Raúl Cervantes Andrade, titular de la PGR. Foto: Octavio Gómez |
En la semana se ratificaron dos designaciones presidenciales
en posiciones clave para el SNA; se aprobó la prolongación de los
mandatos de cuatro de los siete nuevos magistrados de la Sala Superior
del TEPJF para asegurar el control de la misma hasta el 2024, y se
presentó una iniciativa de reforma constitucional y legal para instaurar
la segunda vuelta electoral en el caso de que el candidato triunfador
no obtenga más de 50% de los votos emitidos, lo cual automáticamente
garantizaría las dos jornadas electorales. Esto de suyo conllevaría por
disposición legal –conforme a la propuesta presentada– la integración de
un gobierno de coalición.
Las elecciones intermedias de 2015 y las locales de 2016
confirmaron varias cosas: el inicio del fin del cártel de partidos ya
estaba en marcha (Proceso 2014), fundamentalmente por la irrupción de
Morena como una nueva fuerza política ajena al control de los partidos
con mayor participación electoral; el surgimiento de las candidaturas
independientes, y el fin de la telecracia como consecuencia del
crecimiento de las redes sociales y los teléfonos inteligentes.
Los partidos integrantes de este cártel tenían dos opciones:
la primera, iniciar una profunda transformación de su vida interna para
adecuarla a las nuevas condiciones de la vida política nacional, y la
segunda, atrincherarse e intentar sobrevivir con base en la defensa de
sus posiciones de poder y privilegios. Hasta hoy parece que optaron por
la segunda opción, con lo cual es un hecho que tienen sus días contados y
simplemente intentan alargar su agonía.
Primero tomaron la opción de repartirse los siete
magistrados de la Sala Superior del TEPJF: tres le correspondieron al
PRI; dos al PAN; uno al PRD, y el último a los partidos minoritarios, de
los cuales no participaron Morena, el PT ni Movimiento Ciudadano, así
que la decisión la tomaron los nuevos satélites priistas: PVEM, Panal y
PES.
El PRI se quedó con cuatro de las siete posiciones, con lo
que aseguró el control de la Sala Superior al menos para la elección de
2018; pero con la cooperación de los otros integrantes del cártel puede
mantener dicha mayoría hasta la elección de 2024.
La propuesta, ya aprobada en el Senado, es alargar el
periodo de los dos magistrados designados, de conformidad con el
transitorio de la reforma constitucional, vigente por seis años, a ocho,
y de los dos por tres años, a siete. Esto en automático asegura que
serán cinco (de acuerdo con las cuotas partidistas, tres del PRI –aunque
una de ellas haya sido impulsada formalmente por los partidos
minoritarios– y dos del PAN) los que califiquen las elecciones
presidenciales de 2018 y 2024.
El presidente Enrique Peña Nieto aprovechó el impulso y
propuso mover a Arely Gómez de la Procuraduría General de la República a
la Secretaría de la Función Pública, y a Raúl Cervantes Andrade para
ocupar el lugar que dejó vacante la primera. Ambos fueron inmediatamente
ratificados por el Senado, lo cual implica que la primera ocupará una
de las siete sillas del Comité Coordinador del SNA (CC-SNA), mientras
que el segundo, en caso de que se cumpla su plan de concretar la
transición de PGR a Fiscalía General de la Nación (como está establecido
en la reforma constitucional aprobada en el 2014, y conforme a lo
señalado en el artículo decimosexto transitorio) será el nuevo Fiscal
General por un periodo de nueve años, lo que es todavía más trascendente
para la vida política nacional.
La trascendencia del segundo nombramiento es doble: primero,
prácticamente le asegura inmunidad a Peña Nieto y a su equipo más
cercano, pues el dejar a un exabogado del PRI, primo del consejero
jurídico de la Presidencia y comprometido militante tricolor (dos veces
diputado y una senador) para cuando él concluya su encargo, la mayoría
de los eventuales delitos ya habrán prescrito; pero además él será el
encargado de designar al titular de la Fiscalía Especial Anticorrupción,
responsable directo de la integración de las averiguaciones previas en
contra de los servidores públicos y ocupante de otra de las siete sillas
del CC-SNA.
Pero como no quieren correr ningún riesgo, deciden proponer
una reforma constitucional para obligar a ganar las elecciones
presidenciales con más del 50% de los votos; ello es una garantía de que
siempre habrá segunda vuelta y ellos ya tienen de antemano conformada
su coalición y, eventualmente, su gobierno de coalición, con lo cual
aseguran su permanencia en Los Pinos. Desde luego, esto último no tiene
nada que ver con la construcción de la democracia en México, pero sí con
la preservación del cártel de partidos (Proceso 2081).
Así, el presidente de la república y las dirigencias
nacionales de los tres partidos políticos con mayor participación
electoral en las últimas elecciones federales recurren a las prácticas
de blindaje que condenaron en los gobiernos estatales, para asegurarse
de que no serán sujetos de sanción alguna por delitos contra la
corrupción; y, además, deciden ir más allá al garantizar que serán los
magistrados propuestos y designados por ellos los califiquen las dos
próximas elecciones presidenciales, y toman las previsiones necesarias
para convertir la suma de varias minorías en mayorías ganadoras, al
menos en la elección presidencial.
El cártel de partidos recurre a medidas desesperadas para
mantenerse en el poder; y con ello muestra indubitablemente que la clase
política mexicana ignora los mensajes de los ciudadanos, clara y
estruendosamente expresados en las urnas al menos en los últimos dos
procesos electorales. Pero la última palabra la tiene la ciudadanía, que
el primer domingo de julio de 2018 será la que rechace o respalde sus
maniobras.
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