Los de abajo
Gloria Muñoz Ramírez
periódico La Jornada
La empresa Lexmark, en
Ciudad Juárez, Chihuahua, vuelve a poner en la mesa las inhumanas y
anticonstitucionales condiciones en las que laboran miles de mujeres (en
su mayoría) que todos los días se sumergen en el mundo del ensamblaje,
no sólo con salarios muy bajos, sino sometidas a un cotidiano acoso
sexual, la falta de permisos para ir al baño o para sentarse, la
eliminación imprevista de días para gozar de vacaciones y la
inexistencia de medidas de higiene y seguridad, entre muchas otras
arbitrariedades que comenten las empresas que llegaron a instalarse en
el cordón industrial de esta ciudad fronteriza desde principios de la
década de los 60.
Las estadísticas del Instituto Nacional de Geografía e Informática
(Inegi) revelan que Ciudad Juárez sigue siendo la localidad con mayor
número de trabajadores y trabajadoras de la maquila en todo el país.
Partes de vehículos, computadoras, televisiones, material médico,
lavadoras, fotoceldas y un sinnúmero de mercancías para consumo interno y
externo son ensambladas por miles de manos de mujeres, y de ellas
muchas madres solteras, a las que, además de explotarlas, se les hostiga
sexualmente.
Hay mucho hostigamiento sexual en la industria. Lo más común es que los jefes de línea y los supervisores exijan favores sexuales para cosas tan básicas como darte horas extras. El salario base nunca alcanza y ellos condicionan el tiempo extraordinario a lo que las trabajadoras acepten darles, dice a la reportera Eliana Gilet una de las trabajadoras de Lexmark, quienes se movilizaron a la ciudad de México para demandar seis pesos de aumento salarial en la jornada diaria. Sí. Seis pesos.
El caso Lexmark muestra algunas estampas de la cotidianidad
del trabajo en las maquilas. Los bajos salarios y la falta de seguridad
laboral son las causas por las que las trabajadoras de esta empresa de
la rama electrónica se fueron a huelga. De 114 pesos que ganaban la
hora, la multinacional había accedido a ajustárselos a 120. Pero ni eso.
Primero les dijeron que sí y luego se retractaron. A la explotación se
sumó la burla.
De aquí vino la necesidad de organizarse y empezaron a ventilar los
agravios. La conformación de un sindicato independiente, al margen de los charros,
fue de las primeras medidas, pero aquí se toparon con el rechazo a su
solicitud de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje. Y con el
despido de cien trabajadores.
No fuimos las únicas despedidas. También echaron a otras 14 personas, a quienes amenazaron con que no cobrarían su liquidación si se sumaban al plantón que teníamos
en la puerta de la fábrica, relata una de las víctimas.
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