Miguel Concha
Al culminar su visita a
México, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, ha dejado mensajes fundamentales sobre
la difícil situación que vive el país. La máxima autoridad de la ONU en
este tema señaló con contundencia que
hay un amplio consenso nacional, regional e internacional sobre la gravedad de la situación actual de los derechos humanos en México. También alertó sobre la creciente intolerancia frente a quienes denuncian la crisis de derechos humanos que vive el país. Desde el reconocimiento sobre la profundidad de nuestra crisis, el alto comisionado propuso cuatro medidas clave: fortalecer las procuradurías para que las violaciones a derechos humanos sean adecuadamente investigadas; reformar a las policías en clave democrática; adoptar un cronograma para el retiro de las fuerzas militares de las tareas de seguridad pública, e implementar las recomendaciones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para realizar una verificación técnica de la investigación sobre el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
En su conferencia de prensa, el alto comisionado aludió a un aspecto
que en el último año ha cobrado renovada vigencia: el incremento de los
cuestionamientos que desde el gobierno federal y algunos sectores de la
opinión pública se lanzan en contra del trabajo independiente de defensa
y promoción de los derechos humanos. El mensaje de Al Hussein fue
contundente: “en lugar de matar al mensajero, enfoquémonos en el mensaje
[…] ignorar lo que está sucediendo en este gran país no es una opción
para nosotros y no debe ser una opción para los políticos”.
De esta manera el alto comisionado puso el dedo en una llaga abierta.
Y es que a nadie escapa que el discurso gubernamental –y de ciertos
generadores de opinión pública– se ha venido endureciendo frente al
escrutinio independiente en materia de derechos humanos, provenga éste
de organismos internacionales o de organismos civiles. Respecto de los
organismos internacionales, esta tendencia comenzó con la
descalificación a Juan Méndez, relator para la Tortura de la ONU, a
quien el gobierno federal respondió con virulencia a sus fundadas
observaciones.
Este tono se ha reditado recientemente en la respuesta gubernamental a
las muy documentadas observaciones preliminares de la visita in loco
de la CIDH, que han sido cuestionadas e incluso minimizadas con la
lamentable concurrencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH), mediante declaraciones que ponen en tela de duda que en México
exista una crisis de derechos humanos, o que contra toda evidencia la
reconocen presente sólo en algunas regiones del país. El propio GIEI de
la CIDH no ha quedado exento de enfrentar obstáculos en su trabajo, ni
de recibir señalamientos afrentosos.
Esta semana, por ejemplo, el titular de la Secretaría de la Defensa
Nacional reiteró su negativa a permitir que entreviste a militares que
presenciaron hechos relevantes el 26 de septiembre, aduciendo una
cuestionable decisión personalísima, inaceptable para quien está llamado
a encabezar una institución con base en la ley y no en posiciones
subjetivas.
Por otro lado, pese a la intachable trayectoria de sus
integrantes, y a la seriedad de su investigación, algunas voces
marginales han querido ver en el trabajo del GIEI el reflejo de una
suerte de conspiración colectiva o personal contra el Estado mexicano,
atribuida al secretario ejecutivo de la CIDH y a diversos organismos
civiles. Nada más ajeno a la realidad. Primero, porque la solvencia
moral de las y los integrantes del grupo es garantía bastante de su
objetividad. Segundo, porque la CIDH es un órgano colegiado, donde las
decisiones son tomadas por las y los comisionados, no por el secretario
ejecutivo. Tercero, porque el actual secretario ejecutivo de la CIDH y
los integrantes de las organizaciones que acompañan a las familias de
Ayotzinapa jamás compartieron simultáneamente el espacio laboral de la
Comisión de los Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF). Y cuarto,
porque tanto en los casos de los expertos, del secretario de la CIDH y
de las organizaciones defensoras estamos hablando de personas con una
amplia trayectoria en el mundo de los derechos humanos, ajena a
intereses subrepticios.
Justamente este último aspecto debe ser destacado al hacer referencia
al endurecimiento frente al trabajo civil en materia de derechos
humanos. Recientemente, con una coincidencia en tiempo que resulta
asombrosa, en un sector marginal de articulistas han comenzado a hacerse
fuertes señalamientos denostativos en contra del trabajo del Centro de
Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez. No sólo por su comprometida
labor en el caso Ayotzinapa, sino también por su intervención en el caso
Tlatlaya. Se ha llegado a decir con irresponsabilidad que el Centro
Prodh habría confeccionado esa gravísima violación a los derechos
humanos.
Ante estas descalificaciones no sólo hay que recordar que el Centro
Prodh es una obra social de la Compañía de Jesús, con más de 27 años de
trabajo serio en la defensa de los derechos humanos, pionera en este
campo junto con el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria.
También hay que insistir en que la existencia de la masacre de Tlatlaya
está más allá de toda duda, pues así fue establecido no por las
organizaciones no gubernamentales, sino por el órgano constitucional
autónomo con que cuenta el Estado mexicano para investigar estos casos,
la CNDH, que en su recomendación 51/2014 concluyó que efectivamente
elementos del Ejército mexicano habían privado de la vida a entre 12 y
15 personas cuando ya se encontraban inermes. Hoy está pendiente el
deslinde de las responsabilidades individuales, mas no así la
determinación sobre la existencia misma de la masacre. Basta para
entenderlo para constatar que el auto de formal prisión dictado contra
los tres militares acusados de homicidio se mantiene firme. Frente a
este panorama, el llamado del alto comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos no es menor.
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