Pedro Miguel
¿Y qué viene? Es claro
que de aquí al 1º de diciembre de 2018 el país tendrá en la jefatura del
Estado a un hombre cercado e inhabilitado por sus propias decisiones
desastrosas, sus carencias maquilladas de virtudes y su portentosa
capacidad para generar consensos en contra de sí mismo. Ya no se trata
únicamente de los sectores democráticos y patrióticos que se opusieron
desde el inicio a las reformas peñistas y de los gremios afectados por
ellas y por la continuidad del neoliberalismo privatizador, corrupto y
desintegrador. Es la coalición misma que detenta el poder –cúpulas
empresariales, partidos del Pacto por México, cacicazgos regionales y
sindicales, más otros integrantes aún menos presentables– la que
encontró una oportunidad perfecta para autodisolverse.
La invitación a Trump y la imperdonable obsecuencia de Peña durante
el encuentro ha sido el pistoletazo de salida para confirmar los
deslindes con respecto del peñato. La mayor parte de quienes en su
momento negaron o minimizaron el fraude con las tarjetas Monex y Soriana
y aplaudieron la entrega de los recursos naturales al extranjero, la
adhesión de México al Acuerdo Transpacífico, la participación en fuerzas
multinacionales y otros actos de traición a los intereses nacionales,
hoy se rasgan las vestiduras y se han lanzado a denostar a quien, hasta
hace dos años, era defendido y retratado por ellos como un líder audaz,
renovador y necesario. Las voces que hasta hace muy poco justificaban al
poder victimario (de Atenco a Iguala), quienes se mostraban indulgentes
ante la impudicia de la Casa Blanca, OHL e Higa, los programas
de tele que antaño omitían pifias y atrocidades, ahora se indignan por
la recepción de Estado que se brindó en Los Pinos al enemigo de los
mexicanos. En privado, en los pasillos de la administración pública,
muchos funcionarios no le perdonan a Peña que haya desbaratado en un
cuatrienio el gran proyecto priísta de recuperación de la Presidencia,
un proyecto que costó años de trabajo pero, sobre todo, astronómicas
cantidades de dinero.
Se queda solo para lo que resta de su periodo. Si tuviera conexión
con la realidad seguramente optaría por constreñirse a un ejercicio
meramente administrativo y gerencial y a mantener un bajo perfil en los
siguientes 27 meses. Pero la conflictiva crispación a la que ha llevado
al país obliga a la Presidencia a emitir posicionamientos en torno a un
montón de problemas y además sus inocultables fallos de percepción (
no entiende que no entiende) le impedirán guardar la estricta discreción para no empeorar los grados de repudio que enfrenta.
Es probable que en diversos rincones de las cúpulas del poder
exista la tentación de prescindir del gobernante como una medida extrema
de control de daños: sacarlo del cargo en forma anticipada podría ser
una forma de soltar lastre, atribuir la responsabilidad de la catástrofe
a un defenestrado y preparar de esa manera una recomposición del
régimen oligárquico con miras a las elecciones previstas para 2018. Pero
una presidencia interrumpida pondría en grave riesgo la continuidad del
acuerdo que aglutina a la oligarquía política y empresarial: la
preservación transexenal de la impunidad, la corrupción y el modelo
económico. Ese pacto requiere, para su cumplimiento, de sexenios
completos. De modo que no es probable que la oligarquía dominante
intente una medida tan extrema como colocar al atlacomulquense en la
situación de pedir licencia. Más bien parece lógico que el componente
empresarial y mediático abandone al PRI y a sus suspirantes y busque
otros seis años de corrupción, impunidad y neoliberalismo inflando una
candidatura de Margarita Zavala de Calderón o de alguien por el estilo.
El lapso que le queda al peñato será, pues, desgastante, árido y
potencialmente explosivo, con la Presidencia vilipendiada por el
conjunto de la sociedad, los conflictos sociales irresueltos e
irresolubles, el horizonte económico cargado de malos presagios y el
desprecio y la animadversión del poder estadunidense, sea cual sea el
vencedor en los comicios de noviembre. Está por verse, además, qué otras
ocurrencias brotan del equipo de Los Pinos.
Peña y su puñado de incondicionales tienen por delante dos años de
soledad que a los mexicanos nos van a parecer cien. Pero eso sí: al
igual que la estirpe de los Buendía,
no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.
Twitter: @Navegaciones
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