El presidente Enrique
Peña Nieto aceptó ayer la renuncia de Luis Videgaray Caso como
secretario de Hacienda y Crédito Público y nombró en su remplazo al
hasta entonces titular de la Secretaría de Desarrollo Social, José
Antonio Meade. El puesto que éste dejó es ocupado desde ayer por Luis
Miranda Nava, quien venía desempeñándose como subsecretario de
Gobernación.
En la ceremonia correspondiente Peña Nieto elogió de manera enfática el desempeño del dimitente, a quien describió como
comprometido con México,
leal con el Presidentey al que agradeció
el servicio a la nación.
Aunque no se hizo mención del asunto, los anuncios tienen como
ineludible telón de fondo el encuentro que el titular del Ejecutivo
sostuvo la semana pasada en esta capital con el candidato presidencial
republicano Donald Trump y la enorme molestia que han causado en la
opinión pública la invitación, la reunión y el comportamiento de Peña
Nieto en ella. No han de omitirse los insistentes señalamientos de que
fue Videgaray quien tuvo la idea de promover encuentros entre el
Presidente y los dos aspirantes presidenciales del país vecino y quien
se encargó de coordinar la impugnada entrevista. Tampoco se debe ignorar
la cauda de consecuencias indeseadas que ha tenido tan inopinada medida
en el tablero político estadunidense: el reforzamiento de las posturas
racistas y antimexicanas de Trump, su pleito con Peña Nieto en Twitter y
la casi inmediata negativa de Hillary Clinton, la rival del
republicano, a reunirse con el mandatario mexicano, lo que significa un
enfriamiento –por decirlo suave– en la relación de la Presidencia
mexicana con el bando demócrata, hoy en el poder en Estados Unidos.
Con estos antecedentes es inevitable que la sociedad se
pregunte en qué medida la renuncia de Videgaray responde a la necesidad
de reparar en alguna medida la preocupante situación generada por el
encuentro Peña-Trump. La duda resulta particularmente pertinente habida
cuenta de la conocida cercanía personal entre el titular del Ejecutivo y
su hasta ayer estrecho colaborador, y de los encomios presidenciales al
desempeño del dimitente como responsable de las finanzas nacionales,
indicativos de que no fue su gestión en la Secretaría de Hacienda lo que
llevó a su salida del gabinete.
Es claro, en todo caso, que la visita de Trump ha desencadenado una
crisis política de gran calado y cuyos alcances aún no se han revelado
en su totalidad. Es necesario, al margen de las estridencias
antipresidenciales del momento, analizar cuidadosamente sus
implicaciones y examinar las posibles formas de paliarla.
Cabe esperar, en lo inmediato, que el cambio en la Secretaría de
Hacienda se traduzca en una política más sensible a las necesidades de
la mayoría y en una reorient
ación que permita reactivar la economía.
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