Carlos Bonfil
La narración del filme da inicio en 1831, cuando luego de haber abdicado al trono de Brasil, don Pedro decide emprender una larga travesía hacia Portugal con el fin de rescatar la corona de ese país de manos de su hermano Miguel I, considerado por él como un usurpador, y garantizarle a su pequeña hija, María, heredera legítima, el acceso al trono.
La mayor parte de la cinta transcurre a bordo del navío británico que conduce a miembros de la familia real a tierras lusitanas, todo en un ambiente claustrofóbico, plagado de tensiones. La embarcación se vuelve una nave de locos, una suerte de Babel en la que se confunden las lenguas y razas de los oprimidos y los poderosos y donde impera una febril actividad sexual, en contraste con la imagen de un monarca que se descubre impotente y busca desesperado una cura milagrosa a su disfunción. Se trata de un temperamento tiránico, a medias redimido, presa de pesadillas, culpas y delirios.
Así va desarticulándose poco a poco la figura antes imponente y temible del antiguo emperador, hoy aventurero, para dar paso a la faceta imprevista de un hombre acosado por el miedo y las enfermedades, afectado por un toque de paranoia que nerviosamente él transforma en arranques de prepotencia machista.
La cineasta y guionista brasileña ofrece de ese emperador, destinado a volverse emblema fundacional de una nación, un retrato enigmático y heterodoxo, un poco a la manera en que la directora austriaca Marie Kreutzer intentó desmistificar en su exitosa cinta Corsage (2022) la figura de la emperatriz Isabel de Austria, conocida como Sissi.
El estupendo comediante Caua Raymond consigue dar el tono justo al interpretar al personaje imperial, dotándolo de una mezcla de vulnerabilidad y desenfado altivo que en parte explica su legendario poder seductor de hombre dos veces casado, favorito de múltiples amantes y padre de 14 hijos.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 18:15 horas.
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