Carlos Bonfil
El aspecto más interesante de esta historia, basada en un hecho real, es la manera en que describe el proceso de adoctrinamiento y corrupción moral que padece Edgardo por las autoridades eclesiásticas para hacerle renunciar a su fe judía y asumir la confesión católica –primero, con resistencias en su infancia de encierro, luego con un ardor inesperado ya como joven adulto–, hasta convertirse en un feligrés convencido y después en sacerdote, para desesperación y vergüenza de su familia y, en especial, de su madre Mariana (Barbara Ronchi), quien no escatimará esfuerzo alguno para hacerle cambiar de parecer.
El retrato del pontífice corruptor y autoritario Pío IX (Paolo Pierobon) es formidable, sobre todo al mostrar su manera perversa de transformar a su joven víctima en un súbdito complaciente y agradecido. A Mortara lo interpretan, de niño un estupendo Enea Sala, y de adulto, Leonardo Maltese, quien aporta los matices necesarios de indefensión e histeria que caracterizan a este personaje atormentado. Parte de su delirio y confusión lo ilustra la inquietante escena onírica de un Cristo liberado de los clavos y descendiendo de la cruz para dotar de carnalidad pagana a las dudas espirituales del joven sacerdote. Bellocchio ha construido un melodrama intenso y bien controlado, muy a tono con sus obras provocadoras de los años 60 que hicieron de él una figura clave de la cultura post-68. Su vitalidad y pertinencia es hoy, a sus 84 años, aleccionadora y sorprendente.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 17:45 horas.
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