Hay
muchas lecciones que aprender del asesinato del joven José Eduardo
Moreira. Se ha dicho lo obvio hasta el hartazgo: que la justicia es
para los poderosos influyentes. Pero en esta ocasión nos encontramos
con la oportunidad de aprender algo nuevo: las investigaciones
oportunas sí funcionan en México; esa es una buena noticia. Y me
explico.
Sabemos
muy bien que José Eduardo, a pesar de ser funcionario de su tío el
gobernador, viajaba en una camioneta normal sin chofer o escolta.
También se ha hecho público que su asistente le llamó antes de que lo
asesinaran y él le confirmó el nombre del policía con el que se
reuniría. Nadie de su entorno le dijo que no fuera solo a ver policías,
nadie imaginó que alguien se atrevería a tocar al hijo de la “casta
divina” de Coahuila, a pesar de las cifras de desapariciones,
asesinatos y secuestros de la región.
Es
decir, al hijo del ex gobernador le sucedió lo que a cientos de miles
de personas, pensó que las cosas malas les suceden a “los otros”, como
si todas y todos no fuésemos parte de un colectivo humano que se
reconoce sólo en la otredad.
Sabemos
ya que unas horas después del asesinato llegó a Coahuila un grupo de
trabajo con autoridades estatales y federales tras los responsables.
Participaron Victoria Pacheco, subprocuradora de la PGR; el general
Luis Arturo Oliversen, jefe del Estado Mayor Presidencial de la Sedena;
el almirante José Santiago Valdés, jefe del Estado Mayor General de la
Armada de México. También el director general del Cisen, Jaime Domingo
López (responsable de la seguridad nacional), el comisario de SSPF,
Luis Cárdenas Palomino, con el comandante de la novena región militar,
el general Noé Sandoval.
Unas
horas más tarde la fiscalía ya había interrogado a 39 policías de
Acuña, donde sucedió el asesinato. Les aplicaron exámenes toxicológicos
y pruebas sicológicas, se les interrogó sin tortura (había demasiados
testigos presentes). Veinticuatro horas después la Fiscalía nos informó
que tenía certeza de un grupo policiaco que entregó al joven a Los
Zetas. Tienen bajo arraigo a siete elementos, incluido Rodolfo García,
el subdirector que lo citó antes de que apareciera muerto.
Ya
el procurador de Coahuila, Homero Ramos, declaró que cree en la
vinculación del asesinato del joven con el enfrentamiento de fuerzas
policiales con la delincuencia organizada que se produjo la misma
mañana, donde asesinaron al sobrino del líder del cártel de Los Zetas,
Miguel Ángel Treviño Morales. Hasta allí esto parece un capítulo de la
serie CSI México.
Mientras
esta sorprendente (por su efectividad) investigación se da en el norte
del país, sin duda la región más golpeada por la violencia homicida,
feminicida, de secuestros y desapariciones forzadas, miles de familias
coahuilenses observan con azoro e indignación.
El
azoro es porque por primera vez en mucho tiempo un grupo
multidisciplinario de agentes de todos los niveles (que tienen una gran
desconfianza entre ellos) se unen forzando a sus pares a hacer las
cosas con transparencia y efectividad. Una fuente al interior del Cisen
me reporta que todos miran a todos para que no vayan a inventarse un
culpable. Esto por el perfil que tiene la familia Moreira, de la cual
tanto la PFP como PGR (SIEDO) y el Cisen desconfían. Y no son los
únicos, la joven viuda de Moreira Jr. culpabiliza al gobernador de la
inseguridad en el estado. Ella, según sus allegados, creyó que su
esposo estaba seguro porque el gobernador les dijo que él tenía la
seguridad bajo control, que eran intocables.
Pero
nadie en la familia Moreira contaba con que un operativo rompiera la
paz y los acuerdos de intocabilidad. Cada vez que en un operativo se
asesina a probables delincuentes, los cárteles arremeten contra la
sociedad, la mayoría de las veces contra inocentes sin fama ni poder.
Entre
las lecciones que nos deja hay dos que rescato: la primera es que un
trabajo de investigación coordinado sí funciona si se lleva a cabo en
las primeras 12 horas luego del crimen. La segunda es que tienen razón
las miles de familias de Coahuila que, con indicios parecidos a los de
este caso, exigen que las desapariciones, asesinatos o secuestros de
sus familiares se esclarezcan, y que se utilicen las mismas estrategias
que nos demostró la autoridad, sí funcionan. Todo México hace eco de la
exigencia de las familias, también le damos la razón a la viuda: los
gobernadores son responsables de la inseguridad, por omisión o
complicidad, de eso no hay duda. Porque se ha reiterado: si no pueden,
que renuncien, para eso les pagamos.
www.lydiacacho.net
@Lydiacachosi
Periodista
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