Peña y Rivera en la presentación de los nuevos ministros de la Corte. Foto: Miguel Dimayuga Jesús Cantú |
MÉXICO,
DF (Proceso).- Desde inicios del presente sexenio aparecieron las
primeras señales del resurgimiento del presidencialismo
metaconstitucional: primero, con la firma del llamado Pacto por México,
que le permitió al Ejecutivo desempeñar un papel decisivo en las
reformas legislativas, aunque en algunos casos tuvo que hacer
concesiones en las reformas constitucionales, que posteriormente se
encargó de borrar en la legislación secundaria; dicha intromisión en el
Legislativo se acrecentó a partir de septiembre de este año, cuando PRI y
PVEM reúnen la mayoría de diputados; y el círculo se cierra con la
intromisión en el Poder Judicial, con la designación de cuatro ministros
del Pleno.
La división de poderes, tan preciada en los regímenes
democráticos, se empezó a concretar en México en septiembre de 1997,
cuando por primera ocasión en la historia contemporánea el Partido
Revolucionario Institucional perdió la mayoría absoluta en la Cámara de
Diputados, lo cual tuvo de inmediato diversas expresiones, entre las
cuales destacan la rotación de la presidencia de dicha cámara entre las
tres principales fuerzas políticas, lo que provocó que diputados de
partidos de oposición respondieran dos de los tres informes
presidenciales, que correspondieron a dicha legislatura; y, desde luego,
la confrontación respecto al tema del Fobaproa, que incluso derivó en
una controversia constitucional, interpuesta por la propia cámara para
exigir la entrega de la información en poder del Ejecutivo.
Esta
independencia del Legislativo pronto se vio reflejada en el Poder
Judicial, y su primera manifestación fue en septiembre de 2000, cuando
el Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó al
Ejecutivo entregar a la Cámara de Diputados la información que requería
respecto al Fobaproa. La primera ocasión en la historia que la Corte
dictaba una resolución dándole la razón a la oposición, que en ese
momento era mayoría en la cámara, y en contra del Ejecutivo federal.
La puerta ya estaba abierta, y después de dicho fallo puede constatarse
que la Corte lo mismo fallaba a favor que en contra del Ejecutivo;
entre los ejemplos en contra se encuentra la invalidación del reglamento
a la Ley del Servicio Público de Energía Eléctrica, en el que mediante
un decreto el presidente Vicente Fox pretendía aumentar los porcentajes
de las capacidades de exceso que los generadores particulares pueden
vender a la Comisión Federal de Electricidad sin necesidad de subasta
pública, o la facultad que se pretendió arrogar el mismo presidente
respecto al horario de verano. A favor, aparece entre los más difundidos
la controversia respecto a la facultad del presidente de vetar la Ley
de Egresos, es decir, el presupuesto federal que se dio a partir del
debate entre Ejecutivo y Legislativo sobre el presupuesto de 2005.
Pero la independencia de la Corte también permitió a las minorías
parlamentarias interponer acciones de inconstitucionalidad y obtener
fallos favorables, como fue el caso de la llamada Ley Televisa en 2006,
que fue impugnada por un grupo de senadores de diversos partidos
políticos que se oponían a la misma; finalmente la Corte les dio la
razón invalidando varias disposiciones determinantes para los
privilegios que los concesionarios pretendían obtener con dicha reforma
legislativa.
Igual se pueden encontrar ejemplos de controversias
constitucionales que interpusieron municipios contra gobiernos estatales
y viceversa, o de gobiernos estatales en contra de la federación; o de
acciones de inconstitucionalidad interpuestas por parte de los partidos
en contra de la legislación electoral en los estados o de los órganos
(Comisión Nacional de Derechos Humanos, Instituto Nacional de Acceso a
la Información, etcétera) y del consejero jurídico de la Presidencia en
contra de leyes federales o estatales. Siempre bajo la lógica de
incertidumbre en el resultado de la misma, pero la certidumbre de que la
resolución obedecería a la interpretación mayoritaria en el pleno, sin
ninguna interferencia ajena al mismo.
Esta independencia de los
tres poderes es fundamental para evitar los excesos y abusos de
cualquiera de ellos, particularmente el Ejecutivo y el Legislativo, y
por ello es preocupante que el Ejecutivo logre recuperar esa influencia
indebida en la Corte. En julio de 2012, cuando se celebró la elección
presidencial ya rondaba el fantasma de la pérdida de independencia del
Legislativo, ante la posibilidad de que la coalición que postulaba al
candidato presidencial con mayores posibilidades de ganar obtuviera
también la mayoría en el Congreso; pero se pensaba que prevalecería la
del Poder Judicial, dado que el presidente que asumía en diciembre de
2012 únicamente nombraría dos nuevos ministros, con lo cual su
posibilidad de cambiar la correlación del mismo era muy limitada.
Sin embargo, sucedieron dos eventos que modificaron radicalmente dicho
panorama: uno, la cesión en los hechos de la facultad de postulación del
entonces presidente Felipe Calderón, quien apuntaló a uno de los cuatro
ministros provenientes del Ejecutivo; y dos, la muerte del Ministro
Sergio Valls, lo que le permitió al actual presidente Enrique Peña Nieto
proponer a cuatro ministros, en lugar de los dos que originalmente
estaba previsto.
Hoy la conformación del pleno de la Corte
(Proceso 2038 y 2041) evidencia diversos elementos que hacen temer la
regresión: cuatro ministros provenientes del Ejecutivo y cuatro
ministros propuestos por el mismo presidente; el principal problema es
que para que prosperen las acciones de inconstitucionalidad y las
controversias constitucionales entre el Legislativo y el Ejecutivo se
requieren ocho votos a favor, lo cual es imposible de lograr si el
Ejecutivo tiene posibilidad de incidir en el sentido del voto de cuatro
de ellos.
Así, las posibilidades de que en el futuro se logre una
resolución que ordene al Ejecutivo entregar información al Legislativo,
como sucedió en septiembre de 2000 o que la oposición logre la
cancelación de disposiciones clave de una legislación, como sucedió en
2007 con la Ley Televisa, es prácticamente imposible.
A pesar de
que la ciudadanía otorga menos de 40% de la votación al PRI, éste ha
logrado tejer las alianzas y conseguir los apoyos suficientes para
iniciar la restauración del presidencialismo metaconstitucional (pues a
pesar de que Manlio Fabio Beltrones no es de su mismo grupo, nadie duda
que finalmente se pliega frente a sus indicaciones) que ya parecía
superado desde 1997 y más aún cuando el PRI fue relegado al tercer lugar
en 2006.
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