de algo tan terrible, más vale que
des la cara y tengas pruebas”.
Pero debo confesar algo: si una amiga mía tuviera que denunciar
a un presunto agresor, yo misma le recomendaría cuidar su identidad
porque, con toda seguridad, sería revictimizada por una horda de machos
violentos y -tristemente- algunas mujeres machistas. No hay mujer que
denuncie a quien no se le diga que fue su culpa y se le lancen todo tipo
de insultos y hasta amenazas. Si una amiga fuera a denunciar, también
le diría que se hiciera acompañar de alguna organización feminista para
no tener que enfrentar el proceso sola.
Hay un culpable de todo esto, querido Armando. El machismo
estructural que nos destruye a todos. Ese que habita en la mente de
muchos de nuestros gobernantes, legisladores , y los funcionarios que
reciben las denuncias legalmente presentadas. También ellos revictimizan
a las mujeres y las niñas, y no les dan ninguna garantía ni solución.
Ha sido el desinterés del Estado por la seguridad de las
mujeres lo que las ha empujado a denunciar en redes sociales, algunas
frontalmente y otras en el anonimato. La mayoría diciendo la verdad, y
una que otra mentirosa, pues en redes sociales resulta imposible filtrar
la calidad moral de las denunciantes. Desde el anonimato, cualquiera
puede decir lo que sea contra quien sea, y la mayor parte de la gente
no se esfuerza por verificar. Simplemente repite… y juzga… y lincha.
Tu muerte, Armando, no puede ser en vano. Tiene que alertar al
Estado de que urge ofrecer a las presuntas víctimas (mujeres y a veces
también varones) un proceso de denuncia correcto, sencillo, que les dé
certidumbre, acompañamiento y protección; y a los presuntos agresores,
juicios justos. Si son culpables que lo asuman, que paguen. Que no los
encubran ni los justifiquen los otros machos. Pero si no son culpables,
que no sean linchados como resultado de ninguna venganza personal,
política, o la cruel diversión de ningún mentiroso.
Esto nunca debió pasar, Armando. Te vamos a extrañar y quienes
te conocimos por tantos años te recordaremos por un sinfín de cosas
lindas: tu sonrisa franca, tus libros, tu banda, tu aporte original y
fresco al rock nacional, tu apoyo a buenas causas, entre ellas los
derechos de la infancia. La felicidad que te dio la llegada de tu
hijito, tus rolas, tus fotos, tu energía sobre el escenario, tu gran
cantidad de amigos queridos y tu gran sentido del humor. Y pondremos
junto a tu nombre palabras como músico, escritor, fotógrafo, amigo,
creativo, talentoso, divertido, buen ser humano. Me alegra haber
coincidido contigo. ¡Ojalá te hubieras quedado a pelear!
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