En la entrevista
realizada para la revista estadounidense Rolling Stone, Joaquín “Chapo”
Guzmán afirmó que el negocio del narcotráfico no depende de su persona
pues este seguirá funcionando independientemente de quien o quienes lo
dirijan. Esto no resulta novedoso si se toma en cuenta el hecho de las
críticas recurrentes a la estrategia del gobierno mexicano y
estadounidense, caracterizada por la búsqueda y detención de los grandes
capos. Sobra decir que su falta de eficacia para contener el
narcotráfico, no se diga para desaparecerlo se ve conmpensada por el
impacto mediático de encarcelar o abatir a las cabezas de los cárteles.
En este sentido, si el propio capo se reconoce como líder de una
empresa, ¿por que es visto por millones de personas como un bandolero
social, o cuando menos como una persona capaz de modificar el mundo en
que vivimos? Al menos eso fue lo que le pidó cándidamente Kate del
Castillo en 2012, cuando le envió un mensaje que entre otras cosas
decía: “Hoy creo más en el Chapo Guzmán que en los gobiernos que me
esconden verdades aunque sean dolorosas, quienes esconden la cura para
el cáncer, el sida, etc. para su propio beneficio y riqueza…. ¿No
estaría padre que empezara a traficar con el bien? Con las curas para
las enfermedades, con comida para los niños de la calle.”
La
cita pone en evidencia el enorme desprestigo de los gobiernos pero sobre
todo, la posibilidad concebida por una ciudadana común (aunque sea
famosa por su carrera como actriz, puesto que expresa lo que muchos
piensan en su fuero interno) de que un empresario pueda ser la solución a
los problemas que vivimos. Y digo empresario aunque sus actividades
sean ilegales; la línea que separa los negocios legales de los ilegales
no parece estar claramente definida y el apetito de ganancias la borra
frecuentemente.
El bandolero social es un concepto utilizado por
las ciencias sociales para analizar la existencia de personajes,
surgidos en ambientes rurales principalmente, que se rebelan ante las
transformaciones que el desarrollo del capitalismo impone a comunidades y
territorios, trastocando valores y formas de vida mantenidas a veces
por siglos. En el fondo, el bandolero social, siguiendo a Eric Hobsbawn
(Rebeldes primitivos), es un individuo que encabeza la defensa de la
tradición frente a la imposición de valores que desarticulan
profundamente las relaciones sociales tradicionales. Es por lo tanto,
conservador en esencia, asumiendo personalmente la defensa de la
tradición que la población común profesa pero no se atreve a manifestar
públicamente y mucho menos para enfrentarse directamente a las
instituciones del estado, sobre todo la policía y el ejército.
De acuerdo a lo anterior, ¿cómo puede confundirse a una corporación
internacional con un bandolero social? Resulta evidente que el Chapo
Guzmán se asume como empresario y no tiene la menor intención de
promoverse como adalid de los pobres y marginados del mundo, aunque le
seduzca la posibilidad de modificar su imagen negativa por medio de una
película.
Se puede comprender que muchos de sus empleados y sus
familias lo consideren como un salvador, dadas las circunstancias
económicas prevalecientes. Pero bastaría con revisar las duras
condiciones de trabajo o la posibilidad de acabar en un fosa común por
cualquier sospecha así como la sed de ganancia que le da vida a ese tipo
de trabajo, para descartar semejante posibilidad. No se diga la
constante negociación que los capos realizan con los gobiernos y los
políticos para proteger sus rutas mercantiles o incluso para colaborar
con las fuerzas del orden para desaparecer a activistas inómodos al
estado. La estructura estatal y los cárteles han intercambiado servicios
para su propio beneficio al grado de que hoy hablar de narcoestado no
resulta una exageración. Remember Ayotzinapa.
Tal vez el
problema de la popularidad del nativo de Badiguarato, Sinaloa, tenga más
que ver con la fascinación que ejerce un personaje que parece desafiar
públicamente a los gobiernos corruptos y echa mano de lo que sea para
lograr y mantener fama y fortuna. ¿No es acaso el premio mayor promovido
desde el poder y la cultura capitalista? ¿No es ésa a recompensa para
los que se ‘esfuerzan’, para los que eluden las reglas o crean las
propias para sarisfacer necesidades, sean éstas la que sean? Bajo esta
lógica se podría incluso comprender por que la gente admira a Steve Jobs
o a Bill Gates, distinguiéndoles como individuos modelo. Lo mismo
sucede con el Chapo, fiel seguidor de la lógica capitalista y su piedra
filosofal: la ambición desmedida.
Y ésa es la lógica que anima
la existencia de la narcocultura, que haciendo apología de la violencia y
la aparente racionalidad de la ganancia, así como de la temeridad y
creatividad de los narcotraficantes, difunde la especie de que los capos
son buenas personas o cuando menos tienen el potencial para serlo, y
que si se decidieran a sembrar el bien otro gallo nos cantara. En el
fondo esta recurrente confusión apunta a confirmar la enorme crisis de
legitimidad en la que está inmerso el estado liberal y su aparato
democrático electoral en México y, al mismo tiempo, la enorme fuerza que
ha cobrado en nuestra sociedad la sacralización del dinero. Ambas
cuestiones, no está por demás decirlo, están estrechamente relacionadas.
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