Sobrestimaron a Peña Nieto y subestimaron a Trump.
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Humillar:
Inclinar o doblar una parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de sumisión y acatamiento.
Abatir el orgullo y altivez de alguien.
Herir el amor propio o la dignidad de alguien.
Dicho de una persona: Pasar por una situación en la que su dignidad sufra algún menoscabo.
Arrodillarse o hacer adoración.
Diccionario de la Real Academia Española.
Durante su discurso el 31 de agosto en Phoenix, Arizona, apenas unas
horas después de su visita a México, Donald Trump afirmó que en el caso
de ganar la presidencia: “construiría un gran muro a lo largo de la
frontera sur” y describió este muro como: “Impenetrable, físico, alto,
poderoso y hermoso”. Qué extrañas palabras para describir un muro.
¿Poderoso? ¿Hermoso? Me quedé catatónica con sus adjetivos que atrapan
completito el inmenso narcicismo del candidato a la presidencia de los
Estados Unidos por el Partido Republicano. Me da la impresión que Trump
eligió los adjetivos que imagina lo describen. A él. No al muro. Los
adjetivos que desea e impone que lo describan. Lo suyo es el discurso
del amo. Y todo delirio cabe en el discurso del amo.
¿Así lo planeó en toda consciencia? Creo que sí. Esos adjetivos con
los que se identifica, esos con los que quiere que lo identifique su
electorado potencial. No vamos a discutir lo de “hermoso”. El punto acá
no es la realidad, ni sus límites, sino la manifestación de una
personalidad que, justamente, tiene una gran dificultad para aceptar y
entender los límites y que desde allí lanza un discurso discriminatorio,
hiriente y monolítico. Lo que quiere quizá decirnos ya nos lo ha dicho
de muchas maneras: él será un presidente tan “impenetrable” como el
muro. Un “poderoso” ante el cual se estrellarán los anhelos y las
esperanzas de los migrantes, como ante el muro. Por allí van sus
fantasmagorías de poder ilimitado. Agrego: se muestra “sordo como una
tapia”, como corresponde a un muro. Eso sí que es verdadero.
Como toda personalidad narcisista hard, él va derecho y no se quita.
Negociar no es muy lo suyo. Tampoco le interesan los trámites morales.
Ni cuestionarse a través de un diálogo. Ni los excesos de cortesía. Lo
teníamos más que visto y escuchado. Casi todos. Al parecer no el
presidente de México, ni quienes junto a él, planearon y llevaron a
efecto su -para nosotros- tan humillante visita. Su para él, visita
triunfal. No había dado tiempo de que la bandera mexicana se le
desprendiera de la retina, cuando ya arengaba en Arizona a su público
con el tema del muro que impedirá la entrada de los mexicanos
“criminales y violadores”, como nos había explicado desde mucho antes.
Peña Nieto enfrenta la indignación y el enojo de los mexicanos ante su
falta de dignidad al invitarlo y ante su incapacidad de detenerlo,
cuestionarlo. ¡Algo! La campaña de Trump a la presidencia retomó sus
perdidos vuelos.
Casi todos nos hemos preguntado por qué lo invitaron. Que si el
“diálogo”, que si “la diplomacia”, que si “las relaciones bilaterales”.
Tengo la impresión de que lo invitaron como consecuencia de un pésimo
calculo que no tiene demasiado que ver con “la diplomacia”:
sobrestimaron a Peña Nieto, y subestimaron a Trump. Lo demás, vino
después. Trump se contendría, ¿según quién? Y Peña Nieto sabría manejar
la espinosa e indeseable visita con una sorprendente mano derecha (o
izquierda, si es zurdo) que nos dejaría a todos atónitos. Iluminado y en
supuesta posición de poder, Peña Nieto (recibía en su territorio, en el
nuestro) llevaría la conversación a un punto tal, que Trump terminaría
pidiéndonos disculpas y jurándonos amor eterno, sin persecuciones, sin
canalladas y sin muros. Qué bonito. Como en una peli de los años 50. Los
“malos” se redimen de golpe ante la amable convocatoria de “las fuerzas
del bien”.
En ese escenario tan lejano de la realidad posible, Peña Nieto se
erguía como un tremendo estadista. Un maestro de la negociación. Un
líder al que no hemos sabido apreciar en todo su valor. Algo así,
obnubilado y borrascoso. Trump rehabilitado por dentro, contrito,
humano. Nuestra dignidad salvada. Aplausos. Encuestas con Peña Nieto a
la alza. Lo que Trump vino a demostrarle a estos ingenuos (por
pretenciosos) que pululan por Los Pinos, es que una personalidad como la
suya no se detiene así nada más, por un mero asunto de ¿en qué
territorios nos citamos? Trump necesitaba reavivar su campaña y vino a
México a hacerlo, a costa nuestra, faltaba más. Vino a demostrar que no
importa dónde lo coloquen: el “poderoso” es él y su superioridad no
admite un segundo de duda. Los poderosos – para él -son “ellos”.
Trump se lanza con aires de carro bomba y – demasiadas veces - le
funciona, hay quien recule ante sus palabras. Peña Nieto, por ejemplo. Y
decenas de miles de personas se enardecen peligrosamente con ellas.
Una prueba muy humillante y dolorosa para nosotros: Trump afirmó que
México pagaría el muro de la ignominia. El presidente de México le
respondió en su cuenta de twitter: “Al inicio de la conversación con
Donald Trump dejé claro que México no pagará por el muro”. Como para
estallar en lágrimas. Quisiera suponer que Peña mandó ese twit escondido
en el fondo de su bañera y en un momento de suspensión neuronal por
inmersión. Así, debajo del agua, sin que nadie más pudiera leerlo. Tal
vez lo leyó su esposa y le dijo: “mándaselo mi amor, ándale, que se vea
quien es el mero mero y con que enjundia le rompes la cara a Masiosare y
defiendes el suelo patrio”. ¿Cómo pudo suceder?
No sólo el hecho de siquiera discutir si pagaríamos el muro o no, es
el colmo del “desempoderamiento”, la pusilanimidad y la derrota
anunciada, sino que además Trump logró llevar a Peña Nieto varios
cantidad de kilómetros más allá en su tema, el de Trump. Lo dejó claro:
la existencia del muro no está en discusión. Debate cerrado. El punto -
¡además! - es quién lo paga. Al responderle lo que respondió, Peña
Nieto aceptó justo lo que Trump quería: que lo colocara en el lugar del
amo cuya palabra no está sujeta a discusión, y que se colocara a sí
mismo en el lugar del esclavo, quien sólo atina a responder: si la soga
aprieta, ni modo, pero por favorcito, que no ahorque.
Trump fue recibido en los Pinos. La mayoría de los mexicanos nos
quedamos helados. Humillados. Furiosos. Ese candidato que hace campaña
denigrando a México, a sus habitantes, a su cultura. El mismo que llama a
la discriminación contra nuestros paisanos migrantes. El que les
complica los días y las noches cuando en sus discursos – tan públicos y
tan repetitivos - legitima sin retén alguno el desprecio y sus
manifestaciones. El que consigue aplausos y votos llamando al odio. El
que promete construir el “más impenetrable de los muros”. Impenetrable a
todo lo que tenga que ver con los Derechos Humanos y con la
negociación. El que promete “reconstruir” su partido con una de las
armas más recurridas del discurso fascistoide: “Elijamos un enemigo,
desglosemos a qué punto nos ataca y a qué punto su existencia nos
amenaza. Odiémoslo juntos, persigámoslo juntos y hagamos de esa
persecución la fuerza de nuestra unión y nuestro pacto”.
Escena en Los Pinos. Al fondo detrás de Peña la bandera mexicana. En
medio de ellos nuestro Escudo Nacional. Inimaginable. “El tratado de
libre comercio ha beneficiado más a México que a Estados Unidos”, dijo
Trump. Peña Nieto miraba hacia abajo, como de ladito, con el gesto de
quien aprieta un poco los labios. Algo no funcionaba en el “guión” con
el que sus asesores y él soñaban. “Necesitamos un México próspero y
vibrante”, dijo Trump. Y que detener la migración no puede ser sino en
beneficio de todos. Y que él tiene muchos amigos y trabajadores
mexicanos. Bien generoso a sus horas, ese señor.
No nos dijo “violadores”, en este micrófono, ya vendrá con el
próximo. Después de escucharlo, Peña Nieto retomó lo que pareció ser el
discurso que traía preparado. No dio acuse de recibo de las palabras de
Trump. No cuestionó nada. Hay momentos en los que ciertas respuestas
no pueden llamarse “diplomacia”, sino cobardía. Trump lo escuchaba y
hacía ese gesto suyo con la boca que llamamos “pucheros”. Las manos se
alzaron y comenzaron las preguntas: “No decidimos quién va a pagar por
el muro, ese es un tema que no tocamos”, dijo Trump casi jocoso. “Sí
hablamos del muro, no hablamos de quién va a pagar la construcción del
muro”, agregó. Para el momento de las preguntas, Peña Nieto ya estaba
furioso o algo muy similar, muy elocuente su lenguaje no verbal de
mandíbulas apretadas. Terminó el encuentro público. Al bajar del estrado
Trump colocó su mano en la espalda de Peña, él se arqueó hacia adelante
alejando el cuerpo de esa mano.
Fue lo más que pudo hacer en su defensa, en la nuestra, el presidente
de México. El “impenetrable”, “físico”, “alto”, “poderoso” y “hermoso”
candidato del Partido Republicano, tomó su avión de regreso a Estados
Unidos. Había triunfado.
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