or Beatriz Gimeno
COMUNICAR IGUALDAD- Pretendo con este texto ofrecer un punto de vista distinto de aquel en el que generalmente suele quedar fijada la cuestión de la prostitución
que, en realidad, no es sino una variante de qué hacer con ella, si
regularla o luchar por abolirla. Durante décadas hemos estado las
feministas inmersas en esa cuestión y yo creo que ha llegado el momento
de incorporar otros puntos de vista, otros ángulos de visión.
Es hora de que las feministas críticas de la institución prostitucional cambiemos completamente de paradigma argumentativo
respecto a uno de los debates más antiguos, más enconados y más
crispados que se vienen manteniendo dentro del feminismo y, quizá, más
confusos. Nunca he podido entender cómo es posible que uno de
los ejemplos más claros de mercantilización del ser humano pudiera ser
defendido por personas que se dicen anticapitalistas, ni entiendo
tampoco cómo es posible que uno de los negocios más lucrativos del
mundo y más explotadores, uno de los que genera más dinero a las
mafias, no sea ardorosamente atacado por personas que se dicen de
izquierdas. También me cuesta entender cómo una institución
creada por el patriarcado como uno de sus pilares, una institución que
juega un papel fundamental en la construcción sexual y de género
hegemónicas, en la fijeza de estas construcciones, ha terminado siendo
defendida por personas que dicen estar a favor de la deconstrucción de
las mismas. A estas alturas del debate se ha instaurado un
cierto estado en la opinión feminista o política en la que parece que
se da por sentado que las posturas favorables a algún tipo de
regulación de la prostitución son mayoritarias en los ambientes más
radicales, de izquierdas, alternativos o queer. Esta postura
casi acepta la prostitución como inevitable, no cuestiona la
institución en sí, lo que significa, a qué intereses sirve, y se
centra en los derechos de las mujeres que la ejercen, asumiendo que
estos derechos sólo pueden ser defendidos desde la regulación.
Su acercamiento a esta institución es ciertamente paradójico porque es
apolítico, un acercamiento muy distinto al que muestran respecto de
otras realidades o instituciones patriarcales.
Este lado del debate ha impuesto su visión entre la opinión pública no específicamente feminista, de manera que mucha
gente no especialista suele pensar que en el otro lado del debate, en
el lado de la abolición de la prostitución, están las feministas más
institucionales (sinónimo de aburridas y conservadoras), así como la
gente más conservadora en general. Se ha impuesto una
visión que parece dictar que desde la contemporaneidad, los derechos
sociales, y la radicalidad sexual, es casi inevitable defender algún
tipo de regulación para la prostitución. En mi opinión,
claramente abolicionista, esa es sólo una parte de la realidad y ésta
es, por el contrario, mucho más compleja en todo caso. La realidad es
que están a favor de que la prostitución siga existiendo, e
incluso de que se incremente, muchos hombres, especialmente mucho más
los conservadores y antifeministas que los feministas e izquierdistas.
(según todos los estudios que se han hecho sobre los clientes estos
son, mayoritariamente, conservadores y antifeministas, como por otra
parte era lo esperable). También estarían a favor de
la existencia de esta institución, la gente religiosa que la ha
aceptado siempre y que desde siempre la ha visto también como un mal
menor y necesario para los hombres, siendo en cambio el
feminismo el verdadero mal; por supuesto a favor estarían también
quienes colaboran en que la prostitución exista y se incremente: las
mafias internacionales que lo mismo se dedican a la trata de personas
que al tráfico de armas… y en general todas las personas que se mueven
como peces en el agua en el heteropatriarcado capitalista del que la
prostitución es una de sus patas.
Las razones de que este debate (me refiero únicamente al debate que
se da en el seno del feminismo) se construya con presupuestos y
argumentos que son lo contrario de lo que parecen
y de que la gente esté también en el lado contrario de lo que en
principio parecería lo esperable sería lo que habría que explicar en
primer lugar. Esta no sería una explicación fácil ni cabría en el
espacio de este breve escrito. Esa posible explicación está relacionada
con muchas cuestiones y de maneras complejas pero aquí quiero llamar la
atención sobre una circunstancia que suele pasar desapercibida en el
debate pero que creo que contribuye a construir las posiciones del
mismo. Cuando hablamos de prostitución es curioso hasta qué punto
olvidamos que estamos hablando de sexo, de sexo masculino. Estamos
hablando no sólo de una institución en la que entran las mujeres por
las razones que sean, que ese es otro debate, sino de una determinada
manera de actuar sexualmente por parte de los hombres, de roles
sexuales y de género, de construcción sexuales etc.
Que estemos hablando de sexo es una de las razones de que
hoy día puedan existir feministas que parecen apoyar la prostitución o,
al menos, no cuestionarla. En esta cultura, y como ya demostró
Foucault, todo lo que tiene que ver con el sexo se reviste
automáticamente de “transgresión” y es esta categoría la que llama a
que alrededor de la defensa de la prostitución se congreguen personas
que deberían estar en contra. Esta cultura no niega el sexo,
sino que, al contrario, lo multiplica para utilizarlo como gran
mecanismo de alienación, control y normalización social y esta cultura
patriarcal, la prostitución es una herramienta privilegiada para
disciplinar el comportamiento sexual masculino dentro de los parámetros
del heteropatriarcado.
Y sí, para que este mecanismo
disciplinador funcione es necesario esconder su verdadera intención
bajo los ropajes de lo transgresor, que es la manera de que sea asumido
socialmente e incluso celebrado, sobre todo entre la gente joven.
Creo que la excepcionalidad con que se recubre todo lo que tiene que
ver con el sexo es la razón principal de que en la defensa de la
prostitución se junten muy extraños compañerxs de cama. Pero esa no es
la única razón. En mi opinión el feminismo abolicionista lleva demasiado tiempo sin cambiar su discurso, ofreciendo argumentos antiguos y que se han quedado fuera de su tiempo; a veces, es cierto que este feminismo parece también poco empático hacia las mujeres que se dedican a la prostitución.
En el feminismo abolicionista hay muchos argumentos pero es verdad que
su discurso central se ha quedado anticuado mientras que a su alrededor
todo cambiaba. Es necesario incorporar la teoría queer, por
ejemplo, así como las críticas del feminismo postcolonial a los
argumentos abolicionistas; es necesario hablar más de sexo y también de
consumo y de capitalismo. Es necesario deconstruir
los argumentos regulacionistas más utilizados: por ejemplo aquellos que
ven en la prostitución un ejercicio de libertad sexual. Porque para
empezar, la prostitución no es sexo sino, si acaso, sexo masculino.
Las mismas mujeres que se dedican a la prostitución ponen especial
empeño en delimitar su propia vida sexual de su trabajo prostitucional.
Hoy no hay sexo sin placer o sin búsqueda del placer y sólo desde la
fantasmagoría masculina más rancia pueden los clientes creer que ellas
lo hacen por placer. Claro que ellos necesitan creer que ellas lo hacen
por placer, por el placer que ellos les proporcionan, naturalmente, ya
que si la prostitución sirve para algo hoy día, cuando es fácil
conseguir sexo no comercial, es para resguardar un ámbito en el que los
hombres más incapaces de incorporar la igualdad a sus masculinidades
puedan aun (re)construirlas o fortalecerlas. La prostitución
permite a algunos hombres disponer de un espacio en el que poder seguir
ejerciendo una masculinidad hegemónica que el feminismo ha puesto en
cuestión.
Lo que si hace la prostitución es poner en juego el cuerpo,
especialmente el de las mujeres, pero no sólo. En primer lugar podría
decir que quienes luchamos por salvaguardar el máximo espacio
posible al mercado y por rescatar espacios ya conquistados por éste,
deberíamos luchar por defender el cuerpo y sus metáforas y sus
símbolos- de la voracidad mercantil. Pero, además, en tanto que cuerpo femenino y sexo masculino, la prostitución resulta perfecta en su función normalizadora y controladora.
Porque si de sexo se tratara, una sociedad podría promocionar, por
ejemplo, la masturbación no como sustituto de nada, sino como sexo en
sí mismo, sexo en ausencia de pareja o, simplemente, sexo rápido y
funcional. Pero naturalmente es el sexo heterosexual el único que puede
asumir esa función de normalización social que no puede tener ninguna
otra práctica sexual. La prostitución, en realidad, es una especie de
performance del género, como dije antes. Es un trabajo físico
y emocional que está basado en una ideología y que en su práctica
requiere de determinados rituales en los que se pone el cuerpo en
acción para enfatizar el binarismo sexual y de género y todo lo que
conlleva: complementariedad, es decir, heterosexualidad; para fijar las
diferencias sexuales y remarcar la jerarquía. Porque el género
no es sólo –o no fundamentalmente-lo que somos (sin binarismo sexual el
género no existe) sino, fundamentalmente, lo que hacemos.
El uso de la prostitución es el “hacer” sexual por
excelencia en tanto que supone practicar el ritual que marca y fija la
diferencia sexual, tanto emocional, como física, social o
económicamente. Mediante los actos performativos que
se ponen en marcha cuando un cliente acude a una prostituta, este
cliente puede (re)construir el sexo y el género tradicionales y así
liberarse de la angustia que les produce a muchos hombres las
exigencias del feminismo. En el acto prostitucional, ambos,
él y ella, teatralizan las relaciones entre los sexos y los géneros,
pero lo hacen de una determinada manera, no de cualquier manera; lo
hacen a la manera tradicional hegemónica en la representación de ese
sistema de dos géneros, dos sexos, y de una sexualidad masculina
“hidráulica”, esa que construye la sexualidad masculina como una
especie de fuerza de la naturaleza, que necesita descargar, que
considera esa descarga, por ser natural, como un derecho de los
hombres, y por tanto una obligación de las mujeres satisfacerla.
Recordemos por último en este brevísimo análisis que la
prostitución es casi la única institución de las destinadas a reforzar
la dicotomía sexual que no es reversible, eso indica su centralidad en
el mantenimiento de dicha dicotomía. Es imposible poner a los hombres
en la misma situación de las mujeres que se encuentran en prostitución.
Hay hombres que se dedican a la prostitución sí, pero su performance,
aun siendo putos, no se sale un milímetro del guión tradicional de
género. Para que hombres y mujeres ocuparan posiciones
similares en la prostitución ellos tendrían que ser vendidos por los
traficantes, encerrados sin poder salir, obligados a venderse desnudos
en las esquinas de las calles. Las clientas deberían poder sodomizarles
con dildos u obligarles a prácticas no tradicionales, ellas podrían no
pagarles, golpearles, violarles. Si los hombres ocuparan en la
prostitución la misma posición que las mujeres ellos serían las
víctimas en caso de que hubiera violencia y no al revés, donde siempre
lo son ellas, ya sean clientas o prostitutas. Es decir, ocupen
el lugar que ocupen el hombre y la mujer en la transacción, la
prostitución es una perfomance del sistema de género tradicional y un
reaseguro de la masculinidad y feminidad hegemónicas.
Esta institución enseña a los más jóvenes a ser “hombres de
verdad, es decir, hombres capaces de cosificar a las mujeres, hombres
capaces de separar práctica sexual de cualquier sentimiento de empatía
hacia la pareja sexual convertida en un objeto y cuyos sentimientos, en esta transacción no es que no importen, es que están de más. Pero al mismo tiempo, la
prostitución también enseña a las mujeres un lugar que siempre pueden
ocupar. Si lo necesitan, si no tienen nada mejor, la sociedad está
estructurada para que hombres y mujeres crean que tienen “necesidades”
sexuales distintas, para que ellas aprendan que su lugar es el de
objeto y ellos que el suyo es el de sujeto; para que ellos
aprendan que su pene es el que determina lo que es sexo y lo que no, y
que es importante puesto que hay miles, millones de mujeres dispuestas
a satisfacer sus supuestas necesidades. Ellos son sujetos sexual y por
tanto social. Ellas son objeto sexual y también social. Por eso
la prostitución tiene consecuencias en las vidas de las mujeres que se
dedican a ella, pero tiene consecuencias en las vidas de todas las
mujeres como género, y también en la vida de los hombres, ya que es ahí
donde aprenden la masculinidad dominante.
Finalmente, me gustaría añadir que esto no prefigura la opción legal
que se tome respecto a las mujeres que trabajan en prostitución. Como
institución, ninguna feminista puede defenderla, pero todas tenemos la
obligación de sentirnos solidarias con las mujeres que hacen de ella
una forma de vida. De ahí la enorme complejidad del tema para las
feministas y una de las razones de que el debate lleve tantos años
abierto.
A partir del 20 de octubre, Beatriz Gimeno dictará el curso virtual “La
prostitución – Un debate inacabado” en la plataforma educativa de la
Asociación Civil Comunicación para la Igualdad. Más información sobre
el curso aquí. Contacto: capacitacion@comunicarigualdad.com.ar
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