Y con esas prendas actuaba. Se daba el lujo de no tomar la llamada a
empresarios, a sus pares en el gabinete, a exsecretarios de Hacienda.
Gustaba, en actos públicos, de caminar con un séquito de seguidores, además de sus guardaespaldas. Pedía que le hicieran valla, que le abrieran paso para dejarse saludar y fotografiar con cuantos quisieran.
En las últimas semanas, Videgaray se placeaba a placer. Pasaba más tiempo en los estados que en sus oficinas de la Ciudad de México, visitando gobernadores, políticos locales importantes, empresarios con poder, a las fuerzas vivas de su partido.
No fue gratuito que él incidiera en la elección de Enrique Ochoa Meza, ahora exdirector general de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), como presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en relevo del experimentado Manlio Fabio Beltrones.
Con Beltrones fuera de la jugada presidencial –por el momento, pues es un político de gran colmillo y puede dar la sorpresa–, y Osorio Chong con sus bonos muy por el suelo por no poder resolver el conflicto con la CNTE, Videgaray veía el camino desbrozado hacia la candidatura presidencial del 2018.
Tanto que estuvo unos días fuera de circulación para hacerse unos retoques: está en tratamiento para injertarse cabello y se hizo arreglos estéticos en la nariz.
Para parecer candidato, pues.
Pero eso ya quedó atrás. Sólo fue un sueño.
Desde el mediodía de este miércoles 7, Luis Videgaray Caso ya no es más el secretario de Hacienda y Crédito Público.
Tuvo que presentar su renuncia, que de inmediato fue aceptada por el presidente, pues Videgaray ya era más un problema que cualquier esperanza de una solución para mejorar la situación económica del país.
Peña Nieto le perdió de plano la confianza al ahora ya exsecretario de Hacienda. Como ya se la habían perdido los empresarios, los mercados financieros, los miembros del gabinete…
Prácticamente nadie creía en él. Y se había ganado a pulso el repudio de la población, pues no pudo hacer crecer la economía de manera suficiente para crear más empleos y darle mayor bienestar a la población.
La gota que derramó el vaso, para la desgracia de Videgaray, fue haber gestionado la visita de Donald Trump a México, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, enemigo declarado de México, y que resultó en una avalancha de críticas, denuestos y repudio para el presidente Peña, para su persona y para su gestión al frente del país.
En su mensaje a medios, esta mañana en Los Pinos, donde anunció el cambio en las secretarías de Hacienda y de Desarrollo Social, Peña Nieto dio cuenta de las tareas inconclusas, lo que no hizo bien o dejó de hacer Luis Videgaray en la Secretaría de Hacienda.
Lo hizo, claro, de manera indirecta, institucional, para no ofender o lastimar a su amigo, quien era uno de sus principales prospectos para sucederlo en 2018.
Al encomendarle tareas específicas al nuevo titular de Hacienda, José Antonio Meade Kuribreña –quien ya había ocupado ese puesto en el último año de la administración pasada– y quien hoy mismo dejó de ser secretario de Desarrollo Social, Peña puso el dedo en la llaga en lo que no había logrado Luis Videgaray.
Peña Nieto le dio estas instrucciones al nuevo secretario de Hacienda:
Primero: Lograr que el programa económico para 2017 y que se enviará al Congreso de la Unión este jueves 8, contribuya a la consolidación de las finanzas públicas.
Eso qué quiere decir: que Meade tiene que sanear y equilibrar las finanzas públicas. Es decir, que debe lograr un superávit primario para evitar seguir pidiendo créditos a cada rato y que sólo ha servido para pagar los intereses de la propia deuda.
Eso era lo que Videgaray se la pasó haciendo durante su gestión, pedir prestado, dentro y fuera del país, para pagar intereses, porque no tenía margen ya para usar la deuda como complemento de los ingresos propios e impulsar la economía.
La segunda instrucción del presidente para el nuevo secretario fue la de “continuar con medidas de responsabilidad fiscal a fin de contener y estabilizar el crecimiento de la deuda pública como proporción del Producto Interno Bruto”.
Ese sí que fue un golpe seco a Videgaray, quien en tres años aumentó la deuda pública neta en más de 10.5 puntos del Producto Interno Bruto. El gobierno actual recibió una deuda de 5.9 billones de pesos en diciembre de 2012. Un 36.4% del PIB.
Y Videgaray la ha llevado a casi 9 billones de pesos, casi 47% del PIB. Y, peor, la más reciente estimación de Hacienda prevé una deuda neta total de 50.5% del PIB.
Ha sido un crecimiento escandaloso de la deuda, pero sin efectos en el crecimiento de la economía.
También instruyó Peña al nuevo secretario a aplicar un severo ajuste al gasto público, que implique que el gobierno “se apriete el cinturón”, pero que no afecte a las familias y a las empresas.
Finalmente, Meade Kuribreña deberá ejercer un gasto público que incida efectivamente en proyectos de inversión y programas sociales más efectivos contra la pobreza.
Pero sobre todo –y aquí dio Peña otro raspón a Videgaray–, Meade debe mejorar la calidad del ejercicio del gasto público.
Y eso quiere decir ejercer un gasto público de manera más efectiva, que sirva realmente para hacer crecer a la economía y, sobre todo, aplicarlo con transparencia, cosas que no hizo Luis Videgaray Caso.
Menudo paquete para José Antonio Meade, quien deberá presentar este jueves 7 el paquete económico de 2017, en cuya confección no metió las manos en ningún momento.
Y, peor, la obligación de presentar un presupuesto austero para corregir las finanzas públicas, en las que ya los mercados financieros internacionales no creen.
Triste adiós para Videgaray, que cayó estrepitosamente de la gracia del presidente.
Pero más triste puede ser lo que viene para el país. Habrá que ver a mañana jueves qué sorpresas nos trae el programa económico para 2017.
Gustaba, en actos públicos, de caminar con un séquito de seguidores, además de sus guardaespaldas. Pedía que le hicieran valla, que le abrieran paso para dejarse saludar y fotografiar con cuantos quisieran.
En las últimas semanas, Videgaray se placeaba a placer. Pasaba más tiempo en los estados que en sus oficinas de la Ciudad de México, visitando gobernadores, políticos locales importantes, empresarios con poder, a las fuerzas vivas de su partido.
No fue gratuito que él incidiera en la elección de Enrique Ochoa Meza, ahora exdirector general de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), como presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en relevo del experimentado Manlio Fabio Beltrones.
Con Beltrones fuera de la jugada presidencial –por el momento, pues es un político de gran colmillo y puede dar la sorpresa–, y Osorio Chong con sus bonos muy por el suelo por no poder resolver el conflicto con la CNTE, Videgaray veía el camino desbrozado hacia la candidatura presidencial del 2018.
Tanto que estuvo unos días fuera de circulación para hacerse unos retoques: está en tratamiento para injertarse cabello y se hizo arreglos estéticos en la nariz.
Para parecer candidato, pues.
Pero eso ya quedó atrás. Sólo fue un sueño.
Desde el mediodía de este miércoles 7, Luis Videgaray Caso ya no es más el secretario de Hacienda y Crédito Público.
Tuvo que presentar su renuncia, que de inmediato fue aceptada por el presidente, pues Videgaray ya era más un problema que cualquier esperanza de una solución para mejorar la situación económica del país.
Peña Nieto le perdió de plano la confianza al ahora ya exsecretario de Hacienda. Como ya se la habían perdido los empresarios, los mercados financieros, los miembros del gabinete…
Prácticamente nadie creía en él. Y se había ganado a pulso el repudio de la población, pues no pudo hacer crecer la economía de manera suficiente para crear más empleos y darle mayor bienestar a la población.
La gota que derramó el vaso, para la desgracia de Videgaray, fue haber gestionado la visita de Donald Trump a México, el candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, enemigo declarado de México, y que resultó en una avalancha de críticas, denuestos y repudio para el presidente Peña, para su persona y para su gestión al frente del país.
En su mensaje a medios, esta mañana en Los Pinos, donde anunció el cambio en las secretarías de Hacienda y de Desarrollo Social, Peña Nieto dio cuenta de las tareas inconclusas, lo que no hizo bien o dejó de hacer Luis Videgaray en la Secretaría de Hacienda.
Lo hizo, claro, de manera indirecta, institucional, para no ofender o lastimar a su amigo, quien era uno de sus principales prospectos para sucederlo en 2018.
Al encomendarle tareas específicas al nuevo titular de Hacienda, José Antonio Meade Kuribreña –quien ya había ocupado ese puesto en el último año de la administración pasada– y quien hoy mismo dejó de ser secretario de Desarrollo Social, Peña puso el dedo en la llaga en lo que no había logrado Luis Videgaray.
Peña Nieto le dio estas instrucciones al nuevo secretario de Hacienda:
Primero: Lograr que el programa económico para 2017 y que se enviará al Congreso de la Unión este jueves 8, contribuya a la consolidación de las finanzas públicas.
Eso qué quiere decir: que Meade tiene que sanear y equilibrar las finanzas públicas. Es decir, que debe lograr un superávit primario para evitar seguir pidiendo créditos a cada rato y que sólo ha servido para pagar los intereses de la propia deuda.
Eso era lo que Videgaray se la pasó haciendo durante su gestión, pedir prestado, dentro y fuera del país, para pagar intereses, porque no tenía margen ya para usar la deuda como complemento de los ingresos propios e impulsar la economía.
La segunda instrucción del presidente para el nuevo secretario fue la de “continuar con medidas de responsabilidad fiscal a fin de contener y estabilizar el crecimiento de la deuda pública como proporción del Producto Interno Bruto”.
Ese sí que fue un golpe seco a Videgaray, quien en tres años aumentó la deuda pública neta en más de 10.5 puntos del Producto Interno Bruto. El gobierno actual recibió una deuda de 5.9 billones de pesos en diciembre de 2012. Un 36.4% del PIB.
Y Videgaray la ha llevado a casi 9 billones de pesos, casi 47% del PIB. Y, peor, la más reciente estimación de Hacienda prevé una deuda neta total de 50.5% del PIB.
Ha sido un crecimiento escandaloso de la deuda, pero sin efectos en el crecimiento de la economía.
También instruyó Peña al nuevo secretario a aplicar un severo ajuste al gasto público, que implique que el gobierno “se apriete el cinturón”, pero que no afecte a las familias y a las empresas.
Finalmente, Meade Kuribreña deberá ejercer un gasto público que incida efectivamente en proyectos de inversión y programas sociales más efectivos contra la pobreza.
Pero sobre todo –y aquí dio Peña otro raspón a Videgaray–, Meade debe mejorar la calidad del ejercicio del gasto público.
Y eso quiere decir ejercer un gasto público de manera más efectiva, que sirva realmente para hacer crecer a la economía y, sobre todo, aplicarlo con transparencia, cosas que no hizo Luis Videgaray Caso.
Menudo paquete para José Antonio Meade, quien deberá presentar este jueves 7 el paquete económico de 2017, en cuya confección no metió las manos en ningún momento.
Y, peor, la obligación de presentar un presupuesto austero para corregir las finanzas públicas, en las que ya los mercados financieros internacionales no creen.
Triste adiós para Videgaray, que cayó estrepitosamente de la gracia del presidente.
Pero más triste puede ser lo que viene para el país. Habrá que ver a mañana jueves qué sorpresas nos trae el programa económico para 2017.
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